De El Batey a Chacao

Petkoff en 2016, en su casa, fotografiado por G. Di Loreto.

Teodoro Petkoff, una figura primordial en el panorama político venezolano, acaba de fallecer en Caracas, el 31 de octubre. He aquí una semblanza del Teodoro juvenil, el de las caimaneras de béisbol y también aquel a quien le llamaron la atención, desde muy temprano, las diferencias de clase. Es el segundo extracto que se publica en este blog del primer capítulo de una tesis estudiantil con gran valor documental: la estudiante Daniela Mejía B. la escribió a partir del propio testimonio de Petkoff, el de sus familiares, allegados y mujeres con quienes compartió afectos

 

Daniela Mejía Barboza Foto: Giuseppe Di Loreto

La temprana infancia de los niños Petkoff transcurrió como la de cualquiera en la zona, todos hijos de moledores de caña del Central: jugando, corriendo por allí, trepando árboles y bañándose en las frías aguas del río Torondoy. Como en El Batey no había escuela, la tarea de educadora le quedó a la propia madre. Ida enseñó a leer a sus tres hijos antes de mudarse a Caracas, donde podría escolarizarlos. Teodoro no sabría definir si su gusto por la lectura fue un hábito naturalmente adquirido o inculcado en el hogar, pero confiesa que —a diferencia de sus hermanos menores—ha sido un lector voraz. No obstante, recuerda que su madre, al percibir este interés, alimentó en él el apetito por la lectura a través de recomendaciones acorde con su edad y sus intereses.

Mamá era una gran lectora, igual que yo, pero curiosamente los morochos no. Así que no sé si soy lector por mí mismo o por influencia del hogar. Para decirlo exageradamente, creo que mi gusto por la lectura es desde que nací. Yo no me acuerdo de mí mismo ocupando mi tiempo libre en otra cosa que no fuera leer.

En casa de la doctora y el ingeniero siempre hubo una nutrida biblioteca, independientemente del lugar donde vivieran. Una biblioteca que despertaba la admiración del joven Teodoro, quien se inició con obras de Alejandro Dumas y Julio Verne. Ya de adolescente, su veta izquierdista fue alimentada por Los Miserables de Víctor Hugo y la pluma del padre Hawlett Johnson, “un anglicano que fue a la Unión Soviética y creyó todas las mentiras que le dijeron”. A través del libro Poder Soviético del dean de Canterbury, Teodoro encontró en el modelo revolucionario las respuestas a las situaciones con las que en su vida se había topado.

Yo lo tomé de la biblioteca de mis padres y, bueno, ahí empecé a creer que la Unión Soviética era el paraíso sobre la Tierra. Era un libro ditirámbico. Aunque años después descubrí que la Luna no era pan de horno, en ese momento, teniendo yo entre 10 y 13 años, leí ese libro y quedé deslumbrado. Yo quería eso para mi país.

La libertad de El Batey se vio interrumpida por la necesidad de encontrar una escuela para los niños; además, Petko estaba realizando gestiones para trabajar en el Ministerio de Fomento. Transcurría 1940 y Teodoro acompañó a su padre a la capital a “tantear el terreno”. Las gestiones por el nuevo empleo prosperaron y el pequeño Teodoro, de 8 años, empezó a asistir al Colegio San Pablo, en Caracas. Un año después viajó el resto de la familia.

Luego de varias mudanzas, la familia Petkoff Maleç se estableció en la urbanización Bolívar, entre Campo Alegre y Chacao. Para ese entonces Chacao era un pueblito aledaño a Caracas. Para llegar había que pagar una locha al autobús que te dejaba en Chacaíto y de ahí, otra más para llegar al Country Club y Campo Alegre. En conversación con Alonso Moleiro, Teodoro rememora que hasta una alcabala había que pasar por la zona de la quebrada (Moleiro, 2000, p.27).

La última parte de su infancia y la adolescencia en Chacao transcurrió entre los juegos de pelota en el Estado Leal —Petkoff recuerda con jovialidad el hecho de que la gente no pudiera pronunciar la palabra stadium y consagrara el lugar como el vigesimoprimer estado de Venezuela. En ese espacio, por donde hoy pasa la avenida Libertador, se encontraban los equipos aficionados del barrio El Pedregal y la clase media alta de Chacao. Allí, Teodoro, hoy fanático de los Tiburones de La Guaira, desarrolló su pasión por el béisbol.

El Estado Leal también fue el lugar donde se encontró de nuevo con las grandes diferencias entre clases que existían en Venezuela, pues mientras él y sus amigos regresaban a regocijarse en el confort de las quintas, otros debían irse a los ranchitos de El Pedregal.

Yo tuve una infancia, se puede decir, muy democrática. Al Estado Leal o Estadio Leal iban los muchachos del barrio El Pedregal, a quienes nosotros les decíamos “los negritos de Chacao” y que eran nuestros amigos. Hasta bien entrada mi adultez yo conservé amistad con muchos de ellos, pero con los años no sé qué se hicieron. Recuerdo que una vez tuve que ir a visitar a uno en el Retén de Catia, tú sabes, vainas de la vida.

En la misma pandilla de Teodoro estaban Luis y Alejandro Salomón, dos hijos de trinitarios que, por las paradojas que se ven en Venezuela, vivían en un humilde ranchón de madera al final de la primorosa urbanización Bolívar. Los hermanos Salomón eran dos negritos bienvenidos en la casa de los Petkoff Maleç, donde entraban como cualquier otro muchacho de la urbanización. Pero Teodoro no tardó en darse cuenta de que su casa era la excepción, pues en las otras quintas no eran recibidos porque en ellas había “como una mano invisible que no les permitía entrar”.

A propósito de ese recuerdo, Petkoff afirma que desde muy joven le inquietaron las diferencias entre clases sociales. “Creo que muy temprano lo descubrí: los ricos miran a los pobres como si fueran invisibles, como si fueran transparentes. No los miran de verdad, miran a través de ellos”, dice. Fue así como, a pesar de ser un joven de clase alta, comenzó a aflorar su conciencia revolucionaria. Como él mismo lo ha dicho en otras oportunidades, no llegó a la lucha de las clases sociales por padecer en carne propia las miserias de la vida, sino por verlas de cerca y apreciar que pocos luchan por erradicarlas.

El desarrollo de este pensamiento se le puede atribuir a la “naturaleza democrática” y tolerante del hogar que Ida y su esposo construyeron; al modo de ser de ambos padres y “su carencia de prejuicios” (son sus propias palabras) frente a las diferencias de clase. También puede que este pensamiento se haya formado gracias a las lecturas que lo hicieron reflexionar sobre temas como el significado de la justicia, la libertad y la igualdad. Petkoff confiesa que lo que más le ha importado es la igualdad: “Mucho más que la libertad, a mí me importaba la igualdad. Y siempre, hasta hoy, el tema de que todos somos iguales”.

Sin embargo, estas ideas no eran explícitamente inculcadas en casa sino un reflejo de lo que Teodoro veía en sus padres. Sus inicios en la política y el surgimiento de los ideales izquierdistas cobraron vida a partir de las lecturas y “de la vida venezolana” que le tocó vivir.

La política era algo que fue descubriendo por sí mismo, pues en la casa de los Petkoff Maleç nunca destacó como tema de conversación. Tanto Ida como Petko mostraron poco interés en la política venezolana, aunque sí estuvieron muy atentos a los acontecimientos en Europa y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.

Durante la Guerra, Petko llevaba las incidencias en un mapa de Europa muy grande que estaba pegado sobre la mesa del comedor; allí registraba los avances y retrocesos de los ejércitos. Un recuerdo fijo en la memoria de Teodoro es el de la noche del 1 de septiembre de 1939: sus padres escuchaban atentos y muy perturbados la radio, la cual anunciaba la entrada del ejército alemán en Polonia. Toda la familia de Ida moriría en el holocausto, a excepción de una hermana menor, Francisca, quien logró escaparse del gueto de Varsovia.

Petko había sido un comunista en Bulgaria, pero hablaba muy poco de política; “una vez que otra”, asegura Teodoro. De hecho, recuerda que no fue sino hasta adulto que se enteró de que su papá había militado en el partido del martillo y la hoz. Cuando él mismo le participó a su padre su deseo de ingresar al Partido Comunista de Venezuela (PCV), este le preguntó: “¿Estás seguro?”, a lo que Petkoff contestó contundentemente que sí. “Magnífico”, consintió el padre.

No obstante, Teodoro le atribuye a su padre el haberle fomentado una actitud crítica ante la línea de pensamiento estalinista, que en ese momento ofuscaba a todos los partidos comunistas alrededor del mundo. Comenzó a ver a Stalin como lo denunciaron mucho después, por el padre. Le dijo: “Ese es un farsante”.

Tomó un libro y le preguntó:

—¿Dónde está Trotsky en esta historia del partido bolchevique? ¿Quién es Trotsky?

—Bueno, entiendo que es un traidor.

—Eso es lo que dicen los comunistas, Trotsky era la segunda figura de la revolución después de Lenin.

Fue una enorme sorpresa para Teodoro el pasado comunista de su padre:

Cuando Tito fue acusado, cuando rompió con la Unión Soviética, que fue acusado hasta de agente del servicio de inteligencia británico, mi papá me dijo: “¿Tú puedes creer eso? ¿Tú crees que ese héroe de la guerra y ese héroe de su pueblo es un agente del servicio de inteligencia? Piensa”. Yo le agradezco a mi papá que me hizo pensar, por eso probablemente fui siempre un disidente.

En cuanto a Ida, si bien no tenía inclinaciones políticas concretas, se mostraba como una progresista. Teodoro y los nietos que más compartieron con ella la recuerdan como una mujer moderna para su época. Creía en muchos de los valores que han ido cambiando con el tiempo, lo que quizás influyó en la formación del espíritu irreverente de sus tres hijos.

Rayna Petkoff, socióloga y primera hija de Teodoro, describe a su abuela como una “tipa avanzada” y para ejemplificarlo se refiere a las causas que Ida apoyaba.

¡Qué mujer tan interesante! Estaba a favor del aborto; para ella no era un tema tabú la homosexualidad; iba sola al cine… Ella estaba a favor de los palestinos, a pesar de ser judía. Toda la familia de mi abuela, menos ella y una tía, que quedó en 14 kilos, fueron exterminados…

En el hogar Petkoff Maleç no se hablaba de religión. Teodoro es hijo de un vientre judío, pero jamás fue bautizado como tal. De hecho, recuerda una vez que un niño de El Batey le dijo que los judíos habían matado a Cristo. El salió a contarle a su mamá y esta, con mucha paciencia, le explicó. De esa explicación lo que más claro recuerda Teodoro es que Ida le dijo que Cristo era judío también.

Al llegar a Caracas, Ida abandonó su profesión. Sus hijos nunca alcanzaron a entender las razones de que solo se entregara al hogar. “Creo que se dedicó a cuidar de sus muchachos”, manifiesta Teodoro. Por su parte, Petko trabajó un tiempo en el Ministerio de Fomento y en 1950 emprendió un nuevo negocio, la imprenta litográfica Sorocaima, la cual todavía provee ciertos ingresos a Teodoro y a los hijos de Luben, su hermano.

En general, la infancia y adolescencia de Teodoro Petkoff fueron muy activas y felices. Además de las caimaneras en el Estado Leal, a Teodoro le encantaba explorar. El Ávila fue uno de los territorios que más conoció con entusiasmo; también le gustaba bañarse en ríos y quebradas de Caracas, una actividad muy común para su grupo de amigos. Fue una infancia muy feliz y rodeada de naturaleza. Teodoro aprovechó cada una de las bondades de esa Caracas segura y casi rural. Fue un niño muy activo al que le encantaban los deportes, especialmente el béisbol.

 

* La tesis se titula “Teodoro Petkoff: La vida de un político desde la perspectiva femenina”. Fue presentada en la Universidad Católica Andrés Bello, en la Escuela de Comunicación Social, en abril de 2014. La mención cursada por la graduanda Mejía Barboza era Periodismo.

 

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