Sentado en una salita del segundo piso de su casa, cómodo y atento, Julio Barroeta Lara recibió una mañana de 2014 a un periodista que venía a preguntarle por su trabajo de toda la vida. La casita estaba en una calle muy silenciosa de San Antonio de Los Altos, cerca del complejo de viviendas OPS. San Antonio solía ser, al menos hasta ese entonces, un sitio verde, bucólico y fresco de los altos mirandinos. Hasta ahora, la entrevista ha permanecido inédita. Barroeta Lara, hombre ligao siempre a El Nacional, falleció un par de años después de este encuentro. Su testimonio habla de otros tiempos, cuando hacer noticia cada día era toda una ilusión, además de un oficio del cual vivir
Sebastián de la Nuez
Con Julio Barroeta Lara vive su esposa Paquita, madrleña venezolanizada; pero hoy no está en casa. Él es un sobreviviente de ese pedazo luminoso del periodismo venezolano que ha sido El Nacional durante el siglo XX. JBL coordinó las páginas de opinión, fue su última función en ese periódico. JBL siempre ha sido un hombre discreto. Hombre cumplido y mesurado, nunca faltó a su trabajo. Ha sido fiel a la empresa, perseverante en su andadura, de temperamento reservado. Sus vivencias y opiniones son importantes para la historia del periódico: son las de un personaje que, sobre todo, ha sido un observador desde las sombras del día a día de El Nacional, primero como corresponsal y luego desde dentro.
Al hablar es llano y tajante en sus respuestas, no abunda mucho en ellas pero lo que dice, lo dice sin titubeos. ¿Qué lleva a un muchacho en los años cuarenta, nacido en San Sebastián de Los Reyes, estado Aragua, a querer ser periodista? En su caso, sus lecturas. Desde pequeño se sintió más cerca de las letras que de los números.
Hay momentos en la vida en que uno se inserta y no sabe cómo ‒dice‒, pero es algo que uno lleva por dentro: lo que uno es. Yo, por ejemplo, no me figuro trabajando como ingeniero; esa es una cosa que uno no elige, es un destino.
‒¿Qué lecturas lo marcaron?
‒Usted sabe que en la juventud uno va buscando aquí y allá hasta que encuentras los autores que le gustan, en mi caso fueron los rusos: Gorki, Dostoyevsky, que eran el contacto intelectual que yo tenía con mis amigos. Entre esos amigos de Los Teques te puedo citar a Manuel Mota, periodista.
Trabajó en El Nacional desde 1947 pero hubo una interrupción a causa de un viaje a la Cuba revolucionaria que hizo por su cuenta, lo cual le acarreó un problema con sus jefes. Empezó, antes que nada, en un periódico de Los Teques, Rúbrica, dirigido por Leoncio Materán Castro. Cuenta que en ese año de 1947 llegó a Los Teques un periodista llamado Ramón Vicente Tovar, adeco, que había estado preso en Guasina. Llegaba como corresponsal de El Nacional, venía enfermo de los pulmones, aunque a él no le gustaba decirlo (al parecer era una persona muy pagada de sí misma). Se curó y se fue a Caracas, dejándole la corresponsalía a JBL no sin retarlo a ver si lo hacía tan bien como lo había hecho él. A la sazón, JBL tenía «adelantado» el bachillerato. Lo que más recuerda del periodo a cargo de la corresponsalía es la confianza que depositaba en gente extraña, sin que jamás se arrepintiese de ello:
Nosotros, los corresponsales, parábamos cualquier carro del interior con placas de alquiler, le pagábamos al chofer sin saber quién era, le dábamos los sobres y nunca se perdió uno. Los entregaba en El Nacional y en El Universal. Eso costaba dos o tres bolívares, y era todos los días.
Esos sobres contenían las noticias del día. El corresponsal debía cubrir todas las fuentes; él pasaba diariamente por instancias gubernamentales locales, cubriendo cualquier información oficial. Cuando se producía una emergencia, debía llamar por teléfono y el redactor de guardia en la sede del periódico recogía la novedad, al dictado. Si había tiempo, se mandaba la fotografía hecha, por lo general, por los mismos reporteros.
‒¿Por qué era tan importante para esos periódicos tener corresponsalía en Los Teques?
‒Era una forma de ir afianzándose en el interior. Un distribuidor me dijo una vez que, desde que estaba en la corresponsalía, y antes, con Tovar, había aumentado la circulación de El Nacional. Yo no hacía casi nunca sociales, pero esa es una de las cosas que hace aumentar la circulación: a la gente le gusta que le nombren a un tío o un primo en un medio, corre a buscarlo.
‒¿Cree que eso es así hoy en día, todavía?
‒Creo que sí. Del ser humano hay cosas que no pueden cambiar, te dicen que el hijo tuyo salió retratado haciendo la primera comunión…, bueno, eso fue lo que le dio circulación a esos periódicos, los afianzó.
‒¿Alguna noticia espectacular o pintoresca que se haya dado mientras fungía como corresponsal?
‒No recuerdo, pero lo más importante era la información que te daba el Estado. Yo iba todos los días a las fuentes oficiales.
Siempre fue políticamente independiente; sin embargo, como todo el mundo, tenía una tendencia, y la suya era hacia la evolución (tal es la palabra que utiliza, evolución), sin militancia política alguna. Eso sí, opositor a los adecos, por llevarle la contraria al gobierno. En aquella época de sus comienzos estaba Rómulo Gallegos en el poder, aunque no duraría mucho. En realidad, reconoce, no se puede negar que ellos ‒Acción Democrática‒ hicieron un trabajo de liberación social muy importante.
‒Aquí se le da un estatus a la mujer gracias a los adecos. Fueros ellos quienes les dieron el voto. Y luego, AD tenía una cantidad de mujeres muy importante. Ana Luisa Llovera, por ejemplo.
JBL tiene un doctorado en Historia, la licenciatura en Letras más una maestría en Literatura Hispanoamericana. También se licenció en Periodismo, Fue profesor titular en la UCV. Recuerda a Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Segundo Serrano Poncela y Humberto Cuenca entre sus profesores. A Picón Salas lo tenía por barroco en sus clases, en el mejor sentido de la palabra: «Interesantísimo, y te motivaba mucho… A Picón Salas le debo un poco de dispersión mental».
Le fue perfectamente posible, al joven corresponsal en Los Teques, vivir del sueldo; después lo nombraron asistente del jefe de Provincia, Oswaldo Pérez Estévez, conocido por su vocación de gran cronista taurino. Ya, eso, en la sede de Puerto Escondido. Siguió viviendo en Los Teques en esa época, pero cuando se casó, se mudó a Caracas. Había corresponsales en muchas ciudades del interior, entre ellas en Barquisimeto: el padre de Elides Rojas. En el Zulia tenían una sala de Redacción; en los demás lugares, cada quien trabajaba desde su casa. Ya, para cuando se va a trabajar propiamente al diario, ha conocido a Miguel Otero Silva: unos jóvenes de Los Teques tenían un centro cultural ‒fundado por Germán Luna Pinto‒ llamado «José Jesús Arocha» en memoria de un gran educador que había sido director del Liceo San José de Los Teques, un internado por donde pasaron MOS y Arturo Úslar Pietri. Un día habían sido invitados Luis Pastori, Aquiles Nazoa y MOS para que charlaran con los jóvenes que solían ir por ese centro cultural. Fue la ocasión en que conoció a quien sería su jefe máximo.
Para el momento de esta entrevista, JBL escribe una semblanza de Otero Silva para las ediciones de la Academias Nacional de la Historia. Se llamará El Nacional: propulsor del humanismo y la modernidad. Tiene dos semblanzas anteriores, una de Ramón J. Velásquez y otra de Uslar Pietri. Piensa reunirlas en un volumen, las semblanzas de los diez directores con quienes ha trabajado en el diario de los Otero, comenzando por Antonio Arraiz hasta llegar a Quirós Corradi, el último con quien estuvo. Prefiere la semblanza a la biografía porque no busca una detallada sucesión de acontecimientos sino algo alejado del ladrillo, que le llegue al público. «Porque el periodista escribe para el público. En una semblanza lo importante no es el personaje sino su circunstancia».
De la sección Provincia pasó a la vera del jefe de Información. Como redactor, nunca tuvo una fuente fija.
‒A veces, los periodistas de fuente fija, que lo son durante años, se mimetizan con ella. Por ejemplo, reporteros de Sucesos que se creen policías.
‒Eso sucede. Yo siempre tenía la imagen de Jesús Salvador Perdomo, un andino que en ocasiones adoptaba las poses de un cazador. Lo comentábamos y nos reíamos, andaba como agachado, como un animal al acecho.
‒A veces, también, los periodistas piensan que hacen novela o relato policial o algo así.
‒Las dos preguntas fundamentales que debe responder el periodista son el qué y, luego, el porqué. De nada vale empezar diciendo «aquella mañana, el hombre vestido de tal forma bajó por las escalinatas…»; diga que lo mataron y porqué. Un periodista dice ahora, por ejemplo: «Cuando Manuel Pérez se asomó a su ventana aquella mañana, no sabía que le iban a disparar tres tiros y lo iban a matar…»; claro, si lo llega a saber, no se asoma.
Durante unos veinte años dirigió la sección de opinión de El Nacional. Mucha gente le atribuía la creación de la Página C-1 pero en realidad fue idea del propio MOS y quien le dio forma fue su amigo el adeco Omar Pérez. Sobre las páginas de opinión y cómo0 deben funcionar, Barroeta Lara dice cosas que suenan duras.
‒A veces llegan los colaboradores y los ponen ahí en fila india, y eso no es así. Yo me eché encima un montón de enemigos pero hay que tener criterio selectivo para poder jerarquizar. No era la opinión formal de la página A-4, en la C-1 la opinión venía envuelta, por lo general, en una atmósfera de humor.
Hubo una interrupción en su relación con el diario. A la caída de Fulgencio Batista en Cuba, mandaron al fotógrafo Gordo Pérez y a un reportero de origen cubano a cubrir los acontecimientos, pero él se fue por su cuenta. Lo llamaron del sindicato y le dijeron que estaba metido en un lío, que se devolviera. En el sindicato estaba Arístides Bastidas. Él contestó que se devolvería cuando pudiera porque los aeropuertos allá habían sido cerrados. En fin, lo botaron y se quedó unos días por su cuenta en la isla. Lo asombraron las mujeres bellísimas que veía, todavía lo tiene claro en su memoria hoy, en 2014. Lo cierto es que dieron la orden de que no le publicaran nada. Al periodista cubano y al Gordo Pérez sí les publicaron cosas.
Entonces fue jefe de Redacción de Momento. Recuerda como personaje formidable y pintoresco a Carlos Ramírez MacGregor. Pero un día tuvo que ir a El Nacional por algún asunto y vio a su amigo Omar, quien le propuso que le hiciera sus vacaciones. Se las hizo. A la semana le dijo que lo iban a pasar a jefe de Provincia, de modo que JBL se quedó en su puesto. Otra vez enganchado.
‒¿Cómo es el trabajo con los colaboradores, los celos, los favoritismos…?
‒Sí, tienes que seleccionar, ir metiendo lo que le interesa al público. Yo tenía colaboradores fijos, dos o tres para garantizar al lector la calidad. Eran Jesús Sanoja Hernández, Anibal Nazoa, Guillermo Morón. Sanoja, aunque era comunista, era amplio, equilibrado, informado. Se podía conversar con él.
‒¿Cuál es la diferencia, volviendo al reporterismo, entre los periodistas de ayer y los de hoy?
‒Hay falta reporterismo. La presencia viva del reportero. Los periódicos tienen mucho sabor a boletín, a cosa en el aire. La vitalidad que dan el testimonio y la crónica no la hay ahora. La fuerza que tiene la crónica, tampoco. La fuerza testimonial, el yo lo vi, no me lo contaron… Los periódicos grandes tienen ese sinsabor, que son como un boletín. Antes aparecía el reportero retratado [acompañando la respectiva nota o información] y eso era muy bueno, porque era la fuerza del yo estuve allí.
Ahora, en su retiro, prefiere la televisión. Se limita cada día, apenas, a dar tan solo un vistazo a los periódicos.
‒Uno debe estar con esa combustión, como quien toma café; el periodismo se te mete en la sangre. Ya los periódicos no tienen ese dominio total. Estoy leyendo muy poco los periódicos. La forma en que están escritos… Los artículos de la C-1 eran cortos, el tono de humor, todo eso, era otra cosa.
OPINIONES SUELTAS DE JBL
Sobre lo viejo y lo nuevo
Uno debe estar claro en qué debemos desechar de lo antiguo, y en aquello de lo antiguo que debemos conservar. La humanidad no se parte de repente, en un momento dado. La gente de Últimas Noticias se inventó un fenómeno en Naguanagua, de tres cabezas. Eso levantó a Últimas Noticias. Puede que mucha gente no lo creyera, pero les puso a volar la imaginación.
Sobre los valores
Buscábamos la veracidad, un valor fundamental. No tenían que exigírtelo porque tú sabías que tenías que ser veraz. Practicábamos la solidaridad [sin embargo, recuerda que en una ocasión, llegando tarde a una importante rueda de prensa, alguien le salió al paso para decirle que los declarantes ya se habían ido; resultó que era mentira].
Sobre la objetividad
En filosofía no existe la objetividad. Asistí a un curso, y en una clase tuve una discusión con una profesora. Yo le decía que la objetividad periodística es entrevistar y decir «él no me dijo esto». La objetividad es trasladar los hechos tal como tú los viste, si te equivocaste, bueno, ya es otra cosa, ya no es ética de lo que estamos hablando. Si agregas algo, debes decir «yo creo que el testigo está equivocado». Objetividad es lo comprobable, lo que no, pues no es. Yo fui objetivo al transmitir ese embuste, porque me lo dijo Fulano. Perdona pero en eso hay una galleta enorme,
Sobre la subjetividad
La subjetividad es natural, cada quien ve las cosas a su manera. La ironía es el instrumento básico del humor, todas las grandes obras de la humanidad tienen su lado humorismo, pero hay una base de verdad en el humor para que tenga sentido y haga gracia. Siempre tiene que tener una base.
Sobre la extensión
Te encuentras un artículo y está escrito sabroso; en algunos casos solo lees el título y después lo dejas, te imaginas el contenido. Se ha perdido el placer de la lectura porque no te dan una cosa grata. Tú te lees el Lazarillo y te interesa la manera en que está escrito. Es como la comida. No es que vas a un sitio y pides un bistec, no, hay que ver cómo está hecho ese bistec. Por eso me refería a la capacidad selectiva del que maneja una página de opinión. Generalmente uno lee por el placer de leer. Lo cierto es que los periódicos tienen que avisparse porque la televisión se los está tragando. Yo compro los periódicos por periodista, por hábito, pero cada vez encuentro menos que leer. El periodismo es arte, entonces.
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