Hombre de recuerdos y paella

La autora de la entrevista y Loreno Batallán, en casa del periodista a finales de 2012.

Esta entrevista fue realizada para la cátedra de Entrevista Periodística en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, como muchas otras de este blog. Se trata de un exiliado español, que llegó a Venezuela tan pronto como en 1945. En el destierro se convierte tal vez en otra persona, una nueva que sabrá dejarle a su país de adopción lo mejor de sí mismo, aquello que en su tierra natal no tuvo cabida en su tiempo. Debería haber alguien que tome el hilo de esta entrevista y haga algo más amplio sobre este personaje, Lorenzo Batallán. Este diálogo data de enero de 2013. Batallán falleció en 2014

Claudia Aguirre

Lorenzo Batallán ha usado la imagen y la palabra como vías para comunicarse. Con la creación del programa Clásicos Dominicales en el canal 2 y su labor periodística en las páginas de cultura del diario El Nacional, este médico-periodista o escritor-cineasta es un comprometido con los hechos, su interpretación y su difusión. “Las convergencias entre las cosas son inminentes e interesantes, es eso lo que me gusta transmitir y quizá así decidí que fuera mi trabajo. Y el hilo conductor: la cultura”, dice, ahora que ha cumplido 75 años.

Este español que nunca perdió el acento de su madre patria hace una retrospección sobre todo lo que ha realizado y cómo las décadas pasaron sobre él. Es exiliado y nunca consiguió amnistiar a su país, iba en contra de Franco. Impulsado por deseos políticos terminó siendo un exponente de la cultura venezolana. Extraña a España, pero eso no le quita el sueño; Venezuela ha sido su oportunidad para conocerse y dar espacio a contenidos que no todos toman en cuenta.

Cuando pensaba qué país era el indicado para vivir, pensó en Venezuela.

‒Era lo más lejano y es tropical, indudablemente tenía que venir ‒dice con un sentido del humor muy español, quizá es una de las cosas que se trajo de allá. Batallán llega al país en pleno auge democrático, en el año 45. Durante todo ese lapso y con una buena suma de dinero, toma decisiones y se prepara, sigue sus estudios, esta vez en periodismo. Se traza una trayectoria profesional interminable y se codea con la cultura venezolana.

–¿Cómo entra en el periodismo, si usted estudió medicina?

Una cosa no me impidió lo otro. Yo tomé muchas decisiones y tuve cambios irreversibles en lo personal. Franco me impedía ser quien soy ahora. Es lamentable que un país resuelva las vidas de tantas personas de forma ajena a sus intereses, y es algo por lo que sentí arrepentimiento y profunda tristeza, pero que después de formalizar una vida aquí no me importó. Me resultó más beneficioso. Tanto la medicina como el periodismo son oficios de servicio colectivo como son los del poeta y el pintor. Ambas profesiones, medicina y periodismo, se dirigen a sanar a terceros, porque informar bien es una labor socialmente sanitaria, y correctamente ejercidas exigen los mismos sacrificios, idénticas angustias, similares niveles de respeto social, aplicación extrema de íntima responsabilidad y una ética en su práctica como casi ninguna otra profesión.

–¿Qué es eso que Franco no le dejó ser en España?

He sido muy reservado durante todo este tiempo, mucho se ha dicho de mí. Incluso aquí en Venezuela algunos prefirieron hacerme daño acerca de lo que pienso y he querido en mi vida. Por esta razón, no hablo de muchas cosas que tengan que ver con lo personal.

–¿Pero todavía le causa molestia eso que dicen?

No, ya no tanto, me importa poco en realidad. Anteriormente, sí me molestaba muchísimo la mala interpretación de la gente. En España dijeron tanto que un rencor inconciliable se apoderó de mis pensamientos. Venezuela fue ese escape aunque aquí también dijeran tantas tonterías. No soy un amanerado, y si lo soy no entiendo bien qué importancia tiene eso en la gente. Soy libre y fui libre de compartir con quien quise. Hablaron tanto que llegué a un momento muy apreciado, en el que fui muy feliz y me dejó la oportunidad de creer en cosas perdidas, y en las cosas que hice y aún hago.

Resulta que en algún momento de desparpajo, mi condición rebelde de espécimen raro y español me hacen cambiarle el apellido a José Ignacio Cabruja

–Es muy importante eso que mencionó sobre el periodismo como labor social. ¿Esa idea se aplica en otros periodistas?

Esa idea debería aplicarse para todas las profesiones, si lo piensas bien, ambas van de la mano porque son compromisos con la verdad. Buscan el beneficio de otros, y claro, de uno mismo, pero sobre todo la creación de oportunidades para todos. Se me fueron los nombres, pero hay muchísimos periodistas que compartieron conmigo y que son joyas inigualables. Edén Valera, por ejemplo, fue una compañera muy especial en El Nacional. Otra persona es Ronald Nava, lo recuerdo bien, fue pasante y le di algunos trabajos especiales sobre mi jefatura, porque él estaba cansado de la fuente de política, que era su gran amor y su más profundo odio.

–¿Y en Clásicos Dominicales?

‒Isabel Palacios, preciosa mujer y la amada de Cabrujas. Tengo una historia muy buena sobre él, por cierto. Eladio Lárez, un señor, un caballero increíble. Ellos dos fueron mis mejores presentadores, personas preparadas, enciclopedias del arte. Y por supuesto mi secretaria Elena Escalona y el compañero José Pineda, sin ellos ese programa nunca hubiera sido posible.

–¿Qué ocurrió con Cabrujas?

Resulta que en algún momento de desparpajo, mi condición rebelde de espécimen raro y español me hacen cambiarle el apellido. Sí, tuve una pauta en la que tenía que entrevistarlo. La conversación fue tan deliciosa, tan llena de intercambio, que nos hicimos buenos amigos con tan solo una entrevista. Su nombre original es José Ignacio Cabruja, sin “s”. Entonces, entre tema y tema, repetí su apellido con la “s” incluida. ¡Es que hombre, si te fijas tiene mejor forma con esa “s”! –ríe con estruendo y se disculpa–. No te imaginas lo que pasó después, pido perdón por hacer ese cambio sonoro pero al escribir la nota, me atreví a agregar esa “s”.

–Entonces, es usted culpable de eso.

Sí. Su esposa, Isabel Palacios, mi Isolda, moría de risa, podía caer en el sofá y no dejaba de pensar y hablar de ese encuentro con la “s”. En el programa, a veces, me hacía bromas sobre eso, y yo le llevaba al día siguiente de grabación un plato de paella. Una deliciosa venganza, para ella que era tan delgada y menuda.

Pego muchas fotos, rollos y recortes de periódico que me gustan. Me gusta revisar el tiempo y sus cambios, por esto me hago esos regalos.

Pide un descanso porque quiere preparar té. Lamenta no tener los ingredientes de una paella porque de tanto hablar sobre eso le provoca cocinar:

‒Si hubiera pensado que esto iba a ponerse bueno, te hubiera preparado una paella que mueres de envidia, pero también cocino otras cosas. Si me lo permites haré una cena para esta entrevista. ¡Esos recuerdos me dieron hambre!

Sirve vino de una botella en la que no se distingue la marca. Su cocina está llena de especias, platos de colores, frutas y verduras. Pequeños cuadros españoles invaden las paredes, esta habitación está repleta de recuerdos al igual que toda la casa.

–Usted vive solo, ¿cierto?

Sí, pero también pueden vivir aquí todos esos amigos que necesiten refugio.

–Entonces, esta casa debe estar cargada de muchas historias.

Efectivamente, como describe Hanni Ossott acerca de las casas y su importancia. Todas ellas son físicas y espirituales, físicas por ese cuadro que ves allí y espiritual por la historia que trae.

–¿Las demás habitaciones son así?

Sí, y diría que son peores. Pego muchas fotos, rollos y recortes de periódico que me gustan. Me gusta revisar el tiempo y sus cambios, por esto me hago esos regalos. El pasado me da oportunidad de proyectar el futuro, que ahora será más tranquilo.

–¿Cómo ha rodado el tiempo en usted?

El tiempo rodó y rueda maravillosamente, ¡hice tantas cosas! Estoy agradecido de haber hecho algo para el país. Siento que hice un trabajo que llegó, que formó, que llenó a personas de capacidades y visiones. Me gusta abrir los ojos de la gente. Y no es por ser presumido, pero no puedo negar lo que hice.

–¿No cree que la casa es muy silenciosa sin otras personas?       

No, la verdad es que bastante murmullo ya tiene, y como te digo, aquí llegan los amigos, se refugian y ahora que tengo tiempo puedo compartir más conmigo.

–Es su momento de retiro.

–Sí, tomo esa decisión porque anhelo descanso. Sé que, al igual que mi casa, dejé murmullos sobre muchas personas.

–No tiene miedo a la soledad.

–En lo absoluto, ya son muchos años de esta forma ¡Pero espera! ¡Qué delicioso es cuando no se habla de trabajo!

–Es verdad, se suponía que hablaríamos de su trabajo.

–Pues tendremos otra entrevista.

Batallán terminó de preparar la sopa de verduras. Ahora tiene una dieta estricta por su edad. No puede inventar algo muy grasoso, pero sí puede permitirse una paella. Isolda diría que es la mejor paella que se ha comido en el mundo.