
Mariño y Abend, este viernes 8/11/2019 en librería Nakama, en Madrid.
Se asomó ayer a la capital del Reino una poeta —una narradora, mejor dicho— nacida en Venezuela hace tres días, o sea, en 1989. Raquel Abend van Dalen va dejando tras de sí el eco de sus líneas rotundas a las que les ha extirpado cualquier lastre dulzón
Sebastián de la Nuez
Madrid en otoño una noche de viernes, por los lados de Chueca, es un retablo de las maravillas con algo de barrio latino y algo de la Nueva York años pop de Andy Warhol. En el bar Valentina de la calle Pelayo está un joven venezolano con los brazos tatuados que guapea haciendo de barman, camarero y chico de los recados. Frente a la barra, sentados en sillones, dos muchachos enlazan sus lenguas, fervorosos. Es Chueca. Sodoma y Gomorra pero no tanto. Entre Hortaleza y Barquillo abren sus brazos los restaurantes, las zapaterías de moda, el mercado de San Antón y la muy activa embajada cultural de Venezuela en España, Cesta República, donde esta noche el editor Sergio Dahbar presenta otro libro.
En la calle Pelayo, al lado del Valentina, una librería más bien pequeña, Nakama, ofrece un mesón de exhibición con mucha Guerra Civil española y el protagonismo de las mujeres: sigue siendo un tema vigente, la Guerra Civil, sobre todo ahora, tras la película de Alejandro Amenábar. En Nakama debuta Raquel Abend, hija de Patricia van Dalen, artista de la plástica que hoy en día vive en Miami. Pues bien: Raquel no se ha dedicado a la plástica sino a la escritura. Es de ese tipo de joven ante el cual, al escucharla leer sus textos, suele decirse algo como «A esta niña hay que seguirle los pasos, llegará lejos.» Presentó el poemario La beata de las locas en compañía de una amiga en los estudios y en las inquietudes, la española Helena Mariño, quien también presentaba un libro. Ambos de Entropía Ediciones.
Raquel estudia en Houston (Estados Unidos) en estos momentos un doctorado en escritura creativa e historia del arte. En realidad, el doctorado ya lo lleva por dentro. Todo su poemario conforma una historia. En su conversación con Helena y con el público en la librería, habla de sus querencias, de sus dudas, del canon de la poesía venezolana y de lo que para ellas, ambas, son los géneros literarios: algo más bien propio de la Academia, para separar categorías de estudio, y del marketing, desde el cual se suelen vender más novelas que poemarios.
En teoría, pues, no atienden a géneros estas chicas. Sin embargo, ella, Raquel, cuando escribe poesía siempre tiene miedo porque piensa que no va a poder escribir narrativa nunca más en su vida, y luego, cuando escribe narrativa, se dice «¡ay!, nunca voy a poder escribir poesía, y es como que siempre estoy en ese luto por el género opuesto… Al final creo que es una gran estupidez porque lo que hay que hacer es derribar los géneros.»
Raquel ya no es una joven promesa. Lo que será, ya lo es. Tiene voz propia, personalidad. Lleva cuatro poemarios editados −además de este, Una trinitaria encendida, Sobre las fábricas y Lengua mundana− y dos novelas, Cuarto azul y Andor. En este cuadernillo de páginas inquietantes —a veces signadas por el extrañamiento, la soledad, el vértigo ante lo intraducible— que ha sacado en España deja, desde la condición de lo femenino, aquello que es postizo, encubridor, atávico o sacrosanto sin velos ni maquillaje al dirigirse, auténtica, a la beata de las locas que la escucha demudada. Para usar sus propias palabras en alguna página, su poesía es de una turbulencia discreta, algo que solo puede tener cabida o fin entre el hábito y el vino.
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