«Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica» se llama la muestra que conmemora los 80 años de la presentación de esta obra fundamental de Pablo Picasso en la exposición mundial de París de 1937, pabellón de la República Española. El Centro de Arte Reina Sofía ofrece una mirada múltiple sobre este mural de la desesperación
Sebastián de la Nuez
En la sala 206 no podías estar más de quince minutos. «Por favor, comprenda que la visita a esta exposición es de las más demandadas», decía un cartelito. De todas maneras, habrá oportunidad de volver pues se prolongará hasta septiembre.
La 206 se encuentra en la segunda planta del edificio Sabatini. Ayer miércoles 26 de abril había guardias de la Policía de Madrid vigilando, walkie-talkie en mano. No era para menos. ¿Por qué no habría de esperarse un atentado terrorista, tomando en cuenta el sitio lleno de gente de diferentes nacionalidades, cámaras de vídeo profesionales (eran las únicas permitidas) alrededor? Son los escenarios que prefieren los yijadistas.
La 206 es donde se encuentra el Guernica, desde hace años está allí. Sin embargo, ahora, se le ha rodeado de un gran contexto, exponiendo antecedentes que podrían denominarse técnicos y hechos sociopolíticos del trasfondo. Es una propuesta completa para comprender cabalmente la obra, las circunstancias en que le fue encargada al pintor, su proyección hasta el presente.
También es la ocasión para observar bocetos que contribuyeron a su composición, los exilios que sufrió el cuadro a partir de 1940, los antecedentes de Pablo Picasso retratando la muerte a la espera de la belleza; la tristeza y la inquietud que imprimía a rostros femeninos como el de Dora Maar («La mujer es una máquina de sufrir», dijo). Nunca o casi nunca se había referido, en sus trabajos, a la esfera pública. Jamás se había detenido en los acontecimientos políticos como objeto de su pintura. Dudó, cuando los republicanos le propusieron este trabajo.
Claro que algo de lo que había hecho, aun en una esfera íntima, dentro de un cuarto, hizo pensar a quienes lo buscaron en su capacidad de desnudar hasta el estremecimiento lo que había sucedido cuando los fascistas bombardearon un pueblo inerme al norte de España durante la Guerra Civil.
Los especialistas habrán de seguir olisqueando ligazones «técnicas»; al simple aficionado le toca entender ─para ello no le hará falta sino observar, atar cabos y abrir su sensibilidad─ por qué este mural de la desesperación es el vivo retrato de la inhumanidad de la guerra moderna, cada vez más ciega mientras más gana en tecnología.
Es la cara universal de la agonía y el desconcierto dándole una nueva encarnación al terror. No solo es denuncia o alegato antibelicista; es una gran pregunta acerca del destino del hombre capaz de devorarse a sí mismo. Tres palabras rondan al hablar del Guernica: desmembramiento, demolición, desplome.
Cuando uno ve el cuadro tomándose para sí el centro de la inmensa pared resalta no tanto la mujer con el niño en brazos y ese alarido mudo en su gesto; no la cabeza del toro, no la pierna desmembrada; resalta una lámpara que también puede ser el ojo de Dios que observa la escena.
La siguiente frase es tomada del catálogo de esta exposición:
Guernica representa un mundo interior que se desploma.
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Montones de visitantes yendo y viniendo por las diferentes salas de la exposición «Piedad y terror en Picasso», pero en la 206 se quedaban clavados en semicírculo. ¿Qué más hay en ese gran espacio rectangular? Pues una serie de pequeños dibujos o, mejor dicho, dos series de pequeños dibujos preparativos para el Guernica, y una imagen muy abstracta que le regaló el pintor a su amigo el poeta Paul Eluard, «de una delicadeza casi lírica.»
Del lado izquierdo (si uno está de frente mirando al Guernica, en la pared del fondo), dos grandes rótulos en lo alto, incómodos para leer pero de una rotundidad perfecta. Un epígrafe de Hanna Arendt que comienza así:
La muerte es quizá la experiencia más antipolítica que pueda existir… Significa que desaparecemos del mundo de las apariencias y que dejaremos la compañía de nuestros semejantes, que son las condiciones de toda política.
Y al lado un verso de W.B. Yeats:
Todo se desmorona; el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia (…).
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