La gestación de El Diario de Caracas constituye una interesante etapa de la historia del periodismo en Venezuela de finales del siglo XX. La bachiller Rossmary Gonzatti, al optar al título de licenciada en Comunicación Social (mención Prensa, Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, septiembre de 1983) presentó como trabajo de grado un reportaje sobre esos inicios. Ya profesional, trabajaría varios años como redactora de Economía; después hizo carrera en el ámbito institucional, en el Banco Mercantil. Actualmente vive en Alemania y ha dado su permiso para publicar en este blog extractos de su reportaje. Para escribirlo, entrevistó a los protagonistas fundamentales de esa primera etapa del periódico. El Diario de Caracas marcaría pauta y significaría un hito en el adocenado panorama venezolano de la época. El título del presente post es el mismo que Gonzatti le puso a su trabajo oiriginal
Rossmary Gonzatti
El Diario de Caracas lanzó su primer número a la calle el 2 de mayo de 1979. Sin embargo, la historia del periódico no comienza ese día. No comienza con la lectura de ese primer número por parte de los lectores, sino que se remonta varios meses atrás, poco más de un año atrás. Para que ese número apareciera en los quioscos, para que fuera leído y comentado, para que causara cierta conmoción en el periodismo venezolano, previamente tuvieron que cumplirse varias etapas de análisis, estudios, consultas. Toda una serie de pasos que se iniciaron en 1977. Para hablar de El Diario de Caracas debe hacerse primero un breve recuento de las alternativas que ofrecía el periodismo venezolano en la década del 70.
El espectro de diarios editados en el país estaba conformado por los matutinos El Nacional, El Universal, Últimas Noticias, La Religión, Meridiano y el vespertino El Mundo, además de los periódicos regionales. Ocho diarios aparecieron en esa década, la mayoría de corta existencia y que poco aportaron a la comunicación social. Al cierre, Punto, Sport Gráfico, Pizarra, Extra, La Voz de Catia y 2001, de los cuales sólo el último, perteneciente al Bloque de Armas, se mantuvo.
En 1976, un periodista de origen colombiano que trabajaba en El Nacional, Luis Buitrago Segura, se planteó la idea de variar esta situación editando un periódico que significara un avance dentro del periodismo. Contaba con el casi seguro apoyo económico de Ernesto Fuenmayor, en ese entonces viceministro del Fondo de Desarrollo Urbano, para llevar a cabo el proyecto, y la colaboración del también periodista Tomás Eloy Martínez.
Se elaboró el primer plan de trabajo, pero las diferencias de puntos de vista dieron origen a las primeras discusiones entre los impulsores del proyecto. La básica –calificada así por Tomás E. Martínez– se refirió a la distribución del periódico. Buitrago Segura planteaba la tesis de un diario distribuido exclusivamente por suscripciones, basándose en una razón comercial: se recibiría por adelantado el dinero que posteriormente sería invertido en el medio de comunicación. Tomás E. Martínez se oponía a esta idea: poca gente podría estar dispuesta a pagar por adelantado uno, tres o seis meses de suscripción de un periódico que no conocía. Esto mataría al medio rápidamente, opinaba.
La diversidad de criterios hizo que el periódico no pasara de ser una idea. El proyecto murió antes de hacerse realidad.
Pero la idea de Buitrago Segura no quedó totalmente desechada. Un grupo de personas, entre quienes se contaban periodistas tanto venezolanos como argentinos, se interesaron en llevar a cabo un proyecto similar: editar un periódico diferente. Para entonces, 1977, Diego Arria se desempeñaba como ministro de Información y Turismo del gobierno de Carlos Andrés Pérez y decidió darle forma e impulsar la creación de un medio de difusión impreso nuevo, que sería similar a Le Monde de París o La Opinión de Buenos Aires.
Diego Arria se puso en contacto con Tomás E. Martínez, para el momento asesor de la dirección del diario El Nacional y quien había trabajado durante un tiempo en los periódicos que servirían de base en la concepción de lo que hoy es El Diario de Caracas: Le Monde y La Opinión, y con Rodolfo Terragno, asesor en asuntos internacionales en el Ministerio de Información y Turismo y también periodista. Los tres comenzaron a discutir la idea y se dieron a la tarea de conseguir los recursos financieros para llevarla a cabo.
Dispusieron, al principio, de un capital potencial global de 17 millones de bolívares, suficientes para llevar a la calle el nuevo matutino. Comenzaron entonces los estudios de mercado sobre la necesidad de un periódico del estilo que ellos proponían y un estudio de factibilidad económica. Para la realización de este último, una cuarta persona se incorporó al proyecto: Miguel Ángel Diez, quien vino expresamente de Argentina (donde residía) a Caracas, para integrarse al equipo que editaría El Diario de Caracas.
A principios de 1978 ya el proyecto estaba en marcha como tal aunque «en absoluto embrión», según lo reconoce Tomás E. Martínez. Se decidió en ese entonces que los periodistas integrados en el mismo ‒Martínez, Terragno y Diez‒ realizarían viajes de contacto internacional. Martínez viajó a Estados Unidos y Francia. En este último país acababa de aparecer el matutino Le Matin, perteneciente al partido socialista francés y que presentaba las mismas características de Le Monde. Es justamente Le Matin, sobre todo en lo que a características gráficas se refiere, el que sirvió de base a El Diario de Caracas, más que cualquier otro periódico.
Rodolfo Terragno viajó a Estados Unidos, concretamente a Nueva York, donde estudió el problema de los servicios noticiosos, mientras que Miguel Angel Diez estuvo en Madrid para estudiar durante un mes la administración de El País. Este periódico español estaba preparado para salir a la calle desde 1972, pero se había tenido que postergar a pérdida hasta después de la muerte de Francisco Franco, cuando al fin el Ministerio de Información y Turismo español autorizó la inscripción de El País en el registro de empresas periodísticas.
Terragno, Martínez y Diez sabían que Diego Arria se lanzaría como candidato a las elecciones presidenciales en 1978 y no estaban dispuestos a editar, en esas condiciones, un periódico al servicio de su campaña ni comprometido con partido político alguno. Se tenían entonces que preparar administrativamente para «aguantar un tiempo sin gastos», a la manera como lo había hecho El País.
En mayo de 1978 ya los tres argentinos se encontraban de regreso en Venezuela y Diego Arria había renunciado al ministerio que tenía a su cargo. Se planteó la primera discusión que «estuvo a punto de hacer pedazos el proyecto»: Arria insistía en que el diario debía salir en julio de ese mismo año para servir un poco a la campaña. Al final se decidió que el periódico saldría después de las elecciones, en 1979.
Las primeras maquinarias, las de fotomecánica, estaban ya comprometidas para su compra en el exterior. Fueron traídas al país y con ese equipo se comenzó a trabajar. Las primeras maquetas y el proyecto original fueron elaborados en una oficina en Parque Central.
Se imprimió el primer número 0, con fecha abril de 1978, en Estados Unidos; un número, según Tomás E. Martínez, «absolutamente prospectivo». Poco después se integró el primer grupo de periodistas entre quienes se contaban Luis Britto García para el área de Cultura, Armando Durán en Política, Elizabeth Fuentes en Vida Diaria, Gilberto Alcalá para Internacionales. Este staff inicial realizó los números 02 y 03, ya en la sede del periódico en La Urbina.
En enero de 1979 Luis Britto García renunció a la empresa que apenas comenzaba. Quedaron los restantes y se unieron otros cuatro redactores: Eva Feld, Lucy Gómez, Elizabeth Baralt y Enrique Rondón, en su mayoría provenientes de revistas, Momento y Bohemia concretamente, ya que lo que se quería hacer era algo distinto de los periódicos convencionales, oponerse a la «filosofía famosa del lead, cuerpo y cola», y la experiencia de trabajar en un medio impreso de edición semanal o quincenal coincidía más con el tono de la redacción que el nuevo periódico pretendía. Como fotógrafo se sumó Luigi Scotto.
A finales de enero de 1979 el periódico, aún sin salir, enfrentó su primera gran crisis. Los empresarios amigos de Diego Arria decidieron retirar el capital invertido, «porque se trataba de una aventura loca» y Arria, quien se encontraba en Nueva York, anunció que el proyecto del periódico no seguiría adelante. Sin embargo, Terragno y Martínez viajaron a la ciudad norteamericana y allí, «papel en mano», demostraron que sería más costoso, a esas alturas, no sacar el periódico que continuar adelante, debido a los avales que se habían firmado para la compra de las maquinarias.
Se decidió, en consecuencia, continuar.

La aparición de El Diario de Caracas significó, sin lugar a dudas, un cambio en la concepción de la elaboración de la noticia diaria. «Aportó innovaciones que fueron recogidas por otros diarios», señala en su tesis de grado la periodista Daisy Argotte. «Produce un extraordinario impacto tanto a nivel de receptores como de la competencia y para la historia del periodismo (…), quiérase o no se constituye en el precursor de un novedoso estilo informativo (…), en la práctica ese estilo responde a esa necesidad de hacer periodismo interpretativo», especifica en otro trabajo de grado alguien que también trabajó en su Redacción, María Silvia Briceño; «Marca una pauta en el periodismo venezolano que casi de inmediato tuvo seguidores, como es el caso del diario El Nacional», señala quien ejerció como redactor de las noticias internacionales, Luis José Cova.
En efecto, dos días antes de la aparición formal de El Diario de Caracas, El Nacional anunciaba la incorporación de Ted Córdova Claure a la sección internacional de ese periódico. Córdova Claure declaró que se rompería el molde tradicional en las llamadas páginas de cables, que desde ese día comenzó a dirigir, para «contar con verdaderas secciones de información mundial interpretativa». Hoy en día se admite que el cambio efectuado por El Nacional se debió básicamente a la «amenaza» que representaba el nuevo periódico, que se anunciaba como renovador del periodismo venezolano.
En cambio, El Universal pareció no afectarse por la aparición del nuevo diario. Poco o nada influyó El Diario de Caracas en este medio. Sí afectó a otros que vinieron después: El Zuliano, editado en Maracaibo, muestra la influencia de El Diario de Caracas tanto a nivel gráfico como de tratamiento de la información, al igual que el de más reciente aparición, Correo de Oriente, en Porlamar, dirigido por Laurentzi Odriozola.
A nivel de la comunicación general, la aparición de El Diario de Caracas planteó una discusión sobre el llamado Nuevo Periodismo. María Silva Briceño en su tesis expone:
Foros y coloquios concluyeron que el estilo informativo no correspondía al periodismo interpretativo, no pudiéndose establecer concretamente la definición de su estilo.
El local para fines políticos y culturales La Casa del Agua Mansa fue sede de una de las primeras reuniones donde se debatió el tema. Entre el 25 y el 29 de febrero de 1980 se realizó allí un seminario sobre Nuevo Periodismo y luego vinieron los foros organizados por el Colegio Nacional de Periodistas, realizados en la misma sede del Colegio entre el 14 y el 25 de abril del mismo año. En líneas generales, la postura de los integrantes de El Diario de Caracas, Rodolfo Terragno y Tomás Eloy Martínez, fue explicar que ellos lo que no querían era concebir la noticia como lead, cuerpo y cola. «A esto se dio en llamar Nuevo Periodismo, basado sobre todo en las teorías de Wolfe que nosotros no seguíamos, aunque nos parece un tipo de periodismo muy respetable (…); esto no es Nuevo Periodismo, este tipo de periodismo se había hecho siempre, lo que pasa es que nunca se había hecho sistemáticamente».
Tomás E. Martínez, en su conferencia en el CNP, comenzó por afirmar:
El Nuevo Periodismo de verdad existe sólo como la transfiguración de una ambición profesional que siempre estuvo presente en todo aquel que quería comunicarse a través de la palabra, en un medio de comunicación (…); la nueva corriente puede entenderse desde el individuo y no desde la empresa (…). Nace como una imposición del propio periodista para defender, para preservar su identidad cultural y personal, su ideología mediante la manifestación libre de esa identidad.
Así, da a entender que, aparte del aspecto puramente técnico, formal, debe explicarse como «ruptura de las fronteras convencionales entre periodismo y literatura, para permitir la libre manifestación de la escritura (…); a la vez representa el derecho del periodista a ser el responsable de la organización de su información y a aplicar a la información su propia mirada, con todo lo que eso implica».
De lo anterior se deduce que lo que El Diario de Caracas se proponía no era el NP como fin, sino como medio a utilizar (en determinadas circunstancias) al servicio de toda concepción del ejercicio periodístico: «un acta de declaración de los derechos del hombre periodista», como expresó Tomás E. Martínez. En ella se incluyen varios puntos que el periodismo de El Diario de Caracas se proponía combatir: los mandatos de neutralidad y objetividad periodística así como el esquema lead-cuerpo-cola inventados por las agencias de noticias norteamericanas y los grandes empresarios de la información. Su sentido era netamente utilitario. La tradicional pirámide invertida, por ejemplo, permite cortar la información desde abajo, en la suposición de que el o los párrafos finales son los menos importantes y sacrificarlos, en modo alguno, altera la esencia de la información.
La llamada objetividad era también una manera de minimizar al periodista mediante el anonimato, y hacer prevalecer el criterio de la empresa por encima del criterio del periodista. Lo que se denominó objetividad, para Tomás E. Martínez, era en realidad la subjetividad del empresario y la subjetividad de la empresa. A un nivel más ideológico, el periodismo tradicional ‒a decir de Martínez‒ imponía corsés y cerrojos a la libre expresión de la personalidad del reportero y escribir una información era igual que escupirla.
A lo anterior El Diario de Caracas oponía la máxima «un mayor respeto por la inteligencia del lector (…); la herramienta es el lenguaje, hay que tratar de que este sea más servicial, claro, elegante y con la mayor cantidad de datos certeros posible». Y por último, el concepto del tiempo de trabajo del periodista para preservar el único capital que posee: su nombre.
Como lo dijera Tomás E. Martínez en su conferencia, el secreto del Nuevo Periodismo es, así, «el derecho que todo profesional tiene a exponer y expresar lo mejor de sí mismo en un medio de comunicación».
En la entrega siguiente: cómo Coraven se hizo con El Diario.
El Diario de Caracas marcó una pauta en el tratamiento de la información que fue muy bien recibida por un sector de la sociedad venezolana, integrado especialmente por intelectuales, políticos de avanzada, estudiantes universitarios y por gente ávida de información fresca.