Eso puede ser una buena librería, un lugar para acogerse y recogerse. Un sitio apropiado para observar desde afuera y desde adentro, y luego escribir sobre el ambiente que se respira allí, los anaqueles y torres amasadas con paralelepípedos que se atraviesan en el suelo. El culto al libro impreso no decae con los nuevos artilugios de la electrónica, o al menos no parece ser así
Sebastián de la Nuez
Un reportaje sobre librerías de ensueño en el mundo apareció en El País Semanal en diciembre de 2013. Era un grupo de reseñas escritas por diferentes colaboradores, cada una dedicada a una librería en una ciudad diferente. Cada autor le impone a su texto su particular aproximación. Se nota que les han pedido su vivencia personal, el clima que han respirado; así, el colombiano Santiago Gamboa describe el aire denso, las torres de libros siempre al borde de caerse y ese rumor o eco de voces atrapadas en una atmósfera como de templo que es, para él, la principal característica de la librería Umberto Saba, de Trieste.
«Es un lugar maravilloso en un lugar que no carece de lugares maravillosos», dice mediante pleonasmos el novelista Juan Gabriel Vásquez sobre el local del Fondo de Cultura Económica que se encuentra en el centro cultural Gabriel García Márquez, pleno corazón de Bogotá: una librería con temperamento propio que ofrece un recorrido en curva lleno de felicidades.
La City Lights, bordeando el barrio chino de San Francisco y creada por el poeta Lawrence Ferlinguetti, es reseñada por la mexicana Guadalupe Nettel, limitándose a describir el recinto e ilustrar su relación con la generación beatnik. Por su parte, Vicente Molina-Foix anuncia su inclinación por las librerías abarrotadas —sobre todo las de viejo— «donde los libros acumulan saber y polvo formando torres que el lector curioso ha de sortear». No es el caso de la Waterstones sobre la cual escribe, donde para él, sin embargo, es un gozo saberse dueño de un espacio infinito. Son cinco pisos en Picadilly, Londres.
Cristina García Garza llama cafebrería a El Péndulo, de México DF: «Uno va a la librería por lo que busca, pero sobre todo por lo que no sabe que busca», dice la poeta. También figura La Central de Barcelona, España, sita en un edificio típico de pasillos estrechos y largos. Jordi Soler pasa de una sección a otra siempre acompañado por los rechinidos que produce a cada paso el suelo de madera.
Enrique Vila-Matas, a contracorriente de los demás, desprecia olímpicamente la que le tocó en suerte reseñar, Shakespeare and Company, por el engaño encerrado en ella. En cierto momento hubo un apoderamiento de la librería original que fundó la legendaria Sylvia Beach: al establecimiento que fue, hasta 1941, la mejor librería del mundo le birló su nombre un tal Georges Whitman en 1962, creando este equívoco que dura hasta hoy. Vila-Matas prefiere, en París, la Tschann, en el bulevar de Montparnasse.
Hay un librero en Cálamo, de Zaragoza, llamado León Vela. Solo su nombre bastaría para evocar una aventura dieciochesca adosada a este local creado por el emprendedor Francisco Goyanes en 1983. En Cálamo hay más de cuarenta jaulas, cuenta el periodista gallego Antón Castro, que contienen poemas, aforismos y sueños; y una escalera donde cada peldaño revela los afectos de la propia librería, de su dueño, con nombres de escritores pero también de artistas plásticos e impresores.
Por último, el novelista portugués Víctor Hugo Mãe se da una vuelta por la librería sagrada, Lello & Irmão, en Oporto. El lugar es tan bello que sacraliza los libros. «Hace cien años que la Lello es estación de partida hacia temas y lugares», escribe Mãe.
En la próxima entrega de este tipo que haga El País Semanal, si es que se lo proponen, debería estar incluida La Central de Callao, en Madrid. Recientemente ha sido refaccionada parcialmente, sobre todo su cafetería. Es un sitio para pasarse un buen rato. Casi todos los días laborables hay algún acto cultural. Ofrece talleres y cursos. La Central “es una pasada” dicen los madrileños. Hay mucho de provecho en sus escaleras, en sus recomendaciones, en la modesta publicación que reparten gratuitamente y en la salita del segundo piso donde uno puede descansar mientras hojea un buen libro. El mejor libro posible.
Imagen destacada:
Espacio interno de La Central de Callao (Madrid), con sus nuevos colgantes y las paredes donde se entrecruzan nombres de literatos en relieve. Ver nota anterior sobre La Central aquí.
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