República de las artes y las letras

Las estudiantes Verónica Rodríguez y Carla Valero presentaron su trabajo de grado “Una rayuela que se borra y se vuelve a dibujar cada día” en septiembre de 2012, en la […]

Las estudiantes Verónica Rodríguez y Carla Valero presentaron su trabajo de grado “Una rayuela que se borra y se vuelve a dibujar cada día” en septiembre de 2012, en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB. Es un reportaje sobre la evolución de Sabana Grande como sitio de encuentro ciudadano, cosmopolita, representativo de la cara amable de la ciudad de Caracas. Obtuvieron la máxima nota y mención “Publicación”. En esta entrega con extractos, las conversaciones de las jóvenes con escritores como Pancho Massiani, Carlos Sandoval y Fausto Masó en torno a la zona y la República del Este que hizo vida entre sus coordenadas. Lo que se publica aquí apenas es un atisbo del gran trabajo de recogida de datos y opiniones que hicieron las estudiantes, inédito hasta ahora

 

Verónica Rodríguez / Carla Valero / Foto: Oswer Díaz Mireles

Cuando las estudiantes llegan al lugar donde vive el escritor  Francisco Massiani (Pancho), se escucha una bossa nova a través de un radio-transistor. El viejo Pancho tiene voz de fumador de décadas.

—Sin cigarros no hay cuentos —les dice.

Acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura.

—Ya no lo esperaba, pero cuando llega te sientes feliz —dice refiriéndose al premio.

La noticia le cayó estando lejos de su casa de la Alta Florida en donde ha pasado la mayor parte de su vida. Varias generaciones de estudiantes y enamorados de las letras lo visitaron en aquel hogar repleto de libros, cuadros e historias que se convirtió en un hito para los amantes de la literatura contemporánea venezolana. Pero ya no vive allí sino en una casa de reposo en la urbanización Prados del Este.

En su nueva habitación son pocos los enseres que le recuerdan ese pasado “sabroso” del que se confiesa orgulloso. Además de la cama en la que pasa recostado la mayor parte del día, solo un televisor con un reproductor DVD, algunos libros y películas lo acompañan en la soledad bañada en alcohol. En un rincón de la pieza, su máquina de escribir, la de siempre, cuyo ritmo al teclear es el único sonido capaz de despertar las musas que todavía le dictan versos cada madruga da.

Para escribir, tú dejas detener el tiempo: no existe ni futuro ni presente, es un momento en que vas persiguiendo palabras iluminadas y uno pasa a ser eterno.

Eso dice acerca del ritual de creación. A un lado de la recámara, una mesa con un vaso con borras de café en el fondo, un cenicero a medio llenar y una botella todavía sin descorchar.

Animado por los amigos que lo han visitado en las últimas semanas, Massiani comparte con ojos rebosantes de juventud (hace tiempo perdida, sin embargo) las anécdotas de un muchacho que apenas comienza a encontrarse con la vida en los años sesenta y “vive, simplemente”.

Caminar por Sabana Grande, desde la Plaza Venezuela hasta Chacaíto y desde Chacaíto hasta la Plaza Venezuela, es muy sabroso.

A sus 23 años pasaba sus días entre la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela —en la que cursaba estudios por mandato paterno— y Sabana Grande: esa zona entre chic y bohemia en la que se daban cita los miembros de su generación, reunidos en tertulias. Relata:

Poetas, pintores, periodistas y muchachas universitarias muy bellas hacían de Sabana Grande un lugar encantador.

Cada día empezaba el recorrido de jóvenes con una parada a media tarde para tomarse un café al aire libre en el bar-restaurante El Viñedo, mientras que la noche los arropaba en el Chicken’s Bar, después de haber pasado al menos una hora en la librería Suma discutiendo sobre las novedades literarias con el librero Raúl Bethencourt.

Massiani cuenta que quería cambiar definitivamente la Arquitectura por las Letras, pero no sabía cómo enfrentarse a la negativa familiar. Mientras, escribía un libro cuyo protagonista, “Corcho”, vive y padece un romance adolescente que tiene como escenario precisamente esas mismas calles de Sabana Grande:

Va al Viñedo buscando con quién hablar sobre su despecho. Como no encuentra a nadie, se dirige a la librería Suma; entra y habla un rato con el librero Bethencourt y continúa su camino hacia el Chicken’s Bar…

Corría el año 1968 y Massiani, después de pasar un año encerrado en su casa escribiendo una historia que le había prometido a Simón Alberto Consalvi, finalmente culminó la novela Piedra de mar, que lo ha llevado a ser reconocido como una de las plumas de la literatura venezolana contemporánea. Cuarenta y cuatro años han pasado desde que la recién inaugurada Editorial Monteávila publicara la obra y el escritor todavía asegura que es la mejor novela que se ha editado en Venezuela. Casi medio siglo después, sus coetáneos parecen haberlo notado y están de acuerdo con él. Por eso le vinieron a dar, ahora, el Premio Nacional de Literatura (acto pautado para el 23 de agosto de 2012).

Pancho recuerda con detalle sus antiguos recorridos por Sabana Grande, aunque admite que lleva al menos una década sin pasear por la zona como solía hacerlo. Rememora aquella época con un dejo de nostalgia en la ronca voz y a ratos parece trasladarse de nuevo a las calles que recorría “Corcho”. Relata que hace unos pocos meses fue, apenas de paso, por el Moulin Rouge, para hacerse unas fotografías en el local que en sus tiempos era conocido como Il Vecchio Mulino.

Al rememorar nombres de otra época va saltando de historia en historia. La anécdota del “Molino Rojo”, como lo llama entre risas, lo hace viajar a finales de los sesenta. Habla de los viejos locales como si todavía existieran y de los amigos que ya no están como si acabaran de visitarlo con una botella de güisqui (que ya no puede tomar porque le altera los nervios… debajo del brazo).

Hay un lugar, o lo había, cerca de la Plaza Venezuela: el Paprika. Un día nos reunimos Caupolicán Ovalles, Luis Camilo Guevara, Mario Abreu y este servidor. Estábamos tomándonos unas cervezas y de pronto Caupolicán, con unos tragos encima, se montó sobre la mesa y dijo: «En este momento se acaba de fundar la República del Este. Mario Abreu será el ministro de cultura, Luis Camilo Guevara ocupará el despacho de la presidencia, Francisco Massiani será embajador en Córcega y Alejandro Oliveros, encargado de negocios».

Así nacía en el este de la ciudad, aunque solo fuera en la imaginación de los intelectuales que compartían barra en Sabana Grande, una república de las artes y las letras que durante algunos años competiría con la república del oeste, la que se dirigía desde Miraflores.  Todo comenzó como una tomadura de pelo, una gran broma. Al día siguiente Caupolicán se presentó en el Chicken’s Bar con un maletín y con Luis Camilo Guevara al lado y Mario Abreu. Muy serio, comenzó a dar un discurso:

—Señores, me respetan de ahora en adelante, pues están ustedes frente al presidente de esta República del Este.

Y ahora agrega Pancho:

Esa es la historia del comienzo de la República del Este: fueron vainas del Caupo.

Las vainas del Caupo fomentaron su dionisiaca fama, por ser el padre de los republicanos que se encomendaban a diario al dios del vino. El periodista, abogado e historiador Manuel Alfredo Rodríguez recordaba a Ovalles en una entrevista publicada en el diario El Nacional [hecha por Nelson Rivera bajo el título “República del Este: la gran fraternidad alrededor de Dionisio Caupolicán”, 3 de marzo de 2001] al hablar de sus míticos “discursos esperpénticos, surrealistas, algunos de ellos con unos deliciosos insultos a sus contradictores”.  Rodríguez consideraba que fue la personalidad de Caupolicán Ovalles lo que consiguió articular “a un grupo de gente unida por vínculos de afinidad intelectual y política (…), llegó incluso a convertirse en una gran fraternidad con un acentuado matiz literario y artístico”. En aquellos conciliábulos, explicó, “se proporcionó un ambiente para que la gente se encontrara, discutiera y conversara. Se conversaba de todo menos de dinero y de comisiones”.

 

ALGO DE HISTORIA

Desde finales de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Sabana Grande se había convertido en una zona bohemia y heterogénea. Así lo refiere Arturo Almandoz:

Era un ambiguo distrito que combinaba la sofisticación comercial y el pintoresquismo de la inmigración europea, con el submundo de las malas ocupaciones.*

Ese distrito bohemio prestó sus locales como oficinas para la nueva república, con su “barra de más de 200 personas”, según cálculos del fallecido escritor Adriano González León, que solía referirse a sus contertulios como los personajes grises de los bares.

Hay muchas anécdotas que siguen en la memoria de quienes estuvieron relacionados con aquella barra monumental de escritores, artistas y políticos. El crítico cinematográfico Rodolfo Izaguirre, miembro del grupo Sardio y luego de El Techo de la Ballena, recuerda una discusión envenenada por el alcohol entre el abogado y poeta Rafael Brunicardi y el bardo Ramón Montes de Oca. Los describe como “muy pequeño y endeble, el primero; y alto, fuerte y elegante como un Satán que hiere las rosas, el segundo”. Cuenta que se alteraron con los tragos y estuvieron a punto de caerse a golpes, “para desmedro de Brunicardi”. Tras el incidente, ya en la puerta con un pie en la acera, Montes de Oca se volteó dirigiéndose a un furioso Rafael Brunicardi y le dijo:

—¡Abogado, no beberás más del champán de mi corazón!

Aunque el ofendido era abogado en ejercicio, “en Venezuela no se le puede decir abogado a quien también es poeta”, explica el crítico de cine, por lo que fueron necesarios cinco hombres para someter la furia de Brunicardi. Mientras tanto, Montes de Oca, premio municipal de poesía, ya desaparecía en la noche del bulevar.

La nueva patria fue considerada “un país delirante, una especie de Venezuela onírica, creada única y exclusivamente para la alucinación capaz de borrar los años pasados”. Así lo apunta la periodista Karina Sainz Borgo. Esta nación parida entre copas fue el refugio para un grupo de intelectuales con tendencias izquierdistas luego de que la lucha armada fuese derrotada.  Hubo quienes consideraron locos a sus miembros o los etiquetaron como una intelectualidad frustrada tras ahogarse en alcohol. Sainz Borgo señala las coincidencias entre una y otra república:

Ambas eran delirantes, ambas escuchaban y proferían discursos improvisados: padecían del exceso del alcohol y del petróleo, y para ellas, para las dos, pronto llegaría el momento de despertar, si acaso era posible.**

La casa de gobierno del país de las tascas se ubicaba en un área de Sabana Grande popularmente conocida como Triángulo de las Bermudas, que comprendía tres restaurantes de la avenida Francisco Solano López: Camilo’s, Franco’s  e Il Vecchio Mulino.

Este último, lugar definitivo donde la República del Este instalaría su gabinete de intelectuales, escritores, artistas, poetas y bohemios en su mayoría militantes y afectos de la izquierda de los 60. A la peña asistían integrantes de las más diversas especies, entre ellas la fauna política perteneciente a la otra República, la gobernada desde Miraflores. Caupolicán Ovalles —orador por excelencia— se declaró, copa en mano, padre de la patria y presidente vitalicio de la República del Este.

Hay quienes piensan que los intelectuales de la época desperdiciaban su talento por las muchas horas de juerga. Después de todo, “cuando uno se pasa la noche bebiendo y fumando, es casi imposible estar de pie al día siguiente”, decía el escritor David Alizo sobre las costumbres republicanas, en un texto publicado en El Nacional en homenaje a Salvador Garmendia, tras su desaparición, el 16 de junio de 2001.

 

EL MITO Y EL CUESTIONAMIENTO

Mucha tinta ha corrido enalteciendo y criticando a los intelectuales que se agrupaban en las barras de Sabana Grande, entre ellos Elías Vallés, Ramón Palomares, Manuel Alfredo Rodríguez, Manuel Matute, Miyó Vestrini, Marcelino Madriz, Orlando Araujo, Ludovico Silva y Junio Pérez Blasini. Todos, junto a los fundadores de la patria que menciona Massiani, fueron “algunos de los primeros en plantar la viña de la mitología criolla y en adorar al vino como un dios”, según se lee en el libro Así es Caracas, de Soledad Mendoza.

Rodolfo Izaguirre comparte los recuerdos.

Estar sentados en el bulevar, discurriendo entre amigos, tocando y rozando el arte y la literatura, convocando a la mesa a figuras del pasado…

Aquellas calles todavía parecen conservar en el aire vestigios de las personalidades que algún día recibieron.

El bulevar llegó a identificar el paso de los artistas e intelectuales que, durante años, en bares y restaurantes, manifestaron sus delirios, desarrollaron sus proyectos y animaron sus discusiones derrochando talento, sensibilidad y energía en una intensa vida bohemia que la ciudad no ha vuelto a conocer nunca más. Arturo Almandoz registra en La ciudad en el imaginario venezolano… que la fama de Sabana Grande llegó incluso a despertar el interés de las más grandes plumas de la literatura latinoamericana. Así, luminarias de paso por Caracas como Octavio Paz y Miguel Ángel Asturias se negaban a abandonar la ciudad sin antes recorrer aquella zona bohemia.

El periodista José Pulido cuenta que en los años setenta tuvo la oportunidad de entrevistar al escritor argentino Julio Cortázar. El cronopio mayor estaría en Venezuela durante unas pocas horas, pues haría una conexión en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar cuando se dirigía de Buenos Aires a París. Pulido esperaba que la conversación se produjera en algún saloncito del propio aeropuerto para aprovechar el escaso tiempo, pero el autor de Rayuela impuso una única condición para responder a cualquiera de sus preguntas: la reunión debía darse en

Caracas, específicamente en el Gran Café de Sabana Grande, acompañada por una merienda de pan con miel. El escritor conocía la fama de la que para el momento era la zona literaria de la capital venezolana e insistía en conocerla, aunque su estadía en tierras criollas se limitaba a una tarde.

Desde entonces, la impronta de Cortázar parece no haber abandonado la zona. A mediados de agosto de 2012, junto a los parques recreacionales que se han instalado en el bulevar y en las transversales que lo atraviesan, aparecieron dibujadas varias rayuelas. En la 3ª avenida de Las Delicias, con pintas enumeradas del uno al ocho, una de ellas marca el camino entre la Alianza Francesa —en donde se dictan lecciones en el idioma predilecto del argentino— y un cementerio de libros polvorientos y olvidados, La Gran Pulpería del Libro Venezolano, en el que es posible hallar algunos ejemplares viejos y usados de su obra.

La calle Lincoln, hoy bulevar, ha mantenido el recuerdo vivo de quienes la transitaron en otras décadas, cuando los nombres y las fachadas eran muy distintos a los hoy conocidos. Durante años, se mantuvieron en el imaginario colectivo del caraqueño asientos marcados para Oswaldo Trejo en el Gran Café, Adriano González León en el Chicken’s Bar, y para Rafael Muñoz en La Vesubiana, según cuenta Almandoz. Precisamente, el hecho de que pasaran tanto tiempo de tertulia en tertulia y de copa en copa conllevó a severas críticas de sus contemporáneos y también de los intelectuales de generaciones posteriores.

El periodista Fausto Masó, autor de uno de los escasos libros que tienen a Sabana Grande como personaje y protagonista de sus historias —Gran Café, que él mismo editó—, se refiere a todos esos intelectuales como “gente que fue víctima más del alcoholismo que de la bohemia”. Condena esta situación pues afirma que alcoholismo y literatura “se repelen”.

—Si usted es un borracho perdido lo que puede hacer es vomitar, no escribir; aunque escriba un poema el fin de semana —dice—. La República del Este tiene claroscuros. Tenía grandes elementos de farsa. ¿Quiénes financiaban todas esas borracheras?

Masó agrega que aquellas bacanales que se forjaban supuestamente en torno al proceso creativo eran mantenidas por el Estado, a pesar de que los republicanos del Este se llenaban la boca criticando a los gobiernos de turno y buscaban diferenciarse de los regentes de la República del Oeste.

El periodista Rafael Osío Cabrices considera que hay un mito alrededor de la República del Este, por lo que se cuestiona hasta qué punto realmente era útil para la producción cultural:

Quienes ahí se reunían, algo aprendían de las tertulias, pero cómo saber si eso afectó la producción cultural.

Mientras que Masó dice:

La bohemia es una forma de vida, no una producción cultural. Nadie es capaz de escribir novelas con la bohemia.

 

A CADA QUIEN LO SUYO

Eran pocos los caraqueños que tenían conocimiento de lo que ocurrió en los bares de Sabana Grande, por lo tanto el efecto que pudieron haber tenido las reuniones es más bien escaso. Quienes estudiaban Letras en la Universidad Central de Venezuela podían compartir con Adriano González León. Dice Osío Cabrices:

Podían hablar con él pero, sobre todo, caerse a palos con él, porque Adriano bebía mucho. De eso algo aprenderían… pero si eso se traducía después en libros, en arte, en música o en cine, yo no lo creo.

El periodista cree que hay una especie de leyenda que todavía pesa sobre Sabana Grande, cuando lo que de verdad ocurrió fue que quienes ahí se reunían cambiaron la pluma por la copa.

Ante las críticas que surgen por la poca producción cultural de los republicanos, Francisco Massiani alega que la República del Este no fue un movimiento literario, ni siquiera una peña. Era una excusa para reunirse con gente grata y amena, para compartir una que otra copa de buen licor. Nunca se quiso llegar más allá de eso. La vida se disfruta más cuando hay vino que compartir y ahí había mucho vino compartido. Aunque ya casi todos han muerto, se tiene registro de que la mayoría de los republicanos se refería a la República del Este en los mismos términos. La periodista y poetisa Miyó Vestrini, una de las pocas representantes femeninas en una república de aguardiente, escribió sobre Sabana Grande:

Es el único lugar de encuentro de amigos que se muestran solidarios entre sí, en esta ciudad-infierno donde todos estamos gobernados por las leyes de la violencia, de las trancas, del desorden. ***

A pesar de las justificaciones por la falta de producción cultural, Massiani es tajante al afirmar que en las letras nacionales fue un factor determinante la aparición del país de las barras. Incluso se atreve a asegurar que toda la literatura venezolana posterior ha sido posible solo a partir de las obras de los republicanos.

 

LA BOHEMIA UNE A TODO EL MUNDO

Carlos Noguera, autor del libro Historias de la calle Lincoln —recopila fábulas urbanas antes de que se convirtiera en bulevar— se refiere a la zona de Sabana Grande como un lugar al que acudían “los más jovencitos a ver de lejos a las estrellas”. Relata que la primera aproximación con los grandes de la cultura nacional se hacía desde lejos. Después de un tiempo lograban mezclarse con aquellos literatos y artistas, gracias a que la bohemia “une a todo el mundo”, sin distinción de edades, sexo, religión o tendencias políticas.

Tal era el caso de Mario Abreu, Premio Nacional de Artes Plásticas, quien se juntaba con los que apenas iniciaban sus estudios en la UCV, a pesar de tener edad suficiente para ser padre de muchos de esos chiquillos. Noguera cuenta que la relación con el artista plástico era tan cercana que los más jóvenes amanecían los sábado en su casa en el litoral central, cerca de Mamo. Estando ahí, el artista hasta les regalaba algunas de sus obras. “Era una hermandad realmente. No había barreras de ningún tipo”.

En el costado oriental del Centro Comercial del Este se erigía uno de los locales que fungía como punto de encuentro de la bohemia en todas sus expresiones: una librería que en más de una oportunidad hizo también las veces de taller y galería para los artistas que la frecuentaban. Incluso su nombre fue extraído de la literatura universal, al tomar prestado el de un texto clásico del irlandés James Joyce. La librería Ulises “servía de escenario a los ademanes placenteros de la bohemia”, rememora Carlos Noguera. En sus instalaciones solían reunirse los cetáceos miembros de El Techo de la Ballena pero también era posible encontrar a algunos de los caballeros de la Tabla Redonda.

Recuerda David Alizo sus años de novel escritor compartiendo “muchas horas de alcohol, diálogos y cantos” junto a “los más brillantes personajes de las nuevas letras venezolanas”. Para un joven de 22 años que buscaba relacionarse con el mundo de la literatura, “no existía en Caracas ningún otro lugar mejor, donde se reuniera la alta intelectualidad, como la librería Ulises de Sabana Grande”. Además de las tertulias, que eran usuales en muchos de los locales de la zona, en la librería Ulises también se hicieron algunas exposiciones, entre las que destaca “Homenaje a la Necrofilia”, de Carlos Contramaestre. Se vivían los primeros años sesenta cuando el ballenero decidió enfrentarse a la pacata sociedad caraqueña de aquel tiempo al mostrar obras (una serie de visceras de animales que enseguida se pudrieron) cuyos nombres insolentes eran un desafío: Erección ante un entierro, Beso negro, Estudio para verdugo y perro, Flora cadavérica, Lamedores de placenta. Apenas algunos de los rótulos que en 1962 causaron estragos entre los timoratos que no entendieron al Contramaestre que vivía la muerte, muriendo la vida.

 

LOS BOHEMIOS HUYEN DE SABANA GRANDE

Menos de dos décadas duró el reinado de la bohemia caraqueña en Sabana Grande. Tras la llegada del Metro de Caracas en 1983, ocurrió lo que el padre de los republicanos auguraba tiempo atrás: “Por ese hueco llegará la gente que nos echará de Sabana Grande” había dicho, entre copas, cuando apenas le habían comenzado a abrir la barriga a la avenida Lincoln para la construcción del subterráneo. Sus compañeros de barra lo tildaron de loco, según recuerda Massiani. Sin embargo, el discurso fue premonitorio.

Sobre la huida de la bohemia escribió Ramón Hernández en un reportaje del diario El Nacional publicado en enero de 2011:

La bohemia huyó hace tiempo de Sabana Grande y no ha regresado. Sigue en el exilio o escapada; mientras, la poesía, entre descuidos estéticos, se ha tornado más dura, más realista y cotidiana. Comprometida con la supervivencia, amanece de bala y sin chaleco.

Fue precisamente ese amanecer “de bala” una de las principales razones que empujaron a los republicanos lejos de la usual sede de gobierno. El mismo año en que se inauguró el Metro, Baica Dávalos, quien fuera uno de los miembros más asiduos de las barras republicanas, se enfrentó a un asaltante a la salida de la pizzería La Vesubiana, según  recuerda Sergio Dahbar. Ante el incidente, la policía se acercó al local para indagar sobre lo ocurrido y el escritor aclaró que se trataba de una discusión entre amigos. Cuando los guardias se retiraron, el ladrón embistió de nuevo y Dávalos lo enfrentó una vez más. Tras el segundo encontronazo, volvió la policía y se los llevó presos a ambos.

Estando recluidos en la cárcel, la valentía del asaltante se esfumó y se deshizo en lágrimas. Ante tan lastimera escena, Baica Dávalos se le acercó para decirle al oído:

—Yo soy mejor escritor que tú ladrón.

A pesar de la inseguridad, que fue incrementando con el paso de los años, durante algún tiempo más Sabana Grande continuó siendo lugar de encuentro para intelectuales y artistas. Dice Rodolfo Izaguirre:

Aquellos eran los añorados tiempos de la Cuarta República, en los que podía uno sentarse, lejos de cualquier ominosa presencia bolivariana, a tomar tragos sin peligro de ser asaltados o de encontrar la muerte.

Los bohemios estuvieron siempre muy ligados emocionalmente a un local en particular: la librería Suma, que desde mediados de los sesenta todavía permanece en pie, aunque muchos piensen que desapareció tras la llegada del buhonerismo a la zona. La amistad con el librero Raúl Bethencourt y su política de tener las puertas siempre abiertas y de fiar los libros a los clientes asiduos de Suma, hacían que los republicanos mantuvieran el contacto a pesar de las transformaciones de la zona (sobre Suma y Bethencourt, ver esta otra entrada del blog.)

 

 

*De La ciudad en el imaginario venezolano: De 1958 a la metrópoli parroquiana. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009.

**De su trabajo de grado sobre los grupos Tráfico y Guaire (UCAB, 2004).

*** Del artículo “La República del Este: revolución y sentido del humor” en El Nacional del 10 de mayo de 1975.