“El éxito de un artista no lo refleja la venta de su obra”

Carlos Castillo durante la entrevista concedida en noviembre de 2012.

Carlos Castillo ha evolucionado de cineasta Súper 8 y uno de los máximos promotores del formato en Venezuela —durante varios años organizó el único festival especializado del país— al videoarte. Estuvo este año en ArcoMadrid junto a tres venezolanos más pero él sigue viviendo hoy en Caracas, exactamente en Prados del Este, donde trabaja. Carmen Araujo Galería lo representa y, ahora, Henrique Faría lo ha invitado a exponer en Nueva York. En YouTube puede verse una entrevista que le hizo Iván Loscher con motivo de su participación, hace años, en una edición del Festival de Cannes. De Carlos Castillo es muy conocida su videoescultura del asta de bandera oxidado de 3 metros y medio de alto, con un monitor de TV en lo alto mostrando un video donde ondeaba la bandera de Venezuela. En su evolución, dice Castillo, ha mantenido una preocupación social. Dice que siempre recuerda que sus amigos lo apodaban El Recogelatas: muchas de sus obras de videoarte tridimensional tienen componentes muy cotidianos y desechables, como torres de latas tomadas de la calle. Una vez filmó la caída libre de una cámara desde lo alto de una de las torres de Parque Central. Eso fue en 1980. No practicó antes esta posibilidad del videoarte porque “no había ni medios ni recursos en Venezuela para eso” mientras que el Súper 8 era barato y accesible. Ahora hay un par de jóvenes de la Escuela de Arte de la UCV que están haciendo su tesis de licenciatura sobre su trabajo. Esta entrevista la realizó la estudiante Gabriela Rengifo para la cátedra Entrevista Periodística (UCAB, Comunicación Social) en noviembre de 2012. Rengifo vive hoy en Gran Canaria (Islas Canarias, España) y mantiene este blog

 

Gabriela Rengifo

En la década de los 80, Carlos Castillo utilizó el formato Súper 8 en diferentes manifestaciones artísticas y en cine. Su primer premio lo ganó en tercer grado de primaria: un pequeño diploma que recibía el estudiante que realizara el mejor trabajo de artes manuales. La obra consistía en una pieza de madera con dos hendiduras para poner los lápices, pintada de verde y amarillo en los bordes; en el centro, una imagen que recreaba las corridas de toros a las que asistía con su padre en el Nuevo Circo de Caracas.

Castillo es un artista multidisciplinario y en los ochenta, durante el boom del cine venezolano, perteneció al grupo que le dio vida al cine en formato Súper 8. A partir de 1976 había comenzado a filmar películas en Súper 8 y a partir de 1982 utilizó este formato de película en otras manifestaciones como su performance Interacción S8 Realidad y su conocida videoescultura La Bandera.

¿Cómo llegó a hacer cine en Súper 8?

─Yo vengo de una secuencia, donde a través de distintos medios, soportes, disciplinas, o como quieras llamarlos, me moví. Entre, por ejemplo, la escultura, haciendo esculturas en hierro soldado; después me pasé para el cemento ─la incorporación del hierro al cemento─ con la intención de hacer integración de la escultura a la arquitectura. En eso me fue maravillosamente bien, buenísimo, me gané todos los premios que había que ganarse en todos los salones nacionales. No vendía nada, pero perfecto, todavía no creo que el éxito de un artista lo refleje la venta de su obra.

Y, pues, un buen día apareció en la prensa una convocatoria que decía: “Invitación abierta al primer festival internacional de vanguardia de cine Súper 8”. La palabra “vanguardia” en aquel momento era la palabra más progresista, más comprometida, y yo era así. Entonces pregunté, me informé, pedí una cámara e hice una primera película.

¿Cuál fue esa película?

─Se llamaba Matiné 3:15. Matiné era la función a la que uno iba de niño, antes las películas eran: matiné, vespertina, intermediaria y noche, y había otra que se llamaba vermut, que era a las once de la mañana; pero de niño a la que siempre me llevaban era matiné y me pareció adecuado ponerle a mi primera película Matinés 3:15.

Para esa época, el cine era de una manera particular: primero pasaban unas imágenes fijas, diapositivas, unas imágenes que eran publicidad de un carro o lo que fuera; después pasaban tráileres de películas que iban a pasar luego u otros días, como ahorita, y después la película. Yo hice exactamente lo mismo: hice mi película con fotografías primero, después hice unos tráileres de películas y después cuando venía la película: la película no existe.

La película es una narración de quince personas, sentadas todas iguales, una por una, y cada quien va echando un cuento, que no necesariamente está vinculado el uno con el otro, de una historia que no existe. “Yo estaba en el piso siete de mi apartamento y de pronto me asomé en el balcón y vi que no había nadie en la plaza”, “mi nombre es Juan, yo soy policía y me pareció que había sospechosos en la esquina” y así van construyendo una historia absurda pero que cada quien empieza a tratar de armar.

¿Cómo fue el proceso de realización de esa primera película?

─¡Eso fue un delirio! Primero porque yo no sabía, no tenía idea… O sea yo intuía, además, mi padre era médico pero hizo películas por afición, le encantaba, deliraba con eso. Entonces yo pues también, no era nada distante de eso porque estaba la cámara de cine ahí y a veces me decía “tráeme los rollos, el trípode”, yo lo ayudaba con cualquier cosa, y era un lenguaje más o menos cercano. Pero yo, por ejemplo, no sabía que las películas tienen distintas emulsiones, eso quiere decir que en las películas hay luz natural, luz artificial, que hay que usar unos filtros para que la luz sea más o menos igual, unas van pigmentadas, etcétera, y yo compraba los rollitos en la farmacia, “oye, se me acabaron los rollos, bueno, ve y cómpralo” y traían los que fuera y seguía trabajando con eso. Entonces, tú ves en la película unos cambios, unos saltos rarísimos porque usábamos películas que no eran de la misma… Igual con los movimientos de cámara, no sabía cuál era el zoom, entonces de pronto quería hacer un zoom back y lo hacía al revés. La película está cargadísima de eso, que le da además una frescura, una irreverencia, o sea, un abordaje totalmente diferente de lo que era el cine y mucho más para ese momento que el cine era una cosa más que rigurosa, formal,  y más en Venezuela que los cineastas estaban empezando, por primera vez recibían este dinero del Estado.

Había una temática muy fuerte, las guerrillas; de hecho, las primeras películas venezolanas, todas, eran políticas, de guerrilleros; y nosotros no teníamos absolutamente nada que ver con eso, estábamos detrás de una propuesta: primero, mucha audacia en cuanto al tratamiento, no cumplíamos con los patrones; después, una intención de apropiarnos de un medio realmente para proyectarnos con nuestro trabajo con estos bagajes que teníamos: yo como artista plástico, Diego Rísquez como esto y el otro como lo otro, utilizando un nuevo soporte. Por eso fue tan distinto, definitivamente. Tanto que, incluso, se creó, yo no lo llamaría separación porque nunca estuvimos muy ligados, pero sí una brecha entre el cine convencional, el cine industrial, o como lo quieras llamar, y el cine nuestro, el cine de autor.

Carlos Castillo en una foto reciente enviada por él mismo.

El cine en formato Súper 8 se enfocó en una temática y una estética diferentes a la del cine industrial de los ochenta. Por tratarse de un formato casero fue difícil para sus creadores hacerse un lugar dentro del cine nacional venezolano, pero una vez que entró al Festival Nacional de Cine, se constató su valor y la calidad al recibir distintos galardones. Posteriormente surgió, por iniciativa del cineasta Julio Neri, el Festival Internacional de Cine Súper 8 en 1976. Se celebró durante catorce años consecutivos, los primeros seis a cargo de Neri y de su esposa, Mercedes Márquez. Carlos Castillo llevó a cabo  la segunda etapa del festival.

─¿Cómo llegó a dirigir el Festival Internacional de Cine Súper 8?

─El Festival Internacional de Cine Súper 8 era de un nivel que hasta la Guardia Nacional estaba en los museos y en la Cinemateca para parar a la gente. Cientos y otros tantos más de personas se presentaban a ver las películas, pero se hacía una vez al año, los primeros seis años lo hicieron Julio Neri y Mercedes Márquez, su esposa, quien falleció lamentablemente, y cuando él decidió cambiar lo que estaba haciendo para meterse en una cosa de video me dijo: “Mira, si tú quieres seguir con el festival, encárgate porque ya yo no lo quiero más”. Le dije: “Yo sí me quedo con el festival porque esto no se puede quedar aquí”. Lo agarramos e hicimos ocho más y aprovechamos de cambiar un poco la orientación que traía Julio, que era excelente, pero nosotros éramos otro grupo y otras personas que veíamos la cosa también, ya estábamos metidos en eso y lo hicimos.

 

OTRA ETAPA

Castillo, como artista multidisciplinario, no dejó de realizar obras en otros formatos mientras trabajó con el Súper 8, sino que, además utilizó el formato en otras manifestaciones artísticas.

Cuando agarré el festival, seguí haciendo películas pero ya no iba a competir, entonces decidí usar el festival para hacer mis interpretaciones.

Fue así como el acto de apertura del festival se convirtió en una manifestación artística que incluía videos en Súper 8. Interacción S8 Realidad era el nombre del performance o interpretación, un evento en el que Castillo proyectaba un video e interactuaba en vivo con lo que estaba proyectado.

¿Y los festivales cómo eran? ¿En qué consistían?

─Al primer festival [de la segunda etapa] trajimos a Rubén Blades como jurado, tengo una película de Rubén inédita que le hicimos cuando estuvo aquí. Eso era, entonces, el evento cultural que duraba una semana y bloqueaba a Caracas. Era una celebración, más que una fiesta, porque yo recibía doscientas películas pero la competición internacional no podía proyectar todo eso porque teníamos solamente cinco días. Entonces se hacía una selección que se le daba al jurado para que dieran tres premios iguales: primero, primero y primero. El resto de las películas que no habían sido aceptadas se pasaba todos los días en una función continua desde las tres de la tarde hasta las siete de la noche y los jurados, además, tenían la potestad de ir, ver películas de esas y, si les gustaban, seleccionarlas y someterlas al jurado también, o sea, no había rechazo, era simplemente darle una bienvenida a cualquier persona que hubiese hecho un trabajo e invertido, aunque fuera poco dinero; eso tenía que verlo alguien.

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A pesar del recelo con que fue recibido, el cine Súper 8 tuvo reconocimiento y trayectoria en Venezuela y el mundo. Los denominados superocheros popularizaron una manera distinta de hacer cine en los ochenta, le dieron mayor accesibilidad a la creación cinematográfica y un espacio de difusión para quienes estuvieran interesados en hacer un cine considerado alternativo para aquel momento.

¿Qué hizo en la década de los ochenta además de Súper 8?

─El performance y el video, pero no como pieza audiovisual sino como videoarte. Yo en el 83, en una invitación de un salón de arte, en una galería que se llamaba Galería Alternativa, hice la primera videoescultura que está registrada en Venezuela, que se llama La Bandera. Había una exposición que era como la alternativa al salón oficial, éramos también los artistas que no andábamos por los mismos caminos en arte. Yo lo que cambio es el medio, pero mi acercamiento al arte es el mismo.

¿Hizo algún trabajo documental?

─Una vez mi hermano me propuso filmar a un artista que se presentaba en una galería de la que él era socio. En ese momento me propuse una tarea: grabar a todos los pintores de paisajes que estaban vivos. Desde Cabré y Pedro Ángel González, hasta los más jóvenes, Obregón, Quintero. Los grabé a todos porque las personas conocen la obra pero no conocen al artista. Eso es un archivo documental inédito que yo tengo.

Luego, hace cuatro años más o menos, hice una serie que se llamaba Las manos de Venezuela, que trataba de artesanos contemporáneos, no de muñequitos, artesanos que trabajan la parte urbana. Encontré artesanos urbanos que no tienen los mismos principios de donde arranca la artesanía tradicional, por ejemplo, tengo un hombre que en Catia hace las reparaciones de las micas de los carros; hay otro, que agarra la Bora que crece en el embalse La Mariposa, la pone a secar y con eso elabora carteras y correas. En total hice veinte capítulos para los que me contrató una productora y creo que finalmente los transmitieron por Tves.

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El pasado 6 de noviembre, Carlos Castillo cumplió setenta años y recibió como regalo una de las invitaciones que se entregaron en 1986 cuando el Festival Internacional de Súper 8 cumplió diez años. Hoy, después de veintidós años de haberse celebrado el último de estos festivales, se constata el valor del cine Súper 8 en Venezuela y su trascendencia.