Germán Carrera Damas, optimista

Germán Carrera Damas afirma, en los escritos que envía a través del correo electrónico, que nunca la democracia ha sido tan fuerte en Venezuela como durante los tiempos actuales. Parece una contradicción, una ironía, pero así piensa una persona que ha estudiado la historia de Venezuela a profundidad. En esta entrada, un resumen de sus últimos artículos, que suele enviar por internet. A estos tiempos, por cierto, los denomina «fase terminal de la dictadura militar-militarista que degrada el nombre de Simón Bolívar»

 

Germán Carrera Damas

La democracia en Venezuela puede ser recordada —no ya anhelada o imaginada, como para su infortunio ocurre en pueblos hermanos latinoamericanos— y ello implica algo esencial: que la democracia, para el pueblo venezolano, no solo es una aspiración activa estimulada por un líder, por un partido o desde el legítimo poder público sino que es aspiración-determinación que brota desde su arraigo popular y que se sobrepone a toda suerte de trabas (violentas o apaciguadoras, deliberadas o resultantes de infundadas posturas científico-políticas).

El 6 de diciembre de 2015, con motivo de las elecciones legislativas, el pueblo venezolano votó por la recomposición de la hasta entonces choreta Asamblea Nacional. La dictadura militar-militarista actuó como cabía esperarlo. En la reciente elección (la del 20 de mayo de 2018, viciada) se produjo una demostración del arraigo popular de la democracia en el pueblo venezolano: no sólo se reiteró tal voluntad democrática sino que se manifestó con énfasis y dando pruebas de lucidez. Se confirmó el hecho histórico ya corroborado en 2015.

La única preocupación históricamente probable, dado lo demostrado por el pueblo venezolano, no consiste ahora en interrogarnos sobre cuál será nuestro porvenir como nación históricamente recién nacida. Consiste en estimular la demostración de determinación democrática del pueblo, probadamente decidido a constituirse como la primera sociedad genuinamente democrática de América Latina. Tal es el compromiso con nosotros mismos que hemos asumido los venezolanos. Tal será el resultado de su ejemplar cumplimiento.

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MENSAJE ANTERIOR (antes del 20M)

Hace poco más de 70 años los venezolanos estrenamos nuestro ejercicio de soberanía popular, en elecciones convocadas por la Junta Revolucionaria de Gobierno con la cual culminó la revolución iniciada el 18 de octubre de 1945. Tales elecciones las rigió un estatuto electoral que prescribió el sufragio directo, universal y secreto. Esta experiencia, nunca antes vivida por los venezolanos, se realizó bajo el control y la guardia de un Consejo Supremo Electoral democráticamente constituido.

El resultado de esa novedosa experiencia, sometida a muy difíciles y sanguinarias pruebas, fueron cuatro décadas de democracia que consolidaron la conciencia de necesaria participación del ciudadano.

Sobreponiéndose a todas las arterías, nació entonces en el venezolano la que ha llegado a consolidarse como una poderosa creencia: la que vincula el ejercicio electoral con la vigencia de la democracia. Esto ha sido así hasta el punto de que tiranías y dictaduras militar-militaristas no se han atrevido a prescindir del principio de soberano popular, confiando en que la conciencia democrática del ciudadano venezolano podía ser manipulada, a la par que se subvertían las instituciones, para dar una apariencia de legitimidad a su empresa de saqueo del erario público y de corrupción de la vida política.

Aconsejados por servidores civiles, tiranos y dictadores militar-militaristas, desde 1948 pusieron empeño en presentar ante la opinión pública un semblante de legitimidad valiéndose de la manipulación de la arraigada convicción ciudadana sembrada por la democracia. Sin embargo, tal convicción se ha preservado desde 1946. Pero como sucedió con la dinamita —inventada para aliviar el trabajo humano y convertida en lo que para entones fue el más eficaz poder destructivo—, el ejercicio de la soberanía popular ha sido pervertido.

Seamos claros, a ver si con  ello aprendemos a ser valientes. Los venezolanos nos hallamos hoy ante una maniobra groseramente continuista, mediante la cual  se nos incita a cohonestar, llevando la honestidad hasta la candidez, participando en una farsa electoral en la cual destacan dos candidatos  unidos por el origen, entre los cuales uno representaría la oportunidad de hacer bien lo que hizo mal y el otro ofrece lo mismo, solo que envolviéndolo, como solía decirse en la fase precedente del actual despotismo, en papel de seda.

La democracia representada por la república ha demostrado poseer la lucidez y la tenacidad que la ha hecho capaz de enfrentar con éxito, durante casi dos décadas, el despotismo reencauchado que se intentó vender como Socialismo del Siglo XXI.

Derrotado, como ha sido, por el pueblo democrático, el despotismo procura que la lealtad de ese pueblo a los valores de la democracia juegue a su favor, induciéndole a pensar que ejerciendo su soberanía preserva los valores de la misma, aun cuando la hagan servir a su negación.