Omar y Rómulo

Billo Frómeta, un reportero a quien por sus mañas llamaban el Fantasma, el cura Vera que se convirtió en secretario de Rómulo Betancourt, mujeres del periodismo en dictadura: de estos […]

Billo Frómeta, un reportero a quien por sus mañas llamaban el Fantasma, el cura Vera que se convirtió en secretario de Rómulo Betancourt, mujeres del periodismo en dictadura: de estos personajes trata, en parte, esta nota que recoge los recuerdos del Compañerito, Omar Pérez, testigo de aquellos tiempos y también de estos

Sebastián de la Nuez

La pregunta es: ¿se hablaba de investigación en las redacciones cuando Omar Pérez comenzaba en el periodismo, finales de los años cuarenta o ya comenzados los cincuenta? Todavía quedaba muy lejos en el futuro un caso tan emblemático como el Watergate; no, nunca se hablaba de periodismo investigativo. El periodismo era uno y simple: salir a la calle a preguntar y observar.

Había preocupaciones acuciantes en torno al oficio, desde luego. En cierto momento aquel grupo de reporteros formados a trancas y barrancas decidió ingresar a la Universidad después de viejos. En algún momento se preocuparon por profesionalizarse. Había gente que trabajaba por la mitad del sueldo, y esos abusos por parte de los patrones eran posibles porque no tenían cómo defenderse, no tenían una idea de sí mismos como profesionales dentro de un área respetable y útil para la sociedad. La UCV, mediante un convenio con la Asociación Venezolana de Periodistas, abrió la oportunidad en 1958. A la Escuela de Periodismo podían acudir los inscritos en la AVP para terminar sus estudios y quienes no tuvieran bachillerato o, incluso, no hubiesen aprobado la primaria todavía, podían completar estudios para luego dirigirse a la Central en búsqueda de su licenciatura.

A la sazón, en Venezuela aterrizaba un montón de chilenos, argentinos y uruguayos que venían huyendo de la situación en sus países, gente ávida de trabajo y poseedora ‒por lo general‒ de una cultura nutrida. Los recién llegados querían sobrevivir en el exilio. De modo que estaban en la disposición y con ventaja para escalar rápidamente hacia jefaturas en las redacciones de medios impresos. Los criollos comenzaron a ver la manera de proteger el oficio. También, en la AVP, se trataba de evitar la piratería y el palangrismo. Había gente que desacreditaba la profesión; algunos llegaban a los diarios pensando en cobrarle a cada fuente por cada publicación.

Pero con o sin Universidad, la experiencia de calle valía su peso en oro. El roce cotidiano con las fuentes fue la clave. Los diarios mismos eran una escuela: de la sección de sucesos el reportero podía pasar a la de tribunales, y allí tomar contacto con las diferentes  instancias, incluso hasta llegar a la Corte Suprema de Justicia. En el escalafón seguía el reporterismo de ciudad, y el cronista social gozaba, por su parte, de prestigio pues era muy bien visto: Oscar Escalona Olivier, por ejemplo. El rango superior era la cobertura política así como la económica. Cheíto Herrera fue redactor económico de El Nacional durante la dictadura, y después también.

Se aprendía ejerciendo el oficio. Se aprendía también cómo funcionaba el país. Un episodio giró alrededor  del exitoso músico de origen dominicano Billo Frómeta, a quien denunció su primera mujer por bígamo, a consecuencia de lo cual pasó unos cien días encarcelado. Se movilizaron abogados defendiendo a Billo, pero era imposible salvarlo pues había llegado a Venezuela desde República Dominicana estando casado, eso era un hecho fehaciente. De repente había aparecido con otra señora, graduada, por cierto, de periodista, con quien había pactado legal matrimonio en Caracas sin miramientos a su posición en su lugar de origen. Omar Pérez, el Compañerito, iba a documentarse a la Corte; en sus pasillos, uno de esos días, alguien le comentó que debían ser protegidos hombres llegados de otras tierras. Sí, a lo mejor han dejado a sus mujeres allá pero, dígame usted, ¿no es cierto que llegan al país de acogida y se encuentran íngrimos y solos?

Omar se devolvía a su puesto de trabajo en El Nacional a escribir defensas de Billo. El abogado Rafael Domingo Naranjo Osty (1898, Caicara de Maturín – 1972, Caracas), quien lo defendía legalmente, era un profesional brillante, «un gran jurisconsulto», en palabras de Omar. Resultó que el caballero que hablaba con Omar en los pasillos de la Corte era uno de los magistrados encargado de atender el caso Billo.

El músico, al ser liberado finalmente, celebró con un bailazo en casa de Naranjo Osty con todo y su orquesta. La casa del abogado quedaba frente a la Maternidad Concepción Palacios.

De alguna manera, el Compañerito aprendió con ese magistrado que las leyes son dúctiles, y que eso es bueno si están de por medio hombres correctos y con sentido común. De modo que la experiencia más valedera se hallaba entre los resquicios, un poco al margen de lo formal. La formalidad, incluso la académica, no necesariamente era un aval. Juan Hinojosa fue un ejemplo: reportero judicial, absolutamente autodidacta.

Yo dificulto haber leído en el periódico informaciones mejor redactadas, con mayor sentido de lo que era la noticia, que las crónicas de Hinojosa. Muy buen periodista y su mamá, Dolores, preparaba un pastel de morrocoy delicioso. Se fue para Alemania, y allí se quedó un tiempo. Muy comunista. No había manera de sacarlo de aquel cerco que se formó de repente con Teodoro y Pompeyo: una cosa hermética, leninista-estalinista.


Omar Pérez, tercero desde la izquierda, con colegas en una fiesta. Entre ellos, de lentes oscuros, el fotógrafo ‘Gordo’ Pérez. Foto sin fecha.

Palangrismo o malas mañas podían anidar fuera de los periódicos, no sólo dentro. Pero quizás algunos casos pasaran inadvertidos para la época. Mientras cubría sucesos para Últimas Noticias y El País (el periódico de Acción Democrática), OP se había familiarizado con la sede policial caraqueña, en la esquina de Monjas. Allí había un departamento de Prensa con un jefe y su ayudante. El jefe, Alejandro Cabrera, hombre cordial y buen profesional, escribía para El Universal los fines de semana un resumen sobre los sucesos de Caracas. Omar no observaba nada de malo en ello; simplemente, el hombre trabajaba en dos lugares al mismo tiempo. Cabrera llegaba y les entregaba a los reporteros, a golpe de 9:00 o 9:30 de la mañana, un par de cuartillas con los crímenes y atracos de la jornada. Con eso en la mano, cada quien seleccionaba la noticia que pensara podía llamar la atención de los lectores. Por ejemplo, una mujer mató a su marido, por celos, en La Pastora. Cuenta OP que, en ese caso, el reportero se iba a La Pastora, al sitio donde había ocurrido el suceso, y luego escribía la información. Por regla general, nadie compartía nada con nadie aunque pudieran coincidir en cuál era el titular más importante del día. En esa época privaba una concepción muy cerrada de la exclusividad: Carías, Bastidas, Lezama, el pachuco Yanes, Ledo: todos ellos la tenían. Había uno a quien llamaban el Fantasma, reportero del vespertino El Heraldo. Como ese diario salía al mediodía, el Fantasma trabajaba muy de mañana. Cuando los demás llegaban al lugar del suceso y alguien les advertía de que por allí había estado el hombre, sabían que no hallarían ni fotografías familiares en las paredes: arramblaba con todo. Era un azote. Y esas fotografías no aparecían sino en El Heraldo.

Al escribir, apenas se usaban las comillas. Sobre esto dice Omar lo siguiente:

Había quienes sabían más o menos manejar el diálogo, pero otros no. Llegabas y te sentabas a escribir tu noticia. Ahí no había indicación alguna, de nadie. Eso de la corrección de estilo se vino a conocer mucho después. No había editores sino correctores de pruebas. La corrección de pruebas era en los talleres. Me acuerdo en particular de un corrector llamado Luis Eduardo Vera, que fue sacerdote. Lo llevó Acción Democrática en sus planchas para la Constituyente; de la noche a la mañana ahorcó los hábitos y se hizo militante de AD, hasta tal punto que el último secretario privado de Betancourt fue el cura Vera.

MILITANCIA ADECA

Fue cuando trabajaba en El Nacional que se enroló en Acción Democrática. Trabajaba junto a Héctor Strédel, profesor de castellano y literatura, pero antes lo había conocido en El País. Era su amigo, sus esposas respectivas serían amigas y también formaban parte del grupo Fabricio Ojeda y su mujer.

Un día, la Seguridad Nacional lo atrapa, siendo activista de la resistencia, y lo envía a Guasina.

Guasina era una isla horrible allá en el Orinoco llena de monos y de culebras y de cuanto Dios creó. Allá lo metieron al pobre negro [Strédel] y hasta un ojo perdió por un virus, una lavativa que transmiten los monos. Entonces Elsa, su esposa, iba al periódico y nos decía para mandarle antibióticos; nosotros hacíamos colectas para enviar para allá medicinas a los que estaban encerrados. Habían mandado a una cantidad de gente, doscientas o trescientas personas, para ese infierno. En medio de ese conflicto, de esa manera clandestina de trabajar, entré en contacto con varios dirigentes adecos, entre ellos José Vicente Abreu antes de pasarse al Partido Comunista. Él fue quien se casó con la hija de José Agustín Catalá. Es el autor de Se llamaba SN.

Omar repartía el periódico Resistencia, al que llamaban el Bicho. Igual con Tribuna Popular. En ese entonces se ganó el apodo de Compañerito porque a todos trataba de ese modo. Pero había muchos reporteros que cruzaban de acera para evitarlo, para que no los llamara de ese modo; en ese tiempo del perezjimenismo, ya se sabe, las paredes podían escuchar y no era conveniente que a cualquiera lo asociaran con un partido clandestino. Sin embargo, él se empeñaba más en llamar de ese modo a muchos de sus amigos ajenos a la política (incluso), agregando «…de partido». José Carrillo Moreno –periodista, talentoso, gordo, simpático y abogado− le decía que no le echara esa broma, que jamás le dijera así porque enturbiaba su relación con la colonia portuguesa, cuyos miembros prosperaban en el comercio. Era el representante legal de varios de ellos, o de muchos.

Así fue como se quedó Omar con el apodo de Compañerito. Hasta Rómulo Betancourt le decía así.

En 1959 lo llamaron de AD para que se fuera como reportero en la campaña de Betancourt a Margarita. Miguel Otero Silva le dijo entonces que, si se iba, debía renunciar al periódico. Pero después le dijo que se fuera con permiso no remunerado. Y marchó a oriente con el piache de la pipa, tiempo durante el cual hizo las reseñas de los mítines y las enviaba a los medios, entre ellos El Nacional, que a veces las publicaba y a veces no.

—Mi condición era como reportero al servicio de la causa del partido.

En El Nacional estaban Carlos Lezama, Germán Carías y Julián Montes de Oca, entre otros. Podía haber entre ellos diferencias ideológicas pero siempre privó la camaradería. Omar llamaba a Lezama –ficha del PCV− para que publicara sus reseñas sobre la actividad política de Betancourt en el oriente, y Lezama solía complacerlo.

Al regresar al periódico, luego de la campaña, Omar siguió su labor y recuperó su sueldo.

Por El Nacional solían desfilar los intelectuales de la época, por amistad por MOS o porque llevaban sus colaboraciones. Entre ellos, Enrique Bernardo Núñez, cronista de Caracas. Las tertulias se organizaban en un bar dispuesto por Miguel dentro del mismo edificio, en lo que antes había sido apartamento del viejo Otero Vizcarrondo. Allí iba gente como Mariano Picón Salas y se tomaba una copita de vino, o el viejo Barrios. Pero cuando Miguel no estaba, se metían Cuto y Omar a beberle la caña a Miguel. Ahí fue donde Cuto se inclinó al alcohol. La tertulia no prosperó en ese sitio pero sí en una editorial de La California –propiedad de un señor de apellido De Juan−, la Bellas Artes. Era los sábados y asistían, por decir algunos nombres, Luis Beltrán Guerrero, Fernando Paz Castillo y Aquiles Nazoa. Iban a tomarse un jerez.

Al final de la jornada también se formaban tertulias en El Nacional o en otros diarios, donde tomaban parte Domingo Alberto Rangel, Mario Delfín Becerra, Luis Esteban Rey, José Carrillo Moreno, Francisco Salazar Martínez y Marconi Villamizar, entre otros. —‒‒¡Imagínate la cantidad de lavativas que se decían! ‒dice al recordar esos encuentros, cuando habló sobre su vida en el periodismo.

Mujeres en las redacciones no había, con ciertas excepciones: en El País, Josefina Calcaño, a quien OP recuerda muy linda. Se convertiría en esposa de Sergio Antillano. Las primeras mujeres en Últimas Noticias fueron Carmen Clemente Travieso, Elba Arráez, Ana Luisa Llovera, María Teresa Castillo y una que, aunque tuvo poca figuración, trabajó como reportera: Mercedes Blanco. En El Nacional, Ida Gramcko y Francia Natera. Esas son las que OP recuerda.