El Diario de Caracas mostró desde su mismo arranque una propuesta editorial y un formato que le dieron aires de modelo alternativo. No se conformaba con la noticia escueta, cada información llevaba una carga propia que no se hallaba en ningún otro medio (generalmente); era un producto atractivo. Se distinguía, entre otras cosas, por sus grandes fotos en portada. Pero muy pronto llegó la amenaza de cierre por causa de una administración (o gerencia) un tanto dispendiosa, y apareció un grupo poderoso de los medios radioeléctricos al que le faltaba la baza de la Prensa para completarse: Coraven, o más popularmente Radio Caracas Televisión, posteriormente Grupo 1BC. «El periódico se vendió porque no había un centavo. El Diario estaba en quiebra completa», declaró a Rossmary Gonzatti el jefe de Redacción de entonces, Tomás Eloy Martínez, uno de los creadores fundamentales del carácter del periódico
Rossmary Gonzatti
Ya en las primeras páginas de lo que se elaboró como proyecto original de El Diario de Caracas se establecen los objetivos del nuevo periódico: «Tender a ejercitar de manera efectiva el poder de la Prensa, a respetar el tiempo del lector mediante el procesamiento y ordenamiento de la información, a observar una actitud de independencia ante todos los grupos de presión (…)», a la vez que señala la importancia de ofrecer el máximo de información en el mínimo de espacio.
A nivel de circulación, las aspiraciones eran modestas si se las compara con la circulación declarada para entonces (año 1978) por los diarios El Nacional y El Universal (alrededor de 125 mil ejemplares en promedio). En el proyecto de El Diario se estimaba que, salvo casos excepcionales, el volumen de venta no superaría los 25 mil ejemplares. Toda una «filosofía» ‒ así califica Tomás Eloy Martínez lo que el proyecto menciona como principio‒ rodea ese cálculo: la mancha de aceite. Si el periódico es adquirido por un lector calificado, ese lector amplifica en la comunidad lo que el periódico dice. Se trataba de que el público lector estuviera conformado por las clases dirigentes a todos los niveles: político, económico, gremial, social, cultural y, en vez de portarse como centro de información, este medio impreso sería «el segundo periódico» que el público adquiere y se comportaría como centro de influencia, creador de opinión.
El periódico tenía como características ideales la periodicidad diaria, excepto los lunes; y el formato tabloide, entre otras cosas. Esta última obedecía al menor costo del papel y a una más efectiva manejabilidad. En cuanto a la excepción de los lunes, las razones eran básicamente dos: los modelos de otros países que inspiraban a El Diario de Caracas tampoco salían esos días, principalmente por razones económicas; en segundo lugar, no se quería competir «en terrenos que no podemos competir». Los lunes –señaló TEM– casi 80 por ciento de la información es deportiva y El Diario estimaba que era imposible mejorar las secciones de esa fuente de El Nacional y El Universal.
El número de páginas quedó estipulado en 32, salvo eventuales ediciones de 48 cuando se incluyeran suplementos especiales.
La filosofía empresarial quedó también claramente explicada en el proyecto. El periódico que aparecería debía ser «independiente de todo interés extraperiodístico» y como empresa autonómica, aclarando que «independencia no significa neutralidad ni falta de posición ante los problemas concretos del país». TEM lo resume expresando que lo que el periódico se proponía era ser «conservador pero sin concesiones a la corrupción y los grandes grupos de presión, en materia económica; absolutamente neutro y ligeramente opositor a cualquier gobierno en lo político y ampliamente progresista y de izquierda, en lo cultural y humanístico». Ese –apuntó TEM– era el espectro ideológico prefijado para el periódico.
El Diario tenía entonces la idea de vender el material venezolano como material de valor internacional, «que de hecho lo es». Esta venta se realizó, en toda la historia del periódico, en tan sólo tres oportunidades: con la entrevista telefónica que sostuvo Carlos Coello, coordinador de exterior, con Anastasio Somoza el último día que el dictador estuvo en el bunker; en el caso Niehous y con el reportaje del periodista Carlos María Gutiérrez sobre la toma de la embajada norteamericana en Teherán, ejecutada por los seguidores del ayatolá Komeini.
Entre las innovaciones que trajo consigo la aparición de El Diario se halla la edición de El Libro de Hoy, que se publicaba los domingos. La idea original fue de Rodolfo Terragno y los primeros cuatro o cinco números corrieron por cuenta de Tomás E. Martínez, quien se encargó de su planificación. Posteriormente, esta tarea pasó a manos de Daniel Divinsky y Ana María Miler. Se trataba de pequeños libros en formato de un dieciseisavo, en papel de imprenta y la portada en papel glasé, hechos con la idea de «Inundar los domingos de libros y sustituir la frivolidad con la literatura». El primer Libro de Hoy apareció publicado el 6-5-1979, con el título El libro de Caracas. El editorial de ese día señala:
Hace poco más de un año, cuando surgió por primera vez la idea de que un libro acompañaría el ejemplar de cada domingo –en vez de los consabidos suplementos– el primer título que se impuso fue el del Libro de Caracas escrito entre 1965 y 1967 por el cronista de la ciudad, Guillermo Meneses.
Hasta principios de 1980 el Libro de Hoy mantuvo sus características originales, pero a partir del número 37 cambió el formato a un octavo y la portada y contraportada empezaron a ser elaboradas en el mismo papel de imprenta que el libro en sí. TEM explicó que continuar editando el libro con las características de formato iniciales resultó imposible de financiar. Comenzó a salir con estas variantes y entretanto se buscó el financiamiento de entidades bancarias e instituciones culturales, a fin de evitar los cien mil bolívares mensuales de pérdida que Tomás E. Martínez calcula que se producían. No se logró finalmente ningún convenio y así, a finales de mayo de 1980, apareció el que sería el último número del Libro de Hoy, el identificado con el número 56.
En cuanto a su número de páginas, El Diario inicialmente lanzaba sus ediciones con 32, tal como se estipulaba en el proyecto previamente realizado, salvo los lunes, en que no aparecía. El tiraje era de 25 mil ejemplares y la venta real ‒Tomás E. Martínez calcula la cifra‒ llegaba a los 17 o 18 mil ejemplares los días de semana y 21 o 22 mil los sábados y domingos. Pero a los pocos meses El Diario de Caracas comenzó a publicar suplementos especiales, encartados en la edición diaria. Sonovideo, Turismo, Regalos, Seguros, Arquitectura y Construcción, Industria Automotriz son algunos de los títulos con que aparecieron, bajo el genérico de «Los grandes temas» y «Temas cotidianos». Tenían escasa –o ninguna– publicidad comercial, aunque eran pautados con la intención de atraer anunciantes. No existía para ello una programación ordenada sino que se ideaba un suplemento y luego se buscaba el periodista que se encargaría de realizarlo, como explicara Carlos Caraballo, actual coordinador de Ediciones Especiales. Durante 1979 los suplementos aparecían con el mismo formato del periódico e igual tipo de papel. En 1980 cambiaron a formato de un octavo y se distribuían engrapados como folletos. En relación a la distribución del periódico en el interior del país, era irregular. Influía para conferirle esta característica la hora de cierre del diario, alrededor de las ocho de la noche para la redacción. Tomando en cuenta que se trataba de un producto que comenzaba y por ende no tenía una red de distribución consolidada, resultaba ser una hora tardía. Llegaba principalmente a la región central: Maracay, Valencia, Los Teques, Charallave. Llegaba también, aunque con mayores tropiezos, a Barquisimeto, Mérida, Barcelona, Puerto La Cruz, Ciudad Bolívar, Maracaibo. Cerca de 500 ejemplares diarios era la venta que se lograba en la capital zuliana, donde comenzó a circular El Diario a finales de 1979.
La irregularidad consistía en que el impreso frecuentemente llegaba a mediodía a las ciudades del interior y, a esa hora, era difícil que lo adquiriera el público. En otras ocasiones sencillamente no llegaba.
A nivel de diagramación, en la primera época destaca la proporción tan baja de fotografías e ilustraciones, en comparación con la cantidad de noticias. Con frecuencia se publicaban páginas enteras de información únicamente. Esta inferioridad se explica porque un archivo recién creado, era imposible que contara con la dotación fotográfica requerida para suplir las fotos que los dos fotógrafos con que contaba El Diario no podían tomar, por limitaciones de tiempo principalmente.
Resalta igualmente la fotografía de primera página, característica constante del periódico desde su aparición y que ha sido uno de sus «ganchos». Si bien El Diario se inspiró en modelos extranjeros, tanto en redacción como en diagramación, la inclusión de este elemento como básico en su primera página no deriva de los periódicos europeos o norteamericanos. La fotografía de primera tiene su origen más bien en un periódico venezolano de poca duración, Al Cierre, órgano del partido socialcristiano Copei.
Al Cierre circuló por varios meses en 1975. En él trabajaban Tomás E. Martínez y el fotógrafo Luigi Scotto, quien comenzó a tomar fotografías muy originales en las que captaba gestos insólitos o fuera de lo común, particularmente de los políticos del que era entonces partido de gobierno. Al Cierre comenzó a publicar esas fotos en su primera página, primero ocasionalmente y luego en forma constante, hasta que el periódico quebró.
Al hacerse el diseño de El Diario, TEM propuso retomar la idea y se decidió que la foto sería «la señal de la portada del periódico». Las variantes en el diseño de la primera página fueron dos en el primer momento: colocando la foto a cinco columnas cuando era muy buena, y a tres columnas con un “colgado” (una columna de información), a cada lado de la foto, cuando la imagen no era excepcional. En cualquiera de los dos casos, siempre aparecía el título de la fotografía (que en ocasiones es el mismo título principal que abre la página) y la leyenda o un segundo titular debajo.
Otro detalle del diseño es que al principio el editorial aparecía a dos columnas, en el extremo izquierdo de la página, y era más lago que en la actualidad.
Los breves, esos pequeños tacos de información pensados básicamente con un fin utilitario –llenar espacios vacíos en las páginas para mantener una diagramación pareja– y en segundo lugar para reseñar hechos suficientemente interesantes como para destacarlos, eran muy pequeños o por el contrario muy largos. En todo caso no mantenían las medidas estándar que sí caracterizan la diagramación actual.
En general la diagramación era menos rígida que en la actualidad. Se presentaban noticias en bloque cuadrados o rectangulares perfectos, pero también era frecuente que se rompiera esta simetría más que la otra, como es común por ejemplo en El Nacional o El Universal, por citar dos casos.
COMIENZAN LAS DIFICULTADES
Para Alejandro Tinoco García, presidente del directorio de El Diario de Caracas, los informes que se realizaron sobre la factibilidad económica del periódico se equivocaron en una cosa: el aspecto económico. «Dijeron que con seis millones se podía sacar el periódico y la verdad es que seis millones no alcanzaban para nada». Esta sería la razón –explicó– por la cual al poco tiempo empezó a notarse la insuficiencia financiera y Diego Arria, en su carácter de editor, se dirigió a los accionistas para solicitar un aumento de capital.
Los accionistas, continuó Alejandro Tinoco, anunciaron que no estaban dispuestos a perder más dinero, ya que consideraban que los seis millones iniciales que habían aportado estaban perdidos. Fue entonces cuando se decidió buscar nuevos accionistas para que entraran a formar parte de la empresa.
Por su parte, Tomás E. Martínez comentó: «El periódico se vendió porque no había un centavo. El Diario estaba en quiebra completa». Sin embargo, tanto Martínez como Enrique Rondón, integrante del staff periodístico desde los inicios, coincidieron en afirmar que fue básicamente la mala administración y no tanto un error en los cálculos, lo que provocó esta crisis.
El Diario empezó un poco dispendioso: a lo Diego Arria. Este creyó que estaba administrando los fondos de El Diario como si estuviera administrando los fondos del estado venezolano, con la misma alegría y largueza. A esta opinión de TEM se una la de Enrique Rondón: «Con la administración de Diego Arria no se iba a llegar a ninguna parte. Era una cosa saudita, un derroche de plata». Prueba de ello son los altos sueldos que en ese entonces ganaba la Redacción. En muchos casos llegaban a 15 mil bolívares mensuales, que se explica a la vez porque un medio que comienza necesita hacer una oferta interesante si quiere atraer profesionales buenos. Fue uno de los ganchos, junto con el de la libertad que se aseguró a los periodistas que tendrían para escribir, sin limitaciones ni censura alguna, para que ingresaran al medio.
Sea por lo que fuere, se presentó la primera crisis económica y los accionistas iniciaron la búsqueda de nuevos socios. En febrero de 1980 el grupo Coraven, en otras palabras, los dueños de Radio Caracas Televisión, se integraron al poner una primera inyección de cerca de 3 millones de bolívares, adquiriendo de esta manera prácticamente la mitad de las acciones.
La medida fue sin embargo insuficiente y la crisis continuó. Se planteó nuevamente la necesidad de ampliar el capital para contener la amenaza de cierre que se vislumbraba.
El Banco Latino, en el cual estaba Pedro Tinoco y, por otra parte, el grupo de Venevisión, con Gustavo Cisneros al frente, mostraron interés en participar. Pero ya los integrantes del grupo de Radio Caracas Televisión tenían parte de las acciones a su nombre, habían ido además adquiriendo algunas otras que en un momento «de desesperación» –según Alejandro Tinoco G.– habían sido vendidas por sus dueños, y así tenían mayor opción para adquirir, si lo deseaban, las restantes. De esta manera, en junio del mismo año Coraven pasó a tener la mayoría de El Diario y a finales de 1980 pasaron a ser los dueños absolutos.
A toda esta situación de crisis en lo económico se unió la crisis personal de Diego Arria, acusado de enriquecimiento ilícito durante su gestión al frente de la presidencia del Centro Simón Bolívar. La acusación desembocó en el auto de detención que le fue dictado y su salida del país. En lo que respecta al periódico, al poco tiempo se le suprimió del cargo de editor, por sugerencia del entonces grupo mayoritario.
Es a partir del momento en que el grupo de Radio Caracas Televisión pasó a formar parte de El Diario, cuando comenzaron a producirse en el periódico ciertos cambios, muy claros y definidos y que son los que, en resumidas cuentas, diferencian una etapa de otra.
Al común de los lectores no llegaron estas incidencias, manejos y problemas. La versión oficial se dio a los lectores el 14 de febrero de 1980. El editorial de ese día, bajo el título «El Diario de Caracas inicia la etapa de su expansión» explica la presencia de allí en adelante del grupo Coraven como consecuencia del desarrollo del medio mismo. En 40 semanas –señalaba– El Diario se ha consolidado como uno de los medios de comunicación social más importantes de Venezuela, lo que impone el compromiso de crecer.
Esta etapa de expansión requiere un redimensionamiento económico de nuestra empresa editorial y la contribución de empresarios que –a su capacidad financiera– unen imaginación y experiencia en materia de medios de comunicación social.
Permanece intacto el grupo empresarial inicial, continúa el editorial, y a él se unen otros. Se nombra a los nuevos accionistas: Peter Bottome, Marcel Granier, Marco Lovera y Hernán Pérez Belisario. Queda en consecuencia el directorio integrado por Alejandro Tinoco García como presidente; Marco Lovera, vicepresidente; directores: Diego Arria, Antonio Blanco (del grupo cinematográfico Blancica), Peter Bottome, Alfredo Gómez Ruiz, Marcel Granier y Hernán Pérez Belisario.
Diego Arria será ratificado como editor-director general y –según establece el acuerdo suscrito ayer– la línea editorial del periódico responderá a lo establecido el 2 de mayo de 1979 en su primera edición bajo el título ‘Compromiso con los lectores’. Esos lineamientos han inspirado la gestión del editor-director general, Diego Arria, hasta el presente y las partes declaran su voluntad de no introducir cambios.
Pero los cambios, a pesar de la voluntad declarada, sí comenzaron a darse. El primero se había iniciado ya unos días antes, el 3 de febrero, cuando la edición tuvo más páginas que de costumbre. Se señaló anteriormente que El Diario se publicaba con 32 páginas y sólo como excepción este número aumentaba. Es a partir de febrero cuando el incremento de las páginas comenzó a ser frecuente y común.
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