
Felipe González, anoche en Casa de América, escuchando a Juan Luis Cebrián (en penumbras).
Este lunes 17 de septiembre se abrió un seminario en Casa de América donde estaban, entre otros, Felipe González y el juez Baltazar Garzón. En el primer foro, moderado por Juan Luis Cebrián (El pianista en el burdel), se habló sobre todo de Brasil. Flotó en el ambiente cierto aroma a rescate. Luiz Inácio Lula da Silva, según los oradores, ha sido una víctima de una gran confabulación
Sebastián de la Nuez
Felipe González, uno de los líderes de la transición española, el estadista que sacó adelante a España en los ochenta a pesar del terrorismo y de la precariedad económica, parecía anoche el vocero oficial del expresidente brasileño Lula da Silva. Un tanto torpe su figura disminuida a su ya provecta edad, el expresidente del gobierno español (1982-1996) recitó un guion planeado de antemano: Lula no es un caudillo, eso a lo que tan acostumbrados están los iberoamericanos, sino un líder de verdad, uno que fue capaz de sacar de la pobreza a 35 millones de brasileños para convertirlos en ciudadanos vía la titularización de sus favelas. Lo que ha sufrido Lula es producto de una confabulación de sus enemigos en la cual, cómo no, los medios de comunicación tienen arte y parte. Además, está el elemento de la judicialización de la política.
—Para mí, la esencia de un sistema democrático es la aceptabilidad de la derrota —anotó González.
He allí la raíz del problema en el caso de Lula, según la lectura de FG. Formó parte del primer panel del seminario “Una alerta progresista para fortalecer la democracia y el orden multipolar” junto a Celso Amorin (llegó tarde, fue ministro de Exteriores de Lula), Gaspard Estrada (llegó a tiempo, director del Observatorio Político de América Latina y el Caribe en una universidad parisina) y Juan Luis Cebrián, quien jugó el papel de moderador e intervino solo para acicatear la discusión. Pero en realidad no hubo discusión pues todos estaban de acuerdo en que Lula es una víctima. Cebrián es un icono del buen periodismo español de la transición, ligado eternamente a El País.
Estrada hizo notar que Lula había aceptado su derrota, durante su carrera rumbo al poder, en tres ocasiones. Hizo un breve recuento del proceso que llevó, supuestamente, al rompimiento de una ilusión de armonía al ritmo de samba. Un consenso entre las diversas fuerzas políticas que llega hasta 2014, cuando el candidato que obtuvo el segundo lugar no aceptó su derrota. A partir de entonces se fue al garete la convivencia democrática. Hubo problemas económicos. Dilma Rousseff fue al Congreso en 2015 a proponer medidas para paliar el déficit fiscal y salió con las tablas en la cabeza: fueron rechazadas, ella y sus propuestas. Las condiciones de convivencia social se rompieron también, y las pasiones a favor y en contra de la Rousseff se exacerbaron. Ahora hay una gran polarización, habiendo aparecido en el escenario una fuerza con posibilidades, la del candidato derechista Jair Bolsonaro, quien hace poco, por cierto, recibió un navajazo.
Por su parte, Amorin habló de un golpe en toda regla contra Lula. Tenía demasiada popularidad; además, tenía en contra a Estados Unidos (dijo más o menos que la América profunda que votó a Trump no quiere otra potencia en el continente, y se supone que la gestión de Lula conduciría hacia la consolidación de ese otro liderazgo) y a la cadena O Globo. Dos enemigos de postín. Hizo hincapié en la influencia de la televisión sobre el imaginario colectivo. En general, Amorín habló poco y resultó pobre en sus argumentos.
Debe decirse que durante todo este foro no se mencionaron en ningún momento los sustantivos o marcas Lava Jato, Petrobras ni tampoco Odebrecht. Ni una sola vez. Apenas se aludió al régimen de Nicolás Maduro en una ocasión, de pasada.
El siguiente foro estuvo más bien descuadernado. Lo salvaron el juez Baltazar Garzón con sus precisiones sobre la violación de los Derechos Humanos en América Latina, y una feminista emprendedora, entusiasta y de buenas intenciones aunque de escaso contenido en su disertación: Renata Ávila, directora de la Fundación Ciudadanía Inteligente. Los otros dos que intervinieron, el politólogo gringo Alexander Brieg y el periodista argentino Pedro Briegel, resultaron mentes trasnochadas de la izquierda borbónica y no merecen mayores comentarios. Uno de ellos puso como ejemplo de unidad latinoamericana a Unasur.
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