Los medios masivos de información, al celebrarse una vez más el Día de la Libertad de Prensa este 3 de mayo (World Press Freedom Day), siguen sujetos a presiones diversas y sobre todo a las de los poderes públicos y/o privados. Parece un sino inevitable. Alguna forma del «palangre» debe seguir vigente aunque la palabra parezca en desuso o ya no se aluda a ella
Sebastián de la Nuez
Hace unos días un periodista citaba en Facebook el caso de un colega venezolano quien admitió haber recibido de un boliburgués, en España, unos cien mil dólares como ayuda ante un problema de salud que le afectaba. Ese colega mantiene una página web de información y opinión. Las operaciones del boliburgués se dan en el marco de la corrupción rampante del gobierno madurista, constituyendo, así, interés público. No se ha hablado del colega ni de su relación con el boliburgués; en cualquier caso, el alud de noticias trágicas provenientes de Venezuela hace difícil sentarse a reflexionar sobre estas cosas que marcan procesos y transiciones y a las cuales el interesado —el interesado de verdad— debería acercarse con datos que indiquen tendencias. Falta encadenar hechos sueltos, dar una mirada iluminadora —al menos intentarlo— a un panorama hoy más incierto que nunca. El panorama de la honestidad de los medios, sean impresos o digitales.
Consideraciones: el medio digital —si es exitoso, si tiene muchos seguidores, si sus posts o tuits alcanzan muchos likes, si su sede web es muy visitada— puede ser tan influyente o más que los tradicionales impresos pero siempre será más anárquico y amorfo. Su contenido es un maremágnum, un batiburrillo. No es posible discernir qué considera cada medio lo más trascendental ocurrido en las últimas 24 horas.
Sobre todo porque el concepto de día y hora se ha trastocado. Nadie dice hoy en día «el matutino Excelsior» o «el vespertino La Tarde» ni cosas parecidas, las noticias no tienen hora pero todo es noticia o susceptible de ser noticiado, incluso «Lo que dijo la novia de Cristiano que encendió las redes». Otras características: la repetición en bucle, el copy-paste, el desmembramiento (el concepto de reportaje ha sido abolido), la noción del ya es ya, la ambigüedad, la corrección de la lengua en manos de un software…
Los proveedores de noticias y opinión —no necesariamente «medios» en el sentido tradicional— siguen siendo empresas buscando «monetizar» sus contenidos en tanto «mercancía» que se vende. Que los usuarios no paguen por ella no quiere decir que no la esté comprando de algún modo.
Consideración siguiente. La vieja dicotomía objetividad-subjetividad sigue presente. En el campo del periodismo se entiende por objetividad el tratamiento de la noticia como un hecho o conjunto de hechos recogidos asépticamente, sin que inclinación particular alguna por parte del periodista contamine el empeño de recabar sus elementos más resaltantes, aquellos que impactan más en la comunidad o al mayor número de personas dentro de una comunidad. Al escribir o transmitir, la objetividad es expresar de una manera escueta, simple y semánticamente eficaz aquella noticia recogida antes, en términos resumidos y en función de la inteligibilidad y la comunicabilidad. El concepto de noticia encierra o ha encerrado la idea de proceso y un procedimiento.
Sin embargo, noticia es, ahora también, encontrarse en una marcha multitudinaria, ver en vivo y directo a un GNB disparándole perdigones de goma en la cara a un manifestante inerme, sacar el móvil y fotografiar eso para, acto seguido, enviarlo vía Twitter urbi et orbi. Allí no hay proceso. Solo una acción refleja, automática.
¿QUIÉN BUSCA OBJETIVIDAD?
Nunca ha sido fácil recoger datos asépticamente o determinar cuáles son los hechos más resaltantes en cada caso. Los manuales tradicionales hablan de imperativos claves que deben seguirse: contar qué sucede, quién es el protagonista, dónde ocurrió el hecho, cuándo, cómo y por qué. Sin embargo, el trabajo informativo ha sido cuestionado por estudiosos tan rigurosos como el italiano Furio Colombo, quien habló hace dos décadas de cuatro adversarios que amenazan o amenazaban al periodismo:
- La escasez de las fuentes
- La fuerza del poder
- El riesgo de la censura
- El estado de ánimo de la opinión pública
Agrega que la historia del periodismo se desarrolla en un terreno accidentado caracterizado por estos factores «entre cambios repentinos, pasillos peligrosos y periodos de normalidad, donde por normalidad se entiende la libre disponibilidad de las fuentes, la abstención de cualquier interferencia del poder, la ausencia de cualquier forma de censura y el apoyo de una opinión pública que no obstaculiza la publicación de noticias poco gratas o desagradables.»
Por su parte, el profesor Federico Álvarez —durante muchos años dio clases en Periodismo de la UCV— escribió una vez:
Los científicos sociales, entre ellos los historiadores, han descubierto que no existen hechos simples, como pretende el periodismo objetivo, sino formas simples de enfocar el periodismo.
Vale la pena revisar esa cita desde la perspectiva de hoy, cuando la objetividad parece una reliquia en un museo de antiguallas. ¿Quién quiere hoy objetividad? Lo que busca el ciudadano es saciar su sed de verificación, constatar que su opinión prevalece dentro de un círculo que él considera o calcula universal o, al menos, de gran significación en términos demográficos.
En contraposición a la teoría de la objetividad se levanta la subjetividad. Se entiende por tal el tratamiento de la noticia como un hecho o conjunto de hechos recogidos con primacía de los intereses o inclinaciones particulares del periodista. Más tarde, a la hora de escribir, se traduce en la manipulación de los elementos que la conforman, en la adjetivación y en la inferencia de sus consecuencias en un ejercicio proyectivo que —muchas veces— invade los terrenos del periodismo de opinión.
La propia ubicación de la nota en la página del periódico —incluso el tratamiento del titular o la naturaleza de la foto que la acompaña— se han considerado históricamente elementos determinantes de la subjetividad.
DENUNCIA, DIFUMINACIÓN, CONSTELACIÓN
Los gobiernos democráticos cometieron tropelías contra el derecho a la libertad de Prensa y de información durante el periodo que va de 1958 a 1998 (lo que ha sucedido después en la era chavista ameritaría, desde luego, otro artículo), pero también hubo excesos de los propios medios sobre todo en los ochenta, cuando proliferó la denuncia como género noticioso. A partir del caso RECADI la denuncia se convierte en un issue cotidiano en los medios impresos, en radio y TV. El académico y periodista Jesús Sanoja Hernández definió en palabras precisas las connotaciones del fenómeno:
Creo que la gran mina fue demasiado explotada, y fue el periodismo de denuncia: primero, [los medios] cansaron a la gente haciendo de la corrupción un fenómeno banal; denuncia sobre denuncia, no pasa nada y nadie cae preso. Eso banaliza el problema. Parece que el último acto de corrupción castigable es el de Carlos Andrés, que viene desde 1985 y revienta en 1993.
Había una premisa compartida desde las aulas de Periodismo o Comunicación Social: se les enseñaba a los jóvenes el carácter de servicio público que encierra un medio de comunicación. Se suponía que, en atención a esta particularidad frente a las demás empresas privadas, los medios se deben, aun por encima de sus intereses comerciales, a una concepción ética de su cometido. Esto, en síntesis, es trabajar sobre los materiales noticiosos con sentido del equilibrio y vocación democrática, atendiendo siempre a los más altos intereses del país. Los receptores de sus mensajes deben ser considerados como sujetos pensantes y así deberán ser tratados, ofreciéndoles todas las aristas posibles sobre un problema, acontecimiento o proceso. Si el ciudadano está debidamente informado, podrá tomar la mejor decisión posible, de acuerdo a su conciencia, en cada encrucijada.
Si el pueblo venezolano no tomó las mejores decisiones en ciertas fechas no podría achacarse al comportamiento de la Prensa, a su rol o al abordaje que los medios hicieron sobre algunos acontecimientos: los hechos, en este caso, tampoco pueden ser tan simples. Pero alguna conexión debe haber.
Los investigadores colombianos María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo afirman que los dueños, gerentes y empleados administrativos de los medios de comunicación tienen las mismas responsabilidades éticas que los periodistas. Esos actores a los que aluden Herrán y Restrepo están hoy en día muy borrados; en general la identidad del emisor parece más etérea que nunca. Antes se hablaba del «periódico de los Otero» o del «canal de los Cisneros». ¿Se difumina la personalidad del emisor de los mensajes? ¿Qué tipo de relación existe hoy en día entre emisores y receptores? Antes se decía que bastaba la letra impresa para dar legitimidad a un contenido. Hoy todo aparece en letra digitalizada pero probablemente no ha pasado por algún tipo de filtro o alcabala. Todo entra directamente al torrente y algunos periodistas han logrado convertirse en influenciadores, o sea, un híbrido entre medio virtual autosuficiente y reportero. Robocop. Robocop tiene firma de prestigio más avatar, personalidad icónica y popularidad viralizada.
Y los medios, tal como se concebían, en esta realidad paralela ya no son tan medios como antes. Es decir, no median entre dos sectores de la sociedad —los productores de noticias y sus receptores— sino que todo se ha socializado; todo es compartido, catártico, aluvional y probablemente equívoco. Es el mercado y el ágora en el mismo centro, siempre al alcance del dedo en el móvil o la tableta, promesa de ubicuidad para quienes dispongan del artilugio y conexión wi-fi. Estar al mismo tiempo en múltiples lugares, la mirada aquí mismo y el cerebro allá, en otro lugar. Es la suma realización del histerismo global. La saturación psíquica. Pasaporte al Nirvana donde flotan avatares, datos, fotos, vídeos, fake-news, opiniones bien fundadas y otras no tan fundamentadas, a toda hora y en tiempo real. Un Nirvana anti-reflexivo.
El talentoso Luis Carlos Díaz, epítome del influenciador criollo con formación periodística, decía en estos días: «Los periodistas deben construir certezas en el espacio digital. En las redes sociales, la información está viva y es parcial. Es un caos. Deben usarla como fuente, organizarla, verificarla y ofrecer un producto acabado.»
En el océano de individualidades y marcas, de iconitos y presiones soterradas o no del poder —de todos los poderes, verdaderos o ficticios, que también ahora los hay—, no habrá tarea más difícil que construir certezas. Lo que Díaz quiere, en el fondo, es dar primacía comunicacional a los profesionales de la información. Pero eso no es posible. La primacía está en manos de cualquiera que tenga ese artilugio en la mano y esté medianamente alfabetizado. No necesita más nada sino tener cierta caradura para lanzar mensajes en cualquier dirección y que parezcan, quizás, verdaderos o legítimos. La denuncia se ha democratizado, y ese fenómeno, ¿significa un caos en términos comunicacionales, con imprevisibles consecuencias, o solo es un teatro de diversiones portátil, la sociedad del espectáculo a la que aludía Vargas Llosa pero multiplicada exponencialmente? Nada será inocuo.
NOTAS
La cita de Furio Colombo es tomada de Últimas noticias sobre el periodismo. Editorial Anagrama. Barcelona, 1997. Pg. 9.
La cita del profesor Federico Álvarez fue tomada de La información contemporánea. Contexto Editores. Caracas, 1978. Pg. 50.
La cita del profesor Jesús Sanoja Hernández es de una entrevista publicada en la revista institucional Miradas (enero-marzo de 2000).
La cita de los ensayistas María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo es de Ética para periodistas. Tercer Mundo Editores, 1992. Bogotá. Pg. 52.
[1] HERRÁN, MARIA TERESA y DARÍO RESTREPO, JAVIER. 1992. Ética para periodistas. Tercer Mundo Editores. Bogotá. Pg. 52.
Foto: extracto de una página con las anotaciones a mano de Jesús Sanoja Hernández sobre política venezolana. Estos apuntes eran el gérmen para la realización de sus artículos semanales en El Nacional. Jamás usó una computadora.
Buenísimo todo lo que aquí se lea. Si yo fuera empresaria anunciaría aquí.
….Es la suma realización del histerismo global. La saturación psíquica. Pasaporte al Nirvana donde flotan avatares, datos, fotos, vídeos, fake-news, opiniones bien fundadas y otras no tan fundamentadas, a toda hora y en tiempo real. Un Nirvana anti-reflexivo.
El talentoso Luis Carlos Díaz, epítome del influenciador criollo con formación periodística, decía en estos días: «Los periodistas deben construir certezas en el espacio digital. En las redes sociales, la información está viva y es parcial. Es un caos. Deben usarla como fuente, organizarla, verificarla y ofrecer un producto acabado.»