El bazar del desembarco

Esta es la fachada de un museo en Normandía, el «D. Day Omaha», en septiembre de 2013. Uno de los varios cercanos a las playas del desembarco. Esa construcción donde propiamente […]

Esta es la fachada de un museo en Normandía, el «D. Day Omaha», en septiembre de 2013. Uno de los varios cercanos a las playas del desembarco. Esa construcción donde propiamente debía funcionar la muestra expositiva se encontraba cerrada. No había vigilancia ni cámaras de seguridad ni nada. Cualquier turista, cualquier curioso, podía pasearse por el solar aledaño, montarse a horcajadas sobre un cañón en este cementerio de la chatarra con sus cadáveres insepultos, pedazos herrumbrosos de una guerra mundial. El cementerio de los vestigios tristes mostraba al aire libre, aquel día laboral, su aspecto más desamparado. La pared frontal rinde culto a los Rangers, pero también hay un cartel fijado tras los cañones que anuncia sándwiches y paninis.

Un motor Packard Mustang, una propela, un búnker arrancado de su sitio original y colocado allí, sin cartel explicativo, a la entrada del estacionamiento. Cascarones de lanchas para transporte de tropas, alambradas, pedazos de un embarcadero.

Winston Leonard Spencer Churchill quiso estar presente el Día D, 6 de junio de 1944. Dijo que le parecía muy divertido amanecer en el campo de los acontecimientos más pronto que Monty, que era el general que conduciría todo. Los jefes del Estado Mayor consideraban aquello como una tremenda irresponsabilidad y llevaban razón, no solo por la simple cuestión de la seguridad del primer ministro sino porque podría quedar incomunicado por tiempo indeterminado y, en ese periodo, presentarse alguna cuestión que requiriese su decisión última. Por fin fue el rey Jorge V quien lo hizo desistir.

Aquella fue la palabra que al parecer signó la pretensión de Churchill de asistir al desembarco, divertido.

La verdad es que no parece nada divertido, a los 75 años del acontecimiento, el costo de la Operación Landlord. Los vestigios están muertos en este cementerio medio abandonado pero, así y todo, son capaces de hablar. / Sebastián de la Nuez