El periodista larense Ángel Rivero acaba de fallecer, a los 77 años, en México, este 23 de marzo. Fue guerrillero en los sesenta, cronista, articulista, hombre de amistades eternas, un generoso contador de historias. Trabajó en los diarios 2001, El Diario de Caracas, El Nuevo País, El Impulso y El Informador. Sus crónicas también aparecieron en La Zaranda, publicación del Instituto Municipal de Aseo Urbano, de Caracas. Laboró largo tiempo en la Biblioteca Central de la UCV. Aquí, su compañero de estudios y de batallas en el oficio, Víctor Suárez, traza una semblanza a través de sus «cuentos» más apreciados
Víctor Suárez
Sus cinco cuentos cardinales los llevaba Catirito vívidos en toda conversación. El primero, que el 13 de diciembre de 1964 trasladó al comandante guerrillero Argimiro Gabaldón casi muerto al hospital de El Tocuyo, luego de que una bala de fusil le atravesara por un costado en las montañas de Lara. El segundo, que publicó en Cucurulo la foto de la profesora Gloria Cuenca, con sus anchísimas nalgas al viento, la mañana en que ella y sus compañeras y compañeros subieron por una escalera para tomar la Escuela de Periodismo en nombre de la Renovación. El tercero, cuando encontró en el cuarto de una pensión el cadáver del poeta Pedro Luís Hernández. El cuarto, su rol de corresponsal particular de Gabriel García Márquez en Caracas, desde que ganó el premio Nobel en 1982 hasta que se partió dos costillas y se lujó un hombro en un accidente de tránsito en 1988, poco antes de abordar un avión rumbo a La Habana. Y el quinto, haber instituido el oficio de «Escritor de Cartas al Director» en los periódicos venezolanos.
Pero la obra perdurable del periodista Ángel Rivero (Catirito) está contenida en decenas de artículos publicados en una Internet balbuceante, artículos que fueron recopilados por la editorial Gusano de Luz en 2002 bajo el título Auge y caída de la revolución tapa amarilla.
Ese folleto de 96 páginas no se consigue sino en las querencias de sus amigos más cercanos y en las bibliotecas de las grandes universidades de América y Europa en la categoría «Humor». Habiendo salido de la izquierda más radical, siendo entrenado en la lucha armada urbana y en la guerrilla rural de los años ´60, desde el mismo año 1999 comenzó a elaborar su repulsa frontal al régimen chavista.
Su gran característica, mucho más perdurable que cualquier otra cosa, fue el culto a la amistad, a la jodedera y a la observación crítica que lo caracterizaron siempre.
UN COMANDANTE HERIDO
Catirito estuvo allí y lo contaba con exaltación. La muerte de Argimiro Gabaldón (comandante del Frente Guerrillero Simón Bolívar, dirigente del PCV, conocido como Chimiro y Carache, pintor y poeta), ocasionó gran revuelo desde el momento en que sonó el disparo del fusil M2 que portaba el comandante Zapata (Jesús Vethencourt, militante del MIR). Se realizaba una reunión de la comandancia del frente en la localidad de El Hato, estado Lara. Al lado de Chimiro estaba Zapata limpiando su arma, unos dicen que descargada, como reza el reglamento, otros aseguran que tenía la cacerina en su puesto, como en efecto ha debido ser. El equipo de seguridad de la reunión, en el que se encontraba Catirito, evacúa al herido, a quien la bala le había entrado por el bazo y salido por la espalda. Salen rumbo a El Tocuyo, pero no encuentran al señalado médico de confianza (asistía a una corrida de toros en Valencia). Chimiro se desangra. Finalmente lo dejan a las puertas del hospital público y huyen. Allí muere y al día siguiente su cuerpo queda en manos de la Inteligencia Militar del Ejército. En el campamento donde se realizaba la reunión, comienza un aquelarre desbocado ante la muerte del carismático líder guerrillero. Desarman a Zapata, lo maniatan y de inmediato surgen las acusaciones. El gobierno de Raúl Leoni estaba ofreciendo 15 mil bolívares por la cabeza del insurgente. Parte de la guerrilla estaba discutiendo si dejar o no la alianza con el PCV, que ya cuestionaba la línea de la lucha armada. Zapata tenía fama de indisciplinado, preguntón, algunos le veían como sospechoso de ser un infiltrado. Decían que era primo hermano del jefe del comando anti-guerrillero de El Tocuyo (TO-3), Camilo Vethencourt. Luego de investigar los hechos, Douglas Bravo, comandante del frente «José Leonardo Chirinos», en Falcón, dijo:
No pudimos obtener una versión exacta, rigurosa, sino dos interpretaciones.
La actuación de Catirito en ese episodio se pierde en la corredera y los riesgos al tratar de salvar al comandante herido. Tardaron unas ocho horas en el traslado. Poco tiempo después, Ángel Rivero enferma y es «bajado» de la guerrilla.
LA FOTO DE LAS NALGAS
La UCV se mantuvo convulsa durante el bienio 1968-69 y vivió en claustro militar hasta febrero de 1971. Desde el 4 de mayo de 1968, con una clase magistral del decano de la Facultad de Ciencias, Benito Tugues, en Plaza Venezuela, hasta que los tanques de la Operación Canguro la invadieron el 21 de octubre de 1969, la UCV estuvo en renovación. Habían sido tomadas las facultades de Ciencias, Ingeniería, Economía… Pronto le tocó a la Escuela de Periodismo. En su libro De regreso de la revolución la profesora Gloria Cuenca recuerda:
«La toma de la escuela ocurrió muy de mañana (…). Usamos una escalera de madera (…), subí hasta el primer piso (…). Hubo algunos momentos violentos. No conmigo, pero sí entre algunos profesores comunistas y estudiantes del llamado CODERAECS, el sector de los estudiantes cuestionadores (…). El problema conmigo y con algunas estudiantes ocurrió por cuanto, cuando subimos por la escalera, todas usábamos faldas. Los comunistas nos tomaron fotos desde abajo (…). Comenzaron a exponer las fotos en las carteleras, a amenazar con publicarlas en el periódico de la escuela, a enseñarlas a sus muchachos y sus profesores…» (Editorial 05AH19, 2015, pp. 132-133).
Circulaba entonces un periódico mimeografiado llamado Cucurulo, un panfleto sin firma que aparecía en el cafetín, en los pasillos, en los baños, todas las tardes. Muy buscado. La foto a la que alude la profesora Cuenca se imprimió allí con un texto bastante corrosivo, disfrazado de humorismo. Se le atribuía su autoría al profesor Guillermo López Inciarte, militante del PCV, a quien a partir de entonces se le conoció con el mote de Cucurulo López, en lugar de su añejo El Chipo López. Pero la nota y la foto fueron trabajadas por Catirito, que formaba parte del grupo que redactaba ese pasquín subterráneo.
UN POETA MACERADO
Pedro Luis Hernández Bencomo estudiaba Periodismo y se desempeñaba como secretario de un tribunal en Caracas. En las elecciones de cogobierno resultantes del proceso de renovación, fue designado representante estudiantil ante el Consejo de Escuela, junto a Víctor Suárez y Aquilino José Mata. Pedro estaba casado con la también estudiante María Vale, con quien tuvo un hijo llamado Emiliano, hoy guionista de cine, radio y televisión. Publicó cuatro libros de poesía: Alector y Bethilde, Breves de IG, El árbol de milodas y El golfaloniero. Y formaba parte de una peña etilico-literaria denominada «Conexión San Antonio», en razón de que se reunía en casa de Ángel Rivero, ubicada en la parroquia El Valle.
El joven poeta pregonaba un resabio visceral y sudoroso a la letra estatuida y estatuaria. «Tienes que escabullirte con alarde de esas manos que ya te tienen en las mismas puertas de los templos funerarios», me advertía. Se negaba, aún con ansias de romper otra cancela, a frecuentar los santuarios de la cultura, aposentos de la molicie palaciega. Por eso huía despavorido de las barras ilustres, se alejaba, se perdía. Se escondía de sus propios temores y de los ojos perseguidores.
Murió el 8 de junio de 1988 a la edad de 39 años. Tras días sin contacto con la peña habitual, Catirito salió en su búsqueda. Fue hasta la pensión en la que vivía en la avenida Victoria, abrió el cuarto a empujones y lo encontró yerto en su catre, rodeado de botellas vacías, un papelero revuelto y un limbo que rezaba:
Moriré / primero / dentro, / entre varios / bostezos, / y los heraldos / rubios / girarán / en la vitrina / de las copas…
LA ARRECHERA DE GABO
Rivero había hecho amistad con un hermano del escritor Gabriel García Márquez, Gustavo, quien vivía en su mismo edificio en San Antonio, El Valle. Otros colombianos formaban parte de esa cumbia vecinal, la poeta Lidia Salas y Milcíades Ballesta. En ese grupo también estaban los periodistas Juan José Peralta (Popeye), su cuate de antaño, y el más tarde trastocado chavista Earle Herrera.
Ser amigo de un hermano de García Márquez era como ser amigo del mismo Gabo. A poco de ganar el Nobel, en 1982, parte del grupo hizo maletas rumbo a Cartagena, a visitar al premiado. Y allí le conoció, comieron y bebieron, le dijo que era periodista y que estaba a la orden en la planta inferior de donde vivía su hermano. Volvió con un ejemplar de Cien años de soledad dedicado por un Nobel, de su puño, al primogénito Diego.
En 1988, GGM visita Caracas en plan de incógnito pero con atenciones oficiales. En la fecha del viaje de vuelta a La Habana, 14 de octubre, el laureado hace una parada en la urbanización Los Corales, en La Guaira, donde entonces residía su hermano Gustavo, que esa vez estaba acompañado de su otro hermano Jaime. El avión partía a las 8 de la noche. Cuando se trasladaban los tres hermanos hacia Maiquetía, el vehículo que los transportaba fue embestido por un autobús y fue a dar contra las defensas de la avenida La Costanera. En ese accidente Gabriel García Márquez resultó lesionado. Le diagnosticaron dos costillas fracturadas y un hombro bastante golpeado.
Los amigos periodistas Rivero y Peralta estaban al tanto de todo, de la visita clandestina al país, de los sitios y las reuniones que había frecuentado, incluso de que el colombiano había venido a Caracas acompañado de una «incógnita» amiga mexicana, y ese dato se había filtrado a la prensa. En su libro Gabo nació en Caracas, no en Aracataca, Juan Carlos Zapata narra que días después, mientras se recuperaba en la clínica La Floresta, GGM «cogió una rabieta con el periodista Ángel Rivero, señalándolo de haber revelado el dato de la amiga. Rivero recuerda que dispensó una visita a Gabo acompañado de la periodista Alexandra Cariani, y Gabo los recibió tirando al suelo la bandeja de comida. Nunca más se volvieron a ver ni a hablar». (ALnavío Ediciones, 2017, pág. 331).
CARTAS AL DIRECTOR
En los 29 casos que describe Aníbal Nazoa en su libro Las artes y los oficios no figura el de escritor de cartas al director. En las 37 especialidades literarias que el mismo Nazoa satiriza en su libro Obras incompletas, la que más o menos se parece a esta súbita afición de Ángel Rivero es la de escritor de cartas abiertas. Dice:
«Los políticos, los artistas, los hombres de negocios, todos acostumbran arreglar o profundizar sus diferencias a través de cartas abiertas (remitidos) publicadas en los periódicos de mayor circulación.» (Monte Ávila Editores, 1969, pág. 79).
Pues, quizá porque en esos finales de los años 80 andaba sin oficio, Catirito la tomó por allí. Las secciones correspondientes de El Nacional, El Universal, Últimas Noticias, de repente se llenaron de pequeñas esquelas, de apenas dos párrafos, firmados por el proteico fablistán. Cualquier suceso (nimio o grandioso, de cualquier género) que hubiera sido reseñado en los diarios, era motivo de inspiración. Catirito cogía goteras a los reportajes, señalaba errores de construcción en las noticias, corregía nombres, fechas y lugares, explicaba hechos más allá de lo que decía el periódico, ponía el dedo en llagas ocultas. Creo que de su empeño en el ornato público surgió en los medios venezolanos la figura del ombudsman o defensor del lector. Extractos de esta faceta de Rivero:
Es así, señor director, que ese muerto encontrado decapitado en el zanjón Pomeranio no pudo presentar puntos de sutura al momento de ser levantado por los forenses, puesto que aun no había visitado la morgue.
El «Negro» Encarnación no es un simple portero de la casa nacional de AD, señor director. El señor Encarnación Rivas es fundador de AD. Más respeto.
En primer lugar, señor director, el vuelo del ruso Yuri Gagarin el 12-4-1961 no duró «unos 100 minutos»; fueron 108 los que tardó el primer cosmonauta en darle la vuelta al mundo. En el satélite Sputnik 1 no iba Laika; esa perra viajó en el Sputnik 2. En tercer lugar, la escotilla de la nave espacial Vostok 1 no tenía «unos 30 tornillos», sino 32; se agradece mayor precisión.
Rivero había estudiado muy bien la mecánica en el tratamiento editorial a las cartas que los lectores enviaban a los periódicos. Se enteró de los trucos. No muy largo, sin insultos, cero retórica, hecho puntual, un solo tema, sin errores ortográficos. En especial, lo que llaman «buena letra». Así lograba que sus cartas resultaran ineditables, con todas las palabras herméticamente selladas para que no le cortaran ni un pelo.
Ese oficio temporero, sin retribución ni consuelo, le gustó hasta que se cansó.
Muy bueno, Víctor, qué gran memoria en homenaje a un personaje querido que contribuyó a hacer más grata la vida en un diario. Un brindis por Catirito.
Un amigo de los amigos. Con un infinito anecdotario, critico corrosivo y con una eterna sonrisa. Difícil no quererle y de ahora en adelante; recordar al entrañable «Catirito».
Gracias, Henry, un gran abrazo desde esta orilla.