Analuisa Llovera fue la primera reportera venezolana, también diputada en el Congreso de la república y primera presidenta de la Asociación Venezolana de Periodistas, la entidad gremial que pervive hasta hoy bajo la denominación de Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Dos estudiantes de la UCAB hicieron estas entrevistas imaginarias al personaje: Marian Licheri se centra en el golpe civil-militar del 18 de octubre de 1945 del que Llovera fue una testigo cercana, mientras que Nellyan Pedrique se sitúa más en la época actual para, desde allí, especular sobre lo que podría haber dicho Llovera ante algunas interrogantes de la actualidad
Marian Licheri
Entre su apartamento en Parque Central y su casa en Maracay, prefiere la última. Desde hace unos años, pasa allí la mayor parte de su tiempo porque en Caracas ya no cabe ni su chinchorro ni su conciencia. Analuisa Llovera necesita que el aire que respira no huela a política ni a noticia todo el tiempo. Por eso está allá. Su casa ya no es su casa pero fue de las pocas cosas y casas que tuvo en su larga vida pública. Ahí fue la conversa, en esa modestia de una sola planta que con ocho pasos se recorre de la entrada al porche. Ahí afuera se sienta en su chinchorro, después de ofrecer agua para hacer menos calientes los veintisiete grados usuales de la ciudad. Para empezar a hablar, le baja el volumen al radio encendido mientras acompaña a tío Simón con su voz llanera grave: «Mis ojos la están mirando pero es de un amigo mío… Cuéntame, ¿empezamos por la política o por el periodismo?»
Analuisa Llovera ejerció periodismo durante cerca de cincuenta años. Está más acostumbrada a preguntar que a que le pregunten, a mandar que a ser mandada y a decidir antes de que lo hagan por ella. Es también por eso que es conocida como la primera de las primeras en adentrarse en los mundos usualmente dominados por hombres: primera mujer diputada, concejal, reportera, presidenta de la Asociación Venezolana de Periodistas y del Tribunal Disciplinario del gremio. Co-fundadora de Acción Democrática, cofundadora de la Fundación Latinoamericana de Periodistas. Y más.
«Empecé con mis cosas a tu edad, a los 23», dice, refiriéndose a la mezclada carrera política-periodística que inició desde joven. «Me inicié en la política y un año después en el periodismo».
Eso fue cuando aparecía la revista Life o cuando llegaron las medias de nylon o la publicación Billboard sacó el primer hit parade y estaba de moda bailar en el Savoy con la música de Benny Goodman. Esa época cuando aquí, más cerca, se nombró al maestro Sojo como director de la Escuela Superior de Música, se creó el Instituto Pedagógico y se fundó el Instituto Nacional de Higiene. Entre 1936 y 1937. En la transición de Gómez a López Contreras, pues, cuando Analuisa incursionó en la política y luego, en el 37, en el periodismo.
«Fue muy natural para mí entrar en política porque mi papá era de los perseguidos en la dictadura de Gómez. Yo nací en una carreta porque íbamos en camino a alguna acción antigomecista. Mi papá disfrazaba a gente para sacarla a Colombia, se unía a las montoneras que se alzaban. Además, era muy mochero, apoyaba al Mocho Hernández, pues».
Su padre, Liborio Llovera Corrales fue un estudiante de medicina que nunca terminó su carrera por la situación política del país.
‒¿Tu padre también influyó en tu carrera como periodista?
‒Mi papá fue una cátedra permanente de democracia, de libertad y de justicia. Influyó muchísimo en toda mi vida. Recuerdo que él me contaba que mientras estaba en prisión pedía que le acumularan los periódicos y cuando salía se leía todos los Universal y todos los Nuevo Diario porque esos eran los que llegaban a las cárceles. Y se los leía de atrás pa’lante, o sea, desde el más viejo hasta el más nuevo. Y siempre me comentaba lo político cuando terminaba de leer. Creo que por eso, para mí, la política y el periodismo están casados.
‒¿Cómo lo argumentas si la política siempre persigue el poder y el periodismo siempre lo enfrenta?
‒Ya lo creo. Pero lo que yo pienso es que la verdadera militancia partidista representa el más noble y fecundo ejercicio de ciudadanía y responsabilidad. No se le puede culpar al partido por los errores individuales que atenten contra los valores que ellos mismos, en un momento, profesaron. Por eso, yo siempre seré adeca: por sus valores. Siempre votaré por AD así tenga que hacerlo con un pañuelo en la nariz porque no me gusta el candidato.
‒Oscar Yánez piensa que tu pasión por el partido chocó con tu ejercicio de periodista en el golpe a Isaías Medina Angarita ¿No fue así?
‒Ya lo creo. Yo respeto mucho a Oscar pero hemos tenido nuestros zarandeos en varias ocasiones. Mi relación con la política me llevó primero a altas posiciones parlamentarias y luego al destierro que se prolongó ocho años en los que no pude ejercer el periodismo activo y dinámico. Pero siempre me quedó como amorosa pervivencia de una profesión, con la que estoy profundamente consustanciada, una invencible tendencia a sentarme frente a la máquina de escribir con el mismo estado de ánimo que si el linotipo esperara mi material para devorarlo ávidamente y el jefe de Información me urgiera por la premura de cerrar una página.
‒Bien, pero el día del golpe, según Oscar, desapareciste en la tarde de Últimas Noticias, tu lugar de trabajo, y dos días después estabas en Miraflores despachando en la oficina del presidente Betancourt. ¿Cómo puede haber concordancia de valores?
‒Cierto. Te voy a confesar que yo no tenía ni idea del golpe hasta que lo hicieron. Eso sólo lo sabían las cabezas del partido: Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto y el comandante Chacín. El caso es que en el periódico dicen con tremenda confusión «es un golpe lopecista»: ahí me voy del periódico y llego desesperada a la sede del partido. Me encaramé en un escritorio para pedir apoyo a Medina. Nadie entendía nada hasta que me llama Luis Lander, editor de Últimas en ese entonces, y me dice que AD está involucrado en el golpe. Entonces ahí cambió la cosa. Mi labor se había convertido en popularizar el golpe diciendo que había unos jóvenes que querían llevar el país por un mejor camino. Fue todo muy cómico.
‒Entonces, ¿apoyaste el golpe también como periodista?
‒Sí, porque estaba justificado.
‒¿Por qué, entonces, defendiste a Medina sobre el escritorio?
‒Porque había sido un presidente moderno y pensaba que el golpe era de los lopecistas.
‒¿Está bien que AD realice un golpe pero no lo está cuando otro grupo lo hace?
‒Todo está en la intención. Luego del golpe, se equipararon por completo los derechos de las mujeres con respecto a los hombres. Se organizaron programas sociales, comedores populares. Medina pudo haber llegado más lejos, pero existían demasiados intereses particulares en su círculo que iban a hacer retroceder el proceso democrático. De esta manera, Venezuela logró encaminarse en diez años, por eso ese golpe está más que justificado.
Se incomoda con la conversación. Con la excusa de buscar más agua para su vaso ‒ya lleno‒ quiere levantarse del chinchorro, pero le cuesta porque sus pies no llegan al piso. Su pequeño cuerpo lucha por encontrar su recia postura en un movimiento aparatoso con el que logra, por fin, incorporarse. Dándose cuenta de su demostración de debilidad, sonríe como si nada hubiese pasado y pregunta: «¿Se te ofrece algo?»
«Sí que estaba ofreciendo algo ya: esa línea que no se encuentra en sus épicas historias. Ese eslabón humano que la primera de las primeras odia admitir. Ese strike que los fanáticos perdonan y buscan olvidar. Suena esa canción que tanto le gusta de Alfredo Sadel, Desesperanza. Luego de un corto silencio, le sigue otro de sus favoritos: Joan Manuel Serrat.
Vuelve Analuisa con el final de la canción «…golpe a golpe, verso a verso».
‒Sabes que Joan Manuel dice algo que me encanta: «La única manera de ser profundamente internacional es ser profundamente provinciano» ‒y cambia el tema‒: ¿Sabes qué me tiene preocupada? La cuestión de la identidad. De nuestra identidad. Debemos preguntarnos quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos. Porque la historia siempre nos ha ofrecido oportunidades para no independizarnos y las hemos aprovechado siempre, por comodidad. El petróleo es una de ellas…
Se ha puesto reflexiva, como si ese break que se tomó para rebosar su vaso de agua la hubiese hecho pensar en su propia independencia, en ella como Analuisa Llovera y no como la diputada, la concejal, la presidenta de la AVP, la amiga de Gallegos, la confidente de Betancourt, la compañera de exilio de Andrés Eloy Blanco, la abrecaminos del género.
‒¿Quién es Analuisa?
‒¿Cómo que quién soy? Soy yo, Analuisa Llovera: demócrata, periodista, anticomunista y antiimperialista.
‒Analuisa como ser humano… Tú sola.
‒Aunque siempre he creído en las libertades individuales, me resulta muy chocante el yo, el nosotros me parece más hermoso, porque vengo de una familia numerosa y allí, en mi casa de un viejo rincón del propio corazón de Venezuela, nadie era yo. Cuando papá traía dulces era para nosotros. Más tarde, ingresé a un partido político en el que era un hábito familiar hablar en colectivo. Nosotros, el partido. Nosotros, Venezuela. Nosotros, mi familia. Me resulta muy forzoso pensar en yo.
El día que me quieras de Gardel ambienta la tarde calurosa mientras Analuisa, sentada en su chinchorro, balancea los pies y mira hacia un lado. Suspira, sonríe y vuelve a ofrecer bebida por esto de los veintisiete grados, «qué calorón».
La Chaparrita y Rómulo
Nellyan Pedrique
Analuisa Llovera no necesita utilizar cinturón para llevar bien puestos sus pantalones. Esta guariqueña nacida el 2 de febrero de 1913 ha sido una mujer insigne en la historia contemporánea del país. Periodista, dirigente política y gremialista han sido algunas de las facetas de esta hormiguita peleadora. Un metro cincuenta de estatura, ojos penetrantes y una cabellera corta ‒estilo que la ha acompañado más de la mitad de su vida‒ son los aspectos que sobresalen al mirarla por primera vez. La figura menuda de Llovera entra a uno de los establecimientos más populares del oeste de la capital, Crema Paraíso, y luego de compartir un café, la entrevistada advierte que prenderá un cigarro pues solo fuma después del almuerzo. Tiene 70 años de edad e innumerables reconocimientos a cuestas ‒como la Orden Andrés Bello en su primera clase (1977) y el Premio Nacional de Periodismo (1962)‒, es cofundadora del partido Acción Democrática y le dicen Chaparrita.
‒¿Cree que su personalidad acelerada se atribuye a que nació en una carreta en movimiento?
‒No lo sé (risas), puede atribuírsele a ese hecho. Lo que puedo asegurarte es que soy antigomecista desde que nací. Mis padres huían de las fuerzas del gobierno, se iban refugiar en Calabozo y mi madre me dio a luz en el camino.
Su interés por la política se inició desde muy temprano: a los 12 años de edad aprendió a utilizar la máquina de escribir para transcribir los chistes y bromas contra el dictador Juan Vicente Gómez y tres años después repartía periódicos clandestinos.
‒¿Es usted política o gremialista?
‒Todos tienden a referirse a mí como una dirigente de Acción Democrática y la verdad es que tengo más de quince años sin militar en el partido. Aunque colaboré a fundar esa organización y seré, como dice Rómulo, adeca hasta la muerte, mis principios y mi lealtad van hacia los gremios periodísticos.
La escritora del libro Entre dos fuegos recuerda que duró diez años sin hablarle a su amigo Rómulo Betancourt.
‒Una vez me llamó a su despacho en Miraflores y me dijo que cuando entrara dejara a la Asociación Venezolana de Periodistas en la puerta. Yo le contesté que entonces no teníamos nada de qué hablar.
‒¿Cómo hace para convivir con un comunista?
‒Pues la mejor receta es respetar las ideas contrarias. En la biblioteca de mi casa podrás encontrar desde un retrato de Mao Zedong hasta fotografías de Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco.
‒¿El amor tendrá algo que ver con esa tolerancia?
‒Estoy segura que sí.
El esposo de la diputada de la Asamblea Nacional Constituyente en 1947 fue un político nicaragüense exiliado. Armando Amador, comunista, contrajo matrimonio con una de las fieles defensoras de la libertad en Venezuela. Ella dice que este hecho fue una de las razones por las cuales fue marginada de AD.
‒Me casé con un comunista y los altos jerarcas del partido pensaron que influiría en mi manera de ver las cosas y en mis pensamientos.
LA PRINCIPAL DIFERENCIA
Llovera dirigió la jefatura de información de El País ‒el periódico de los adecos en los años cuarenta‒ hace 39 años y todavía piensa en la importancia de utilizar al periodismo como un servicio social. Con este principio como bandera ha formado parte de los medios de comunicación escritos más reconocidos de Venezuela.
‒¿Podría definir al periodismo en tres palabras?
La Chaparrita suspira. Es complicado limitarle la respuesta a una mujer que puede hablar por horas sobre un mismo tema.
‒Pues, si tuviera que definir al periodismo sería: informar, orientar y educar.
‒¿Y la intuición?
Llovera, con una sonrisa en su rostro, observa a la entrevistadora. Sus ojos parecen haber perdido un poco esa severidad que los caracterizaba; por el contrario, la guariqueña se asemeja a una abuela consentidora, aun cuando nunca tuvo hijos.
‒La intuición no lo es todo. Tú y los periodistas de hoy en día deben aprovechar el desarrollo tecnológico y utilizarlo en el ejercicio de esta profesión. Aunque, tienes razón, un verdadero periodista necesita de intuición.
‒¿Cuál cree que es la principal diferencia entre el periodismo de ayer y el de hoy?
‒El trabajo reporteril era distinto. Todas las mañanas nos reuníamos para dictar la línea informativa del periódico. Los reporteros y los jefes repartíamos la información en una escala de prioridades. Hoy en día eso ha cambiado, ahora convergen muchos intereses económicos, de publicidad y hasta de los dueños de los medios.
‒¿Tiene algún consejo para la nueva generación del periodismo?
‒Claro que sí. Desde hace tiempo he venido observando con preocupación cómo las funciones y metas básicas del periodismo se han ido desviando de su curso. Detrás de la primicia y del tubazo, de llevar a nuestros lectores y a nuestra audiencia la noticia, hemos olvidado nuestro papel de orientadores. Debemos producir informaciones que sean orientadoras, sobre todo en un país en el que el pueblo está acostumbrado a obedecer sin hacer preguntas ni análisis. Esa es nuestra misión social.
Desde sus inicios en Últimas Noticias ha ocupado cargos que resultaban impensables para una mujer: diputada, jefa de información de un periódico, concejal. Era la primera en llegar a las reuniones clandestinas y se daba el gusto de reclamarles a los varones su retraso. Tanto es su afán por equipararse con el género masculino que esta dama de metro y medio de altura maneja como una gigante por las calles de Maracay y Caracas.
‒¿Cree usted que en Venezuela existe igualdad de géneros?
‒Todavía no se ha logrado esto. Es una situación que lleva consigo muchos antecedentes, prejuicios y limitaciones. Es un problema de conciencia y para combatirlo se necesita mucha educación.
‒¿El machismo es un factor determinante en esto?
‒Por supuesto. Muchos predican las capacidades de las mujeres, pero en realidad las subestiman y discriminan. Temen en la independencia del criterio femenino.
La pregunta altera a Llovera, parece no haber quedado satisfecha con su respuesta, intenta conseguir las palabras adecuadas y opta por ilustrar su opinión a través de una experiencia propia.
‒Todos conocen que mi divorcio, cuando tenía 24 años, se produjo porque mi marido, Bonaparte Padra, me puso a escoger entre el partido y él. Yo escogí el partido. ¿Eso no es un acto de machismo?
‒¿Ser mujer le ha beneficiado o afectado en esta profesión?
‒No me ha estorbado en lo absoluto. A veces he estimado como una ventaja la condición femenina.
‒¿Y piensa que las mujeres pierden su feminidad al ejercer una profesión?
‒Eso no debe verse afectado por los cargos que ocupemos o la profesión que ejerzamos. Una mujer puede manejar un camión y puede verse tan femenina como cuando camina en tacones. Es algo íntimo, profundo, intrínseco.
La ganadora del Premio Nacional de Periodismo nunca ha perdido su feminidad. No lo hizo cuando estuvo detenida por la Seguridad Nacional en 1949, mucho menos en el exilio, en el que duró casi una década fuera de su patria y conoció a otra mujer referencia en Venezuela, Mercedes Pulido de Briceño. Analuisa confiesa odiar la cocina, pero le gusta mucho la jardinería y limpiar su casa.
Llovera ha recorrido un largo camino desde su participación en el semanario El Vocero en su natal Calabozo, en el estado Guárico. Placas, diplomas, premios y reconocimientos avalan su trayectoria.
NO A LA ÚLCERA GÁSTRICA
Solo quedan unas incógnitas que requieren respuestas cortas. De nuevo, todo un reto para la septuagenaria.
‒¿Un recuerdo de la infancia?
‒Correr por los amplios pasillos de la casota llanera en la que vivíamos mis doce hermanos, mi padre y yo.
‒¿Algo de lo que se sienta orgullosa?
‒Hace poco doné mi apartamento para que el dinero obtenido por su alquiler o venta sea utilizado en las labores de investigación comunicacional.
‒¿Qué significa Kotepa Delgado para usted?
‒Uno de mis grandes maestros. Gracias a él pude salir a la calle en autobuses de a locha para buscar las noticias.
‒¿Y Rómulo Betancourt?
‒Un gran compañero de batallas y, sobre todo, un amigo.
‒¿Una rutina que no abandona?
‒Regar mis matas todas las tardes.
‒¿Se siente honrada por tantos reconocimientos recibidos?
‒Claro, aunque pienso que se tardaron mucho en hacerlo (risas). Los premios, homenajes y reconocimientos se agradecen mucho, pero en realidad no sirven más allá que para reunir a un grupo de veteranos en un mismo salón. Sería más útil si ese tiempo lo utilizaran para luchar por el futuro del periodismo.
Analuisa Llovera espera trabajar hasta el último de sus días. Actualmente es columnista en varios diarios nacionales y extranjeros.
‒¿Le falta algo por lograr?
‒Sí,mi reto es vivir hasta el año 2000. Llegaré a mis diecisiete lustros de vida. Colegas, que no les gane el facilismo: sepan defenderse del billete porque el ejercicio profesional honesto y limpio, aparte de que ofrece satisfacciones, es la mejor defensa del infarto, la úlcera gástrica y el insomnio. Es lo que más necesita Venezuela.
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