En décadas anteriores a la de 1980 resulta casi incontable el número de librerías en el centro de Caracas. Una de ellas, Pensamiento Vivo, ha quedado como leyenda por los personajes que allí se daban cita. La huella de José Rivas Rivas, su fundador (fallecido el 30 de agosto de 2004 a causa de un infarto fulminante, a los 76 años), permanece en quienes le conocieron y coleccionaron sus libros, pues también fue editor y recopilador de acontecimientos del siglo XX venezolano
Sebastián de la Nuez / Andrea Tineo / María Victoria Mier y Terán / Foto: Mariana Yépez
Las librerías Pensamiento Vivo y Centro son el mismo musiú con diferente cachimbo pues la primera cambió de nombre al pasar a otras manos, pero el local siguió siendo el mismo toda la vida. Como Pensamiento Vivo existió de 1953 a 1963, propiedad de José Rivas Rivas en el pasaje Río Apure del Centro Simón Bolívar. Dicen que allí solían reunirse Rómulo Gallegos, Aquiles y Aníbal Nazoa, Alberto Arvelo Torrealba, Mario Briceño Iragorry, Enrique Bernardo Núñez, Julio Garmendia, César Rengifo, Miguel Acosta Saignes, Morella Muñoz y la bailarina Sonia Sanoja.
En noviembre de 2014 dos estudiantes de Periodismo fueron a casa de José Rivas Rivas para entrevistarlo imaginariamente.
—¿Por qué se acabó Pensamiento Vivo?
—El problema fue que «participábamos en la vida política del país y eso nos lesionó económicamente. Nos allanaban constantemente y los acreedores se ponían más agresivos para cobrar.
Pensamiento Vivo ofrecía libros de calidad. Sin embargo, a los intelectuales no les convenía dejarse ver por allí. Finalmente, el hombre se quedó solo al frente de la librería, el dinero no le rendía y se vio obligado a traspasarla.
PASIÓN POR LA MEMORIA
La entrevista con Rivas Rivas tiene lugar en su apartamento, en uno de los edificios más altos que se encuentran al final de la avenida Las Fuentes, en la urbanización El Paraíso. Es amplio y acogedor. Las estudiantes describen al exlibrero: su cara es seria, de cejas pobladas, y su frente luce entradas prominentes. Sentado cómodamente en un sillón de piel azul frente al balcón con vista a la calle, las atendió. A su lado, encima de una pequeña biblioteca ─una de tres─, reposan varios sobres debidamente identificados con su puño y letra: recortes de periódicos recopilados y organizados por asunto y fecha. En este momento se está gestando la publicación del tomo número ocho de su Historia Gráfica de Venezuela. Rivas Rivas nació en 1929 en Altamira de Cáceres, Barinas. Eran seis hermanos, hijos de un artista plástico especializado en cinetismo y muy querido en el pueblo. Por las precarias condiciones, la familia migró primero a Mérida y posteriormente a Caracas, donde José estudió Derecho en la Universidad Central. Pero lo que le ha apasionado toda su vida es escribir, investigar y atender una librería. Pensamiento Vivo se convirtió en editorial y posteriormente pasó a llamarse Centro Editor, C.A.
Rivas Rivas fue colaborador por más de 25 años de El Nacional. Mónica Álvarez de Rossi, argentina con el corazón venezolano, es su admiradora y compañera de vida.
Dice Rivas Rivas que su transición a la edición ha sido un acto de valentía porque el mercado es pobre y los intelectuales con demanda eran perseguidos políticamente, mal vistos por los gobiernos. Centro Editor funcionó durante mucho tiempo en un edificio en Chacaíto, hasta que la situación económica obligó a Rivas Rivas a dejarlo y convertir el apartamento familiar en oficina. Su interés por la vida nacional lo define.
—¿De dónde surgió la idea de la Historia Gráfica de Venezuela?
—Es una manera de evitar que se acomode a capricho la historia, como ha ocurrido tantas veces. Es mi forma de mostrar las noticias desnudas de todo comentario o interpretación; cualquier exégesis o calor emocional que produzca alguna información en el ánimo, es de cosecha personal.
Muestra de su pasión por la investigación la aporta Mónica: un día su marido encontró información tan interesante en la Hemeroteca Nacional que no cayó en cuenta de la hora del cierre. Lo dejaron, sin querer, preso y ensimismado. Solo tenía un cambur en el bolsillo. Se lo comió, acomodó unos periódicos en unas sillas y allí durmió hasta que al día siguiente los guardias lo descubrieron.
Con el tiempo, esas noches de biblioteca se fueron haciendo más frecuentes.
Desde muy joven participó en la vida política del país. Fue preso en dictadura y también durante el gobierno de Rómulo Betancourt. «Como buen intelectual me identifico con la izquierda pero, a pesar de ello, nunca he pertenecido a ningún partido político», dijo.
Cierta vez le dieron el premio único de la revista Cruz del Sur. Pero ahora dice que nunca pensó ganarse algo por su ensayo sobre Doña Bárbara. También escribió Glosario de Doña Bárbara con la intención de facilitarle al lector la comprensión del vocabulario propio del tiempo y lugar en el que se desarrolla la trama de Gallegos.
—Por otro lado —agrega—, el premio era dinero, y a pesar de que en ese momento lo necesitaba, preferí cederlo al próximo ganador. Mi intención nunca ha sido lucrativa, con ninguno de mis proyectos.
─¿Cuál de sus roles considera más trascendental?
─Sin duda, ser el primer presidente venezolano de la Cámara Venezolana del Libro por tres años consecutivos. Fue una experiencia gratificante. Además, hace poco me convertí en el autor más consultado de la Hemeroteca Nacional; esto me llena de gran emoción.
—¿Cómo describiría su vida social?
—Muy limitada. No tengo ningún vicio, voy poco al cine con mi mujer, mi familia está dispersa a lo largo del país y, la verdad, prefiero investigar antes que salir por ahí. Las tradiciones como la navidad o los días de fiesta nacional me parecen una interrupción del trabajo.
—¿Hay algo que lo ilusione particularmente en este momento?
—Además de la publicación del tomo de la Historia Gráfica, escribir mi columna para El Nacional. También me encuentro trabajando en un proyecto sobre el plagio, un libro que aún no sé si logre publicar, por los costos de ahorita.
Estira sus piernas, las dispone sobre el escritorio y huele con ternura y emoción las páginas de su último libro. Detiene la música de Mozart. Nada le gusta más que ver culminado cada uno de sus proyectos y el olor particular de las páginas recién impresas. Toma el teléfono y llama a Jonás, dueño de la librería Historia. Se queda conversando con el librero pues cuenta con él para la difusión de la noticia entre sus coetáneos. La noticia sobre la nueva publicación.
La historiadora Mirla Alcibíades, quien lo conoció bastante, lo recuerda con cariño: tan modesto, tan humilde, tan lúcido.
Alguna vez pasaron por Pensamiento Vivo figuras como Alejo Carpentier, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias y el muralista David Alfaro Siqueiros. Sus firmas quedaron en una pared, a un ladito, y ese pequeño mural historiográfico perviviría muchos años, aun después del cambio de nombre. Rivas Rivas traspasó o vendió a quien años más tarde sería dirigente del Movimiento Electoral del Pueblo, el abogado Moisés Añez. El local, a partir de entonces, se llamaría Centro. Cambió de nombre pero no de aspecto: un cuchitril angosto con tantos libros encima que era imposible circular cuando coincidían dos clientes entre los anaqueles. Hoy es una venta de franelas baratonas donde también se hacen fotocopias. ¿Por qué ya no existe Pensamiento Vivo? Quizás porque la cofradía a la cual servía dejó de existir hace mucho tiempo.
* Esta es una versión del trabajo hecho por las alumnas de Comunicación Social (UCAB), quienes construyeron el diálogo a partir de conversaciones con Mónica Álvarez de Rossi, David Rivas Rivas y el librero Jonás Castellanos.
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