Cortos y borrosos fragmentos

Es una imagen vieja, vieja, como aquel anuncio en la televisión que decía «Si brinca no es Branca», refiriéndose al aceite de comer cuya marca aparece sobre un edificio al […]

Es una imagen vieja, vieja, como aquel anuncio en la televisión que decía «Si brinca no es Branca», refiriéndose al aceite de comer cuya marca aparece sobre un edificio al centro de la fotografía. Era la promesa básica del producto, no saltar en la sartén al freír papas. Más allá del edificio y los árboles, Sabana Grande y su leyenda

 

Sebastián de la Nuez

Es una vista de la Gran Avenida mirando al este desde plaza Venezuela, cotidianidad caraqueña de hace décadas, en blanco y negro. Podría ser propiedad de la Colección Shell —y seguramente lo es. En todo caso, es un retrato de un pedazo de modernidad bucólica. Es un buen enfoque para esas enciclopedias que antes se vendían casa por casa, transmite ilusión de bienestar, progreso latinoamericano. Ha debido ser tomada durante una mañana en que la gente salió a trabajar o fue a comprar ropa y zapatos de última moda, o un libro a La France o Suma; puede que mucha de esa gente haya corrido, mientras el fotógrafo hacía su trabajo, a tomarse un marroncito en el Gran Café, esquina con calle Pascual Navarro, el pintor que recuerda Ben Amí Fihman —en El espejo siamés— sentado al lado del periodista Fausto Masó y del literato  Oswaldo Trejo, dando rienda suelta a sus disparatadas peroratas porque se estaba volviendo loco en su vejez.

¿Le habrá quitado el chavismo ese nombre a esa calle, por haber sido Navarro, quizás, un favorecido de la democracia?

En estos días han aparecido en Facebook las antiguas fotos de Vasco Szinetar de los encuentros sabatinos en el Gran Café o La Vesubiana (pero ya en los setenta-ochenta, la foto de acá recoge un instante de los cincuenta o primeros sesenta); en varias aparecen Fihman, Masó y Trejo al aire libre, cuando en Sabana Grande siempre era mediodía y hacía sol. Cortos fragmentos de una ciudad perdida, viñetas congeladas en el recuadro de una Réflex. Eso le queda al emigrante, al ausente. Pero los recuerdos se van volviendo sepia o comienzan a desvanecerse debido al pegajoso uso sentimental. Todo lo que toca lo sentimental se emborrona. Caracas es, después de todo, o por encima de cualquier fotografía, un pasado, uno solo: el que lleva cada quien en su retina.

Ay, Ñato, le decía una guerrillera urbana a su amigo en la novela polifónica Historias de la calle Lincoln, vi unas camisas lila de espanto, sé buenito y vamos a comprarnos dos, ¿quieres? Ok, a las cinco. Una para ti y una para mí, unisex, nené, hazme caso, llévate los pantalones blancos. Sí, en Carnaby, a las cinco. Chao, chaíto.

Ficción (o transcripción) de una conversación telefónica, por supuesto. Ñato acudirá a la cita, según el autor Carlos Noguera, pero en Carnaby de la calle Lincoln —o sea, de Sabana Grande— se habrán agotado los modelos y Gracielita lo arrastrará a la sucursal del centro comercial Chacaíto, viernes seis y media. Se probarán las camisas y comprarán cuatro, y luego, en el cafetín, Gracielita devorará un club house, se excusará para ir al baño y, como siempre, se escurrirá en su Mustang blanco sin que nadie se entere. Se escurrirá, narra Noguera, «ávida hacia la noche de Sabana Grande».

Sabana Grande siempre presente en la literatura venezolana. «Yo nací para manejar un Mustang», primera línea de un libro autoeditado por Fausto Masó que le rendía homenaje a su sitio predilecto de estar y conversar. Masó está viejo y retirado de las redes sociales, pero seguirá siempre atento a esta segunda revolución que le ha tocado en la ruleta del destino, después de haberse largado de Cuba huyendo de la satrapía castrista justo antes de que se convirtiera en pesadilla, a principios de los sesenta.

El escritor Carlos Noguera les dijo, a unas alumnas de Comunicación Social de la UCAB que hacían un reportaje sobre Sabana Grande, que para él lo que resalta de la zona es su permanencia en el imaginario colectivo a pesar de sus transformaciones. Agregó (era 2012):

Milagro y epifanía: cubierta de cicatrices, como ha sido, Sabana Grande se resiste a morir.

De hecho, Sabana Grande, al parecer, ha sobrevivido. Pero ha sobrevivido para mentir, para desdecirse de su pasado y maquillarse de una manera torpe, cursi, atrabiliaria. No solo no es lo que era sino que contradice lo que fue. Se acomodó a los tiempos, como mucha gente.

Una buena fotografía —o una mala, pero tomada en el momento oportuno— suele funcionar como un viaje en el tiempo. Cuando esta foto de la Gran Avenida fue tomada, había otro país, otra perspectiva. Vista desde el presente, parece que la modernidad sosegada que refleja perdurará, que nada será capaz de interrumpir o subvertir esa simetría del progreso y el urbanismo  con orden que predomina en la imagen. No será así, desde luego. Por eso, esta foto puede verse desde el hoy tan solo como un espejismo.