El desconcierto de la muerte

Aquiles Báez frente al busto de Teresa Carreño y con Parque Central a la espalda, en 2003, con motivo de una entrevista para El Universal.

El 12 de septiembre de 2022, el guitarrista y cuatrista Aquiles Báez falleció en la ciudad alemana de Aachen, en casa de un amigo (que había sido profesor suyo en Caracas): un infarto. Estaba en medio de una gira que lo había llevado ya a Barcelona y Madrid; se preveían, todavía y además de Alemania, actuaciones en Suiza, Francia y Portugal. Pero falleció a los 58 años. Pocas veces se ha visto en las redes venezolanas una catarata de notas de duelo como en el caso de Aquiles Báez, quien no solo se había convertido en una referencia musical de su país en el exterior sino que era reconocido por sus fusiones musicales, su rol de productor exitoso y su empeño como activista cultural. En esta nota, una amiga periodista y experimentada ejecutante de la guitarra, Ana María Hernández, traza su particular perfil del amigo a quien entrevistó varias veces y con quien mantuvo siempre una relación de intercambio profesional

Ana María Hernández / Foto: Oswer Díaz Mireles

En lugar de un concierto musical, es un desconcierto, desafinado. Átono. La primera vez que vi a Aquiles Báez lo confundí con su gemelo Gustavo. Lo saludé calurosamente. A los dos minutos, apareció el verdadero Gustavo y exclamó: «¡Otra que se confundió!» Y ambos soltaron la carcajada. Eso fue en la Escuela de Comunicación Social de la UCV, a principios de los años 80.

Luego me acostumbré a ver a Aquiles con una guitarra de pescuezo doblado. Por aquellos tiempos, mi ignorancia era levemente mayor que ahora y no sabía de qué instrumento se trataba. Perseguí a Aquiles por los pasillos, hasta que, en uno de los bancos a la entrada de la Escuela, abrió el estuche y dejó salir un magnífico laúd. No me acuerdo si renacentista o barroco. Sólo atino por recordar que era magnífico. La imagen de Aquiles con el estuche negro del laúd yendo de un lado para otro, en el Ateneo de Caracas o en el Museo del Teclado en Parque Central, persiste.

En agosto de 1987 volví a encontrarme con Aquiles. Eran las clases magistrales a cargo del maestro uruguayo Abel Carlevaro, coordinadas por Bartolomé Díaz y auspiciadas por el Proyecto Cultural Mavesa. Una antigua casona colonial, aledaña al Panteón Nacional, nos reunió a varios guitarristas. En la jornada de presentación, Aquiles le dijo al maestro «yo quiero tocar composiciones mías». Carlevaro se sorprendió, y accedió de buen grado. Y fue increíble, porque lo primero que tocó Aquiles fue ¿Qué hace esa cucaracha pegada en la pared? A mí me hizo gracia ese título, y pensé que era algo chistoso. En absoluto. Aquiles tocó su pieza, en la que ya exploraba con el lenguaje musical que fue su impronta, de armonías contemporáneas. Después, nos regaló La casa azul. Y quiero especificar: no es una metáfora, para señalar que nos deleitó con su música, que es cierto, sino que nos largó sendas fotocopias manuscritas de esa obra. ¿Qué quieren que les diga? Yo toco esa pieza desde agosto de 1987, porque me encantó la forma como Aquiles la abordó y porque sí, esa es una música que hay que tocar. Como los valses de Lauro y las obras de Bach. Por cierto, desde ese entonces, Aquiles cada vez que me veía (hasta la última vez antes de venirme a Lima) cuando me saludaba me preguntaba «y cómo llevas la Chaconna de Bach?», un chiste interno entre los dos porque, en el marco de las sesiones con Carlevaro, comenté algo sobre la Chaconna y su dificultad, y le dije a Aquiles «el día que la toque, no le hablo a más nadie. Cuando alguien me salude o me hable, saco la guitarra y le respondo con una frase de la Chaconna». Por supuesto, Aquiles jamás olvidó la joda.

Siempre fue cordial conmigo, incisivo como entrevistado, crítico, exigente, no tenía concesiones, apasionado y disciplinado con la música

Me gradué en Comunicación Social, empecé a trabajar como periodista cultural hacia finales del 91 en El Nuevo País, luego en El Globo y por último en El Universal, y cuando había una pauta con Aquiles, trataba de ser la reportera. Siempre fue cordial conmigo, incisivo como entrevistado, crítico, exigente, no tenía concesiones, apasionado y disciplinado con la música. No por nada llegó a ser profesor en Berklee, y convencido de que en Venezuela había mucho por hacer, se dedicó en cuerpo y alma. Siempre investigando, siempre estudiando, siempre explorando. Con esa misma pasión que dio origen a proyectos musicales sólidos y de calidad. Quien crea que en estas palabras se destila admiración y emoción, sencillamente busque en Spotify o en YouTube. La música no miente.

Aún tengo atravesada la tristeza en la garganta. Concuerdo con el resto de la humanidad que lo conocía y admiraba, cuando dicen que todavía tenía mucho por dar. El día de la noticia de su partida, volví a tocar La casa azul y logré componer el siguiente poema, para honrar su memoria.

Un Aquiles se balanceaba
sobre la cuerda de la guitarra
Como veía que resistía
Se fue a buscar a otro Aquiles
Pero no te encontré
No sé qué tiene la muerte
Que se adelanta y nos atropella
Agarra la guitarra por el mástil
Y aplasta nuestros tiempos
Con un acorde infame.
Descansa Aquiles
Guardaremos tu Casa Azul
Para la memoria de habitantes sonoros
En La Vela de Coro, ciudad de plata,
que acoge en esa morada un templo de fantasía
Las ondas de las cuerdas
Arropan nuestros sueños musicales
Con mantos de armonías imposibles