Así empezó El Sádico

Junto a El cojo ilustrado y Fantoches, El sádico ilustrado ha sido uno de los puntos más altos del periodismo de humor en Venezuela. Hoy, cuando el país ha perdido su sonrisa por culpa de la tragedia chavista, es sano recuperar la memoria de una revista que se metía sin miramientos con los políticos en el poder y se burlaba de los remilgos morales de la gente: no pasaba nada de particular por ello

 

Sebastián de la Nuez

Uno de los impulsores de la legendaria revista murió recientemente, el 14 de agosto, en Caracas: Héctor Rodríguez Bauza. Ese día, Américo Martín destacó en un tuit su papel como líder universitario de la generación de 1952, que dirigió la huelga contra Pérez Jiménez. «Firme opositor al actual régimen, un gran venezolano que ya no está con nosotros», agregó Martín.

Ese líder habló para un programa de radio en la emisora RCR 750 a mediados de 2009 pero la idea no fue tratar de dictaduras y rebeldías,  sino sobre su participación —clave, desde luego— en el nacimiento y desarrollo del quincenario El sádico ilustrado. Fue entrevistado en su apartamento de Valle Abajo. Narró que la idea nació por su amistad con Agustín Lisbona. Ambos entablaron relación porque, cuando Rodríguez Bauza fungió como secretario de la fracción parlamentaria del MAS en el Congreso nacional, entraron en contacto para editar una colección de libros llamada «Parlamento y socialismo», y otra que habría de llamarse «Venezuela contemporánea».

En el Congreso nació, pues, la confianza entre Rodríguez Bauza y Lisbona. Y con la confianza y las conversaciones, la idea de sacar una revista de corte humorístico. No sabía a ciencia cierta, Rodríguez Bauza, quién fue el de la idea; solo que surgió. Y que Pedro León Zapata fue, desde el primer momento, el candidato ideal para dirigirla. Y fue Zapata, precisamente, el ideólogo del nombre que habría de quedar para la historia: El sádico ilustrado.

Después se hizo una lista de colaboradores. Querían que la revista tuviera cierto aire intelectual, por eso se reclutaron apellidos como Cabrujas, Monasterios y Lerner. Así empezó el ventetú pues la promesa de la paga por colaboración resultaba, para finales de los años setenta, una verdadera «boloña»: 500 bolívares por entrega. Dando y dando.

El factor fundamental fue, según Rodríguez Bauza, ese español de origen y venezolano de querencia, Lisbona, emprendedor de garra y propietario de la marca Publicaciones Españolas, una distribuidora que le dejaba buen dinero y le permitía financiar con holgura este proyecto. Primero funcionaba, la revista, en el sitio mismo donde tenía su sede la distribuidora —un edificio frente al liceo Andrés Bello—. Luego se mudó al edificio El Universal, en la avenida Urdaneta.

La capacidad para la improvisación de Zapata era proverbial. Siempre tenía un dibujo con gracia a punto de salir de su lápiz allí donde sobraba espacio y faltaba humor. La diagramadora le decía, por ejemplo, «mira, me queda un espacio de tanto por tanto», y Zapata lo cubría.

Había poca capacidad en las imprentas criollas para adaptarse a las exigencias de los editores de El sádico, se declaraban incapaces de publicar una revista de tales características cada quince días. De modo que Lisbona buscó en España, donde sabía con quién podría contar. Y en efecto consiguió una empresa dispuesta a recibir los materiales, vía Iberia, el jueves por la noche; y el martes en la tarde estaba, igualmente vía Iberia, la revista en Caracas a todo color, en magnífico papel satinado.

Desde el primer número tiraron unos cuarenta mil ejemplares, lo cual habla de las aspiraciones. El hijo de Zapata, Helios, quien llevaba sus colaboraciones a El Nacional, también recogía las de los colaboradores de El sádico; en ese tiempo no había internet. Para Rodríguez Bauza, la revista inició el destape sexual en Venezuela, con gente como Monasterios y Garmendia haciendo chistes de subido tono y desparpajo pedófilo, como aquello de «Elogio del pedo». Se despertaron ciertas reservas moralistas antes que políticas.

En cierto momento, Lisbona quiso sacar una revista de historia y le dedicó todos sus esfuerzos a ese proyecto. Y allí comenzó el declive, pues el apoyo del editor era fundamental en la empresa. Quizás sintiera que lo del destape sexual había ido demasiado lejos.

Hasta un crucigrama había y lo armaba nada menos que Antonio García Ponce.