Entrevista al despertador de Euskadi

Iñaki Anasagasti en la plaza Barria, en Bilbao (s/f).

Esta conversación con el vasco-venezolano Iñaki Anasagasti se hizo especialmente para una convocatoria de Venezuelan Press, la asociación de los periodistas venezolanos en España, para ser publicada en el libro Entrevistas: un recorrido por la historia entre España y Venezuela, que recoge un interesante y variopinto grupo de personajes. Etxenara Mendicoa, autora de este trabajo, es periodista, graduada en Comunicación Social por la Universidad Católica Andrés Bello (1997) y actualmente vive en Bilbao. Se publica esta versión de la entrevista con los permisos correspondientes

Texto y foto: Etxenara Mendicoa

Hora: 10:11 am. Llego 41 minutos tarde a la cita con el exsenador Iñaki Anasagasti debido a un retraso en el metro de Bilbao. «Ponga el sitio y la hora, doña», me había pedido, pero le dejé esa tarea también a él y el trato que yo incumplía hubiera sido a las 9:30 en la terraza del Bar Urdiña en la plaza Barria de Bilbao, un punto de encuentro más que clásico, definitivamente medular, porque es el epicentro del Casco Viejo o Zazpikaleak, las siete calles empedradas desde las que nació la ciudad. Lo encontré alegre ante una taza única de café vacía, en perfecto ejercicio de autocontrol. Conocía a Iñaki porque ya había estado en varias actividades de venezolanos en Bilbao, en las que terminamos hablando de nuestras historias personales de inmigración. La que yo compartía, normalmente, era mi preocupación por mi hijo pequeño, a quien le costaba adaptarse a este nuevo país, a aprender euskera, a hacer nuevos amigos, y se empeñaba en preguntarnos todas las mañanas cuándo volveríamos a Venezuela.

Mientras sacaba lo necesario para empezar, la mujer de la mesa de al lado le dio un codazo a su compañera para que se volteara a ver a Iñaki, «mira quién es». Quedó registrada su indiscreción en mi grabador.

A él lo sorprendí mirando mis notas para la entrevista, una maña típica de periodista de la vieja escuela. Recuperé su atención a la primera pregunta.

‒Imagina un patio de escuela, un rectángulo como el que podemos ver aquí en la Plaza Berria, donde se reúnen chicos de distintas edades y con distintos propósitos. Se reúnen los fuertes, los soñadores, los que corren, todos. Ahora imagina que ese patio es Euskadi y que allí nos reunimos vascos y venezolanos, ¿cómo es ese patio? ¿Podrías describirlo? ¿Podrías decir cómo se mueven los asuntos allí?

‒Has empezado diciendo que estábamos en la Plaza Nueva, la Plaza Berria, que es un ombligo en Bilbao y que, cerca de aquí, como a 30 metros, hay una calle que se llama Banco de España, donde vivió Simón Bolívar un año de su vida. Un Bolívar de 18 años, que fue a la corte de Madrid y se enamoró de María Teresa del Toro y Elaiza. Su futuro suegro le dijo que se fuera cuanto antes a Bilbao, que volviera cuando la cosa fuera más en serio, y vivió aquí. ¿Por qué vivió aquí? Pues la verdad es que lo tenemos poco estudiado, pero Bolívar es un apellido vasco que significa «pradera de molino», y el quinto abuelo de Bolívar llega a Venezuela y la saga Bolívar sale de aquí. Con este ejemplo quiero decir que las relaciones han sido muy constantes, que en Venezuela ha habido una Compañía Guipuzcoana de Caracas durante 70 años, que de alguna manera modernizó la economía venezolana, aunque también tuvo sus excesos y los mantuanos no le podían ver. Y luego Venezuela ha sido un país de migración vasca y de exilio vasco. Yo, personalmente, soy hijo de ese exilio. Venezuela abrió las puertas en un momento determinado porque le interesaba también. Curiosamente, puso de requisito que tenían que ser blancos, católicos y profesionales. Hoy en día eso no se podría poner, pero buscaban un tipo de persona europea con formación, entonces los vascos la daban y generalmente el exilio vasco fue a Venezuela. También a México y Argentina, pero fundamentalmente a Venezuela. Entonces, ese tipo de relaciones de este patio ahora se han revertido, porque gente de este patio que antes iba a Venezuela, es ahora gente que recibe a venezolanos que vienen de allá, de una situación de dictadura en Venezuela, y de migración forzosa porque no se puede vivir allá. Por lo tanto, yo creo que la historia se repite con distintos matices, pero indudablemente somos pueblos un poco nómadas que buscamos siempre mejorar y yo creo que ese es el mayor estímulo. Porque si a América fueron muchos, y mucho aventurero en busca del oro en tiempos de la conquista y la colonia, pues ahora lo que busca la gente es vivir de una manera normal, que eso hoy en día casi es una revolución. Yo recuerdo además, en esta plaza, una de las concentraciones que tuvimos de apoyo a la oposición venezolana, un día de lluvia, debajo de uno de estos arcos, y apareció un muchacho con una trompeta y tocó esta canción que se repite mucho, creo que se llama Venezuela. Y me pareció una imagen mágica, estaban vascos y venezolanos, y la trompeta tocaba una cosa que emocionaba. Por tanto, eso es lo que yo creo que es Venezuela, eso también es el País Vasco, la mezcla de muchas cosas.

«¿Mi papel? Mi papel es el de despertador.»

‒En este patio imaginario, con vascos y venezolanos, ¿cuál es tu papel allí? ¿Eres el cotilla?, ¿el corredor?, ¿el instigador?

‒Yo he tenido el privilegio de haber nacido en Venezuela, haber vivido en Euskadi y haber vivido en Madrid. Tengo esos tres inputs que me obligan a tener una acción positiva, de denuncia, de despertar conciencias. Cuando yo he visto en mi casa cómo Venezuela acogió al mundo vasco, yo me rebelo cuando en España y en el País Vasco existe una cierta insensibilidad hacia lo que pasa en Venezuela. ¿Mi papel? Mi papel es el de despertador.

‒¿Cuáles son los medios que tomas para lograr ese objetivo de despertar a los demás?

‒En primer lugar, yo tengo una dilatada vida pública política, yo nunca he ocultado que nací en Venezuela. La gente me relaciona con Venezuela y eso, de alguna manera, me da un plus para no tener que estar dando muchas explicaciones. En segundo lugar, claro, yo he tenido cargos de representación electoral, ciudadana, tanto en el Parlamento Vasco como en el Congreso de Diputados como en el Senado, y eso me ha dado una plataforma de denuncia y de seguimiento en relación con la situación de Venezuela. Antes era de establecer relaciones y ahora es de denuncia, por lo tanto, el hecho de tener una tribuna me permite hacerlo. Si yo hubiera sido miembro del poder ejecutivo, tanto vasco como del gobierno español, las cosas habrían sido de otra manera, claro, porque el ejecutivo lo que tiene fundamentalmente es presupuesto para hacer cosas. Y a veces me rebelo porque me gustaría hacer muchas más cosas, desde el punto de vista cultural y desde el punto de vista de estas denuncias. Pero el parlamento es lo que es, para «parlar», y lo mío es eso: hablar.

‒¿Cómo fue para ti, en los años setenta, cuando hiciste resistencia para Euskadi pero desde el otro patio, desde el patio de Venezuela, cuando usabas las ondas radiofónicas y estabas con la juventud del Centro Vasco de Caracas?

‒Yo estudiaba Economía en la Universidad Católica Andrés Bello, me gustaba mucho. En ese momento yo era bastante activo en el Centro Vasco de Caracas, en El Paraíso. Hasta que un día me llamaron aparte y me preguntaron: «¿Eres capaz de guardar un secreto?». Y yo respondí, «depende». Y me dejaron. Al sábado siguiente me volvieron a hacer la misma pregunta, y yo dije «depende» otra vez. Y al tercer fin de semana me dijeron: «bueno, te vamos a decir y juzga tú. Aquí tenemos una emisora clandestina que funciona en onda corta, en un programa de media hora dirigido desde Venezuela a Euskadi, al País Vasco. La transmisora está en Santa Lucía, en Charallave, a 60 kilómetros de Caracas, los estudios los tenemos en Caracas, pero esto es secreto. Porque Venezuela mira para otro lado, porque tiene relaciones diplomáticas con España y esto no lo puede consagrar porque esta es una emisora clandestina en contra del franquismo. ¿Estás dispuesto a trabajar con nosotros?». No lo pensé dos veces, me encantaba la idea. Incluso dejé la carrera de Economía que ya iba por el tercer año y me pasé a Comunicación Social. Porque creía que mi periodismo aprendido podía servir para algo más y me encantaba. Y eso fue lo que pasó. Mi familia no se enteró de nada, porque el secreto lo tenían solo 30 personas, y duró 13 años esa aventura. En Venezuela, tanto los gobiernos de Acción Democrática como Copei, lo sabían y miraban a otro lado y de alguna manera nos ayudaron. Y la manera de hacer política, muy venezolana también, es decir: no se puede hacer, pero yo no sé nada. Gracias a eso mantuvimos una emisora clandestina, que me imagino que el gobierno español sabía dónde estaba, pero no sabía el grado de complicidad que tenía el gobierno venezolano con ella, y pretendía anularnos poniendo una interferencia terrible que nosotros sorteábamos cambiando mínimamente el dial. Pero era una emisora que todos los marinos de todo el mundo escuchaban y mandaban informes de escucha a la sede que dábamos en París, donde estaba la sede del gobierno vasco en el exilio. Teníamos toneladas de informes de escucha. Radio Euskadi cumplió su misión de aquel entonces de decir “aquí estamos, España es una dictadura, el País Vasco vive bajo una dictadura”, y protestábamos, y decíamos que ya vendrán días mejores, como efectivamente han venido. Y esa es la historia.

‒Ahora cuéntame del regreso, cuando vuelves a Euskadi, una vez que llegas aquí ¿cómo fue el reencuentro con los vascos? Sé que fueron años oscuros porque continuaste involucrado como resistencia.

‒Para mí Venezuela fue mi universidad. Es decir, Venezuela, con todos los defectos, vivía en democracia, había alternancia en el poder entre Acción Democrática y Copei. Las campañas electorales en Venezuela eran muy dinámicas y creativas, venían creativos desde Estados Unidos, de Alemania, y las campañas duraban muchísimo tiempo y para mí todo eso era una escuela fantástica. Yo venía todos los años a pasar navidades aquí con mi ama y mis hermanos y yo les contaba cómo funcionaban las cosas. Entonces en el año 75, los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco me dijeron: Franco se muere, esto va a cambiar a mejor y necesitamos gente. Tú tienes una experiencia porque vives en Venezuela, sabes cómo funcionan los medios de comunicación (y aparte que estaba involucrado en el tema de la radio), entonces queremos que te vengas aquí. En el año 75, yo vine en agosto y cuando muere Franco en noviembre, toda la vorágine que se forma cuando eso sucede me coge a mí en el medio como un tsunami. Entonces tuvimos que improvisar todo, trabajar en todo, estar en todo, multiplicarnos. Usábamos el concepto de una voz con mil ecos, para dar la sensación de que estábamos en todas partes, y luego también un proverbio vietnamita que decía que si tú no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza. Que la gente piense que eres más de lo que eres. Entonces aplicamos a rajatabla y no nos salió mal, porque de un partido histórico como es en el que yo milito (PNV, Partido Nacionalista Vasco), que todo el mundo decía que era un recuerdo del pasado y que lo importante eran otro tipo de movimientos, pues en las últimas elecciones arrasamos. ¿Por qué? Porque funcionó la memoria histórica, porque funcionó el trabajo previo hecho en esos años, porque había un repudio a la violencia de ETA. La gente vio que, en una situación democrática, la violencia sobraba. Tuvimos un buen resultado y casi no tuve ni tiempo, porque me arrastró el torrente.

‒Háblame de Bolívar, Euskadi e Iñaki, ¿por qué es importante para ti y cómo has hecho para mantenerla?

‒Yo tengo una anécdota curiosa. Mis padres me trajeron a San Sebastián a estudiar el bachillerato. Yo era un niño de siete años que hablaba con acento venezolano, que además entró en el curso cuando este ya había empezado. Era un tipo extrañísimo porque aquí era una sociedad muy cerrada, y era un tipo con cara de asustado y hablando con ese lenguaje cantarino, tipo Boris Izaguirre, y todos decían y este de dónde ha salido. Entonces, lo primero que hicieron fue cambiarme el nombre. Yo me llamo Iñaki, y he sido registrado y bautizado como Iñaki, y arbitrariamente me cambiaron el nombre en la escuela y me pusieron Ignacio. Mi padre, desde Venezuela, protestó a través del consulado y de la embajada diciendo que mi nombre era Iñaki. No Ignacio. Que por qué me tenían que cambiar el nombre. Y que entonces tenía que hacer respetar mi nombre. Y luego otra cosa que me llamó la atención fue que cuando estudiábamos historia -que llegaba solo hasta el siglo XIX, nunca avanzábamos mucho- me enseñaron aquí, en el colegio de San Sebastián, que Bolívar era un traidor, un separatista peligroso porque había roto el imperio español. Claro, yo había vivido hasta los siete años en Cumaná, donde Bolívar era el Libertador, era el padre de la patria y era el hombre más insigne de toda América. Y yo llegaba a casa y preguntaba ¿y Bolívar quién es?, ¿es este o el otro? Me decían: no, hombre, Bolívar es el padre de la patria, y no solo eso, sino además de cinco repúblicas americanas. Que era una personalidad mundial y todo aquello que me explicaron. Luego, posteriormente, leí varias biografías de Simón Bolívar, me gustó mucho una del colombiano Indalecio Liévano Aguirre, y empecé a estudiar al Bolívar que había pasado por el País Vasco y me gustó muchísimo una frase de una poetisa rumana, Elena Vacaresco, que decía: «Bolívar, pradera de molino en lengua vasca / molino que supo moler trigo de gloria / y dar a los pueblos pan de libertad». Me pareció una frase muy bonita. Posteriormente, con vascos que habían vivido en Caracas y en Colombia, pusimos en marcha la Sociedad Bolivariana aquí. Pusimos una placa en la casa en la que había vivido Bolívar, yo personalmente hablé con el alcalde para hacer una Plaza Venezuela y se pusiera allí un busto de Bolívar. La Plaza Venezuela existe, el busto de Bolívar existe, pero a mí no me gusta porque es el clásico busto vestido de militar. Entonces yo me rebelo a eso porque Bolívar, cuando estuvo aquí en Bilbao, era un jovencito de 18 años que se había enamorado. Y me gustó mucho que una vez, en el Aeropuerto de Maiquetía, en una de esas tiendas de recuerdos, había una estatua pequeñita hecha en barro, estilo naíf, y era de un Bolívar con una flor en la mano. Entonces yo me dije: en Bilbao debe haber una estatua de Bolívar enamorado, no de Bolívar militarizado. Para que las personas entren a la vida de Bolívar con este dato personal, humano, porque de una vida de 47 años que fue la de Bolívar, que haya pasado un año en Bilbao, es mucho tiempo. Eso, sin embargo no se ha valorado, y no se valora. Además, en este Casco Viejo de Bilbao encuentras personalidades que han estado aquí como el padre Arrupe, que incluso nació aquí, como el músico Arriaga, como Miguel de Unamuno, como el primer embajador ante Washington, Gardoqui, y un montón de personalidades, y entre ellas Simón Bolívar. Y yo siempre ando detrás de hacer esa estatua. Lo que pasa es que te encuentras en las instituciones con gente muy acartonada que ese tipo de cosas las ven como una cosa rara, y a mí me parece bien humanizar la historia, humanizar la política, me parece que es fundamental.

«Aquí estamos, España es una dictadura, el País Vasco vive bajo una dictadura; y protestábamos, y decíamos que ya vendrían días mejores (…).»

‒¿Qué piensas que va a pasar con esta figura de Bolívar que has logrado levantar aquí en Euskadi?, ¿qué le va a pasar al busto de Bolívar que ya tienes ahí y al que sueñas que esté?

‒Los venezolanos que vivíamos en el País Vasco somos vasco-venezolanos, gente que había ido y había vuelto. La novedad es que ahora hay venezolanos en número considerable, que han rehecho su vida con muchas dificultades, que muchos no regresarán, que ya tienen a sus hijos aquí y son del Athletic de Bilbao, y se han involucrado, pero que me imagino que el tema bolivariano les dirá mucho más que a cualquiera que no sepa nada de la cultura venezolana. Por lo tanto, yo creo que hay bases suficientes como para que otros consigan mantenerlo. También quiero reactivar la Sociedad Bolivariana para que ese recuerdo que hacemos todos los años en la puebla de Bolívar (Ziortza-Bolibar), que es donde están los orígenes del Libertador, que nosotros hicimos desde el año 83 cuando se conmemoró el nacimiento de Bolívar, se perpetúe. El gobierno venezolano ha estado presente en la puebla de Bolívar, que es un pueblo pequeñito a sesenta kilómetros de Bilbao: por ejemplo, Juan Vicente Gómez puso allí un monolito, luego Marcos Pérez Jiménez construyó una escuela y un frontón. Nosotros, a todos los presidentes que han pasado por aquí, como Caldera, Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi, siempre les dijimos que la democracia no había hecho nada para continuarlo y teníamos miedo de que lo hiciera Chávez, que estuvo también tentado a venir. Porque Chávez ha manipulado la figura de Bolívar y nosotros queremos quitarle las insignias chavistas que le han puesto. Nosotros queremos que Bolívar sea una figura nacional, que sea una figura americana, y no de un gobierno o de un partido político. Y menos vinculado a una dictadura. Entonces encontramos una casa que estaba a punto de derruirse, la compramos y ahí se hizo un museo, el Museo Simón Bolívar, que está muy bien y recibe muchos visitantes. También hay una pequeña capillita de la Virgen de Coromoto, por lo tanto yo creo que la puebla de Bolívar se ha convertido en un punto de referencia y eso lo queremos reactivar. Un poco más.

‒Volviendo al patio de escuela, ¿dirías que es distinto el espacio que comparte Euskadi y Venezuela, al que comparten España y Venezuela?

‒Es curioso, los que hemos vivido en Caracas sabíamos que existía la Hermandad Gallega, el Centro Canario, el Centre Catalá, el Centro Vasco, pero pregúntale a cualquier caraqueño que dónde está el centro español. Nadie sabe. Eso es un dato importante. El estado español en este momento es un estado autonómico. Los vascos, a pesar de lo que las personas puedan pensar, fuimos relativamente pocos. No somos tan numerosos en Venezuela como los gallegos o los canarios, pero con lo ruidosos que somos nos hubiéramos comido el mundo. Creo que la relación con España es muy retórica, aunque también tiene sus componentes sentimentales como el exilio republicano español a Venezuela, y eso también tiene mucha importancia. Yo conviví con un político socialista que nació en Caracas y ya ha fallecido, Benegas, y hay otros políticos españoles que también han nacido en Venezuela. Pero aquí nosotros vemos Venezuela, sobre todo los de mi generación, como una casa con dos habitaciones. Y en esa casa, cuando tienes problemas con una habitación, porque tiene moho o se te quema (ríe) pues pasas a la otra habitación. Es decir, parte de nuestra identidad es decir que somos vasco-venezolanos o venezolano-vascos.

‒Y en este patio, ¿qué papel tiene el rey Juan Carlos?

‒[Ríe] Bueno, el rey hubiera tenido un papel mucho más importante si no hubiera tenido una vida privada tan deplorable, por decirlo suavemente. Porque el rey de España todavía es una marca de fábrica que dice mucho en América. España conquistó y colonizó América y todo se hacía en nombre del rey. Y la prueba está en que, cuando el rey viaja por esos países, que son tan republicanos y que hicieron su independencia, se mueren de las ganas de sacarse una foto con el rey. Porque la figura del rey tiene mucho peso. El rey pudo haber jugado un papel muy dinámico y mucho más importante que el que jugó, pero indudablemente es un personaje que está muy cuestionado y la propia monarquía española está cuestionada. Yo creo que el gran papel que hubiera tenido España es haber sido puente para América en Europa y ese papel, en esta situación difícil que está viviendo Venezuela, por ejemplo, no lo está teniendo. Y eso le va a pasar factura. El rey es un personaje que está ahí silente. Que está ahí pero que no hace nada.

Iñaki no me deja pagar por mis dos tazas de té y yo no insisto, sería un esfuerzo inútil, es la caballerosidad venezolana. Mientras caminamos para hacerle una foto me hace la misma pregunta de siempre, «¿cómo va tu hijo?, ¿ya se está adaptando?». Había tenido un mal día de escuela y la tarde anterior lo encontré llorando porque extrañaba a Venezuela. Decidí mentir, «sí, va mucho mejor».