
Patricio Pron, a la izquierda, y Juan Villoro, fotografiados el 15/10/2018 en Casa de América.
Anoche estuvieron el argentino Patricio Pron y el mexicano Juan Villoro hablando de fútbol, palabra y acción, VAR (o videoarbitraje) y bar de la esquina para discutir si fue penalti o no. También hablaron, al final, de una querencia compartida: Ricardo Piglia. Fue en Casa de América y con esto quedó inaugurado el Festival Eñe 2018
Sebastián de la Nuez
Hay personas que asisten a sitios públicos con el preciso cometido de compartir sus miasmas. Es penoso pero habría que preguntarles: ¿por qué no se quedaron en casa a buen resguardo, usted y su catarro? Pero no. Andan ufanas de un lado a otro, desalmadas como esta anciana, su nariz un géiser incontenible, estratégicamente situada en la segunda fila del salón Simón Bolívar de Casa de América. Hay que andarse con ojo cuando comienza el frío en Madrid. A tres pasos del grifo de mocos, Patricio Pron —su último libro, lo anuncia hasta en su Twitter, se llama Lo que está y no se usa nos fulminará— y Juan Villoro —El testigo, Dios es redondo, etcétera— hablaron de fútbol y de la palabra que lo acompaña. Hablaron de los réferis. Hablaron de la violencia de los hinchas argentinos. Fue la inauguración del festival Eñe 2018 y quizás Luisgé Martín —nunca se sabe a qué se debe la G— no fue tan feliz en su presentación, sobre todo al poner a Villoro por encima de Pron como contador de historias a viva voz (cosa que, dicho sea de paso, es absolutamente cierta: el mexicano es un verdugo en ello, y jamás pierde la gracia).
Ambos son germanófilos. Ambos son exitosos cronistas. Pero Villoro hubiese sido futbolista de no ser porque se le opusieron, como a Fontanarrosa —el que escribió que, al llamar por teléfono, alguien había discado unos números en total desorden—, dos defectos: uno era su pierna izquierda; el segundo, la derecha. Militó en Los Pumitas, de pequeño (si alguna vez fue pequeño). Luego encauzó su afición a través del Necaxa, un equipo nacido al calor del sindicalismo electrificado cuyos componentes se jactaban de no cobrar. Unos perdedores natos. Y por los avatares de las ligas o del negocio fueron a establecerse a la provincia de Aguas Calientes, bien lejos de la calle donde Juancito se aficionó a seguirlos y admirarlos. Querer cambiar de club es como querer cambiar de infancia. Ha persistido hasta el sol de hoy con el Necaxa aunque mal pague. Ahora, el Necaxa, o Los Rayos, que también se les llama así, es un club muy seguido por los japoneses que viven allá, en Aguas Calientes, trabajando en la industria automotriz.
En fin: habló Villoro de aquello de echar relajo, tan mexicano. Que el fútbol es una excusa para eso. Habló más que Pron, quien hacía más bien preguntas. Habló Villoro de cómo el fútbol se celebra a sí mismo, del papel de la radio cuando la TV aun no transmitía los partidos, de aquel legendario locutor que era un auténtico rapsoda: convertía cualquier partido gris en la Guerra de Troya o largaba disparates sin pausa ni parpadeo, como lo de las camisetas del equipo soviético. Decían, atendiendo al alfabeto cirílico, por Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, CCCP, pero el tipo afirmaba que eso quería decir Cucurrú-Cucú Paloma.
Ya en el Mundial del 62, Juancito veía jugadas sin verlas. Se las imaginó con la pura virtud de las palabras de aquel emblemático contador de partidos. Pron, por su parte, habló de Rosario, el sitio donde nació Messi y cuyo equipo principal es seguido por unos hinchas realmente violentos. Ambos intercambiaron sobre esa mina inagotable que unen palabra y heroísmo en la cancha, futbolista y leyenda. Se cuenta la jugada y, al hacerlo, se demuestra una vez más una verdad incontestable: las palabras pueden crear una realidad alterna.
En absoluto agotaron el tema de la relación entre el periodismo —o más ampliamente entre lo literario— y el fútbol. Fue un mano a mano arbitrariamente ejecutado, pero entretenido. Se pusieron a hablar de Piglia al final porque a Villoro se le ocurrió, ya que ambos habían participado hace algún tiempo en un homenaje al escritor fallecido en 2017. Ricardo Piglia y su último libro, Los casos del comisario Croce. Ricardo Piglia sabiendo que un cuento narra dos historias, no una, y quien, fiel a sí mismo, en vez de echarse en brazos de la depresión por el avance inexorable de su mal, alumbraba su último libro por telepatía: con los ojos le dictaba a una computadora sus casos policíacos.
Villoro, quien hace unos días metió la pata diciéndole a un periodista que no tenía suficientes «elementos» para opinar sobre la tragedia venezolana (un país donde tiene amigos y gente que le sigue con devoción), no tuvo necesidad anoche de abordar temas políticos, aun cuando los rozó. No es su fuerte. Su fuerte es contar historias, lo cual ya es decir bastante. Al menos, con sus palabras aplacó la catarata de mocos apostada en segunda fila.
Deja una respuesta