Las hermanas Morín

Octavio Lepage fotografiado por Alejandro Toro.

El periodismo venezolano recibe en estos días, a través de portales de investigación e información como Armando.Info o El Pitazo, reconocimiento internacional. No cabe duda de que atraviesa por un buen momento pues la crónica y el informe o reportaje de investigación, en el contexto de un país atormentado y caótico, son géneros que han ganado en acuciosidad, beligerancia, capacidad indagatoria y ambición narrativa. Quizás sea bueno no olvidar los cimientos de un periodismo que le hizo oposición a un régimen dictatorial y oprobioso como el de Marcos Pérez Jiménez, y en especial, el papel de la mujer periodista en ese entonces

Sebastián de la Nuez

Omar Pérez recuerda a su colega de El País (el primer periódico adeco), Josefina Calcaño, quien sería esposa de Sergio Antillano. Francia Natera, de El Nacional, ha quedado en la memoria de sus contemporáneos por sus trabajos y su bella estampa. Las primeras mujeres periodistas en Últimas Noticias fueron Carmen Clemente Travieso, Elba Arráez, Ana Luisa Llovera, María Teresa Castillo y una que, aunque tuvo poca figuración, trabajó como reportera: Mercedes Blanco.

Y hubo unas hermanas que trabajaban desde la clandestinidad en la Prensa opositora al régimen de Pérez Jiménez, las hermanas Morín. Fueron muy valientes. El editor José Agustín Catalá y el activista adeco Octavio Lepage las recordaban [al ser entrevistados, al igual que Teté Morín y otros mencionados en esta nota, entre 2009 y 2013] con admiración. Teté —María Teresa— y Eva nunca fueron periodistas de profesión pero contribuyeron a poner en la calle ideas que informaron y movieron al pueblo, en los comienzos de los años cincuenta, a través de un pasquín de apenas cuatro páginas: Resistencia.

Andando el tiempo, Eva sería secretaria de Menca de Leoni y Teté de Blanquita de Pérez durante el primer periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez.

 

PROTEGIDAS POR UNA MANO DIVINA

Cuando se habla de Resistencia durante el perezjimenismo es inevitable la referencia a las Morín. Vivían en la calle El Cortijo de Los Rosales y allí era donde se hacía Resistencia. Eran hijas de Luís Ramón Morín, uno de los fundadores de Acción Democrática. De hecho, el viejo Morín aparece retratado junto a Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco durante el alumbramiento festivo del partido.

Allí, en la casa de Los Rosales, instalaron un multígrafo. Octavio Lepage era el coordinador de la publicación. Contactó a Mariano Medina Febres, además de médico, caricaturista, y con este y otros colaboradores comenzó a salir Resistencia con cierta regularidad. Cuando Lepage cae preso en agosto de 1950, Catalá se las ingenia para darle continuidad y, además, editar la publicación en imprenta. Lepage recordaba que en aquel tiempo entró Pedro Estrada a la Seguridad Nacional y el buque insignia de la represión se hizo más agresivo y eficiente.

Luis Ramón Morín era abogado, hijo de un general de la época de Joaquín Crespo. Crio junto a su esposa Margarita a doce hijos, entre ellos nueve varones. Luis Ramón Morín era el mayor, fue dirigente de Acción Democrática y estuvo preso en Guasina al igual que otro hermano, Carlos, quien, con 23 años y a los quince días de haberse graduado de abogado, también fue a dar con sus huesos a Guasina. Toda la familia, adeca. Y en Teté y Eva confiaba plenamente Leonardo Ruiz Pineda para que pasaran sus escritos. Confiaba en ellas porque, decía, eran unas tumbas.

La policía del régimen allanó varias veces la casa de Los Rosales y nunca consiguió algo comprometedor. Margarita, la mamá de las Morín, estaba harta de tanta allanadera. El multígrafo jamás lo encontraron porque sencillamente estaba en otro sitio: casa de Francisco Noriega y su señora, hermana de los Zamora Torres, dos militares perseguidos más el profesor Héctor quien, este sí, ya estaba secuestrado por el régimen en alguna de sus mazmorras.

Luis Ramón y Carlos más Antonio Martín repartían los ejemplares de Resistencia. Guido Acuña también colaboraba. Omar Pérez no se quedaba atrás en esta tarea. En la biblioteca del viejo Morín había una máquina de escribir Underwood y también una Royal. La Royal se las había enviado Ruiz Pineda. Las máquinas de escribir no levantaban ninguna sospecha en casa de un señor que tenía tantos libros. Octavio Lepage llevaba los esténciles. Cuando las cosas se ponía duras, Lepage se quedaba en la habitación de Carlos, así como Troconis Guerrero alguna vez también se quedó en la casa de Los Rosales (no todos los doce hermanos vivían allí, estaban diseminados en varias partes del país pero sobre todo en Valencia) pues, en verdad, no abundaba quien se atreviera a ofrecerles concha a los dirigentes buscados por la Seguridad Nacional.

Una noche comenzó a llegar gente del interior, graneadita, porque se esperaba que el gobierno cayera de golpe. Ruiz Pineda y Carmen Veitía llegaron también, todos a esperar los acontecimientos. Pernoctaron en un cuarto de desahogo que había detrás de la casa y al cual se accedía mediante una puerta aledaña al garaje. Eran entre treinta y cuarenta personas. El que tenía santo y seña, lo pasaban. La señora de la casa se puso a hacer sándwiches para todo el mundo. En la madrugada mandaron a decir que se fueran porque el golpe había sido abortado. Antes de eso habían llegado, de último, un militante que la misma Teté había puesto a dormir en un sofá de la sala y, poco después, Lucila Velásquez, a quien pusieron a dormir en el sofá restante. Ya no cabía más nadie. Al poco rato se apareció Lucila en la habitación de Teté: «Ay, chica, hazme un ladito aquí porque yo no conozco a ese hombre».

Se fueron yendo por la mañana uno por uno, deprimidos, algunos llorando. Una copeyana que vivía cerca comentó en mala hora y ante gente inapropiada que de la casa de los Morín había salido mucha gente esa mañana. Otro allanamiento. Pero ya las Morín habían recogido todo, limpiado hasta el último cenicero repleto de colillas. Bien sabían ellas que en la Seguridad Nacional no les importaba torturar a las mujeres.

Teté pensaba que Dios las protegía, a las hermanas. En especial cuando Catalá le dio a ella un documento para que se lo guardara, que pertenecía al general Ochoa Briceño (padre de los Ochoa Antich) y ella lo dejó olvidado en la casa. Lo tenía en su oficina, en Sánchez y Compañía, pero se lo llevó a la casa, cosa que no acostumbraba. Sucedió que se les había muerto un hermano en Valencia, de un infarto. Distraída por la tragedia que aquello significaba y su viaje repentino a Valencia dejó en su clóset el precioso documento que comprobada un acto de sedición por parte del militar. Y apareció la SN en uno de sus allanamientos. El esbirro que descubrió el papel dio unos alaridos tremendos y llamó la atención del jefe de la comisión allanadora. El oficial vio el documento, le hizo unas preguntas a Teté y lo devolvió a su sitio original. Le dijo al esbirro que aquello no tenía ninguna importancia.

Luego se enteró Teté de que aquel hombre, el que fungía de jefe de la comisión, era una de las fichas de AD infiltradas en la Seguridad Nacional.

 

OTRA MISIÓN

Las Morín hacían los esténciles, de modo que dejaron de colaborar cuando comenzó a imprimirse el pasquín pero continuaron trabajando en el Libro negro, el gran proyecto de Catalá. Decía Teté que nunca sintieron miedo, quizás porque estaban muy jovencitas y eran inconscientes. Aura Elena —viuda de Ruiz Pineda— desde su exilio en México estaba tranquila porque sabía que las Morín llevaban flores a la tumba de su héroe caído en San Agustín. Iban cada domingo.