No lo maten, es solo un refugio de la memoria

Alfredo Schael, fotografiado frente a un bar de la Calle del Prado el 18/02/2023.

No todo ha sido camino de flores para el Museo del Transporte de Caracas. En la era del chavismo, este reducto del país con memoria ha sufrido recortes de terreno, de recursos, de feligresía, de todo tipo. Necesita mayor apoyo del público. Aquí, una nota que el periodista Alfredo Schael, quien ha tomado el testigo de su padre, Guillermo, escribe desde el fondo de su deseo por hacer que esto perviva.  Al Museo del Transporte, «como a casi todas las instituciones emblemáticas de índole o función cultural, aun sin asesinarlas, se le han hincado puñaladas desde el poder», denuncia

Alfred Schael

Flores las de antes, como aquellas ofrecidas por el rosal plantado por el impresor Ernesto Armitano en tiempos de José González Lander al frente del Metro de Caracas. El exitoso gerente logró que árboles sacrificados en varios sectores de la ciudad, fuesen trasplantados para acrecentar la sombra en espacios del Museo del Transporte. Allí, por cierto, se instaló la maqueta del prototipo de los carros franceses con los cuales hace 40 años se estrena el subterráneo de Caracas.  

Puedo dar fe de que mi madre, harta de los problemas del Museo llevados a la casa por mi padre, varias veces llegó a exclamar: «Carajo, ¡cuándo amanecerá quemado todo eso!».  Mi padre, ya viudo, falleció un domingo en la tarde a su regreso a casa luego de lidiar con asuntos del Museo la mañana de aquel día. No había alcanzado 70 años de edad

La Fundación contó con fondos públicos para su funcionamiento gracias a aportes de Inparques. Poco a poco los restaron hasta suspenderlos. Por su parte, el Ministerio del Ambiente, arbitrariamente, serruchó espacios asignados históricamente gracias a convenios absolutamente transparentes, vigentes desde 1970. Se mantuvieron hasta que el gobierno chavista acorraló al Museo con intenciones mortíferas. Sus medidas afectaron las áreas rentables, que servían de soporte para el funcionamiento del Museo. Los recursos que generaban servían para conservar el patrimonio y ofrecer servicios al público y a los centros educativos, así como para ampliar áreas de exposición y/o garantizar el mejor aprovechamiento de piezas en exhibición o por exhibirse.

Durante la era chavista y madurista, la actitud de sucesivos funcionarios ―que genéricamente podríamos llamar los coroneles― fue de menosprecio y achicamiento del Museo. Se le arrebató el área norte; se perdió la mayor parte de la útil infraestructura más varias piezas de la colección, esto último en contraposición con auspiciosas gestiones de la Fundación Museos Nacionales en tiempos de los ministros Farruco Sesto y Pedro Calzadilla. Al Museo del Transporte no lo ha privilegiado ninguna de las muy escasas iniciativas culturales de cierta envergadura echadas a andar en las últimas dos décadas. Como casi todas las instituciones emblemáticas de índole o función cultural, aun sin asesinarlas, se les han hincado puñaladas desde el poder. Es la situación actual del Museo del Transporte, sobreviviente gracias a la feria de antigüedades, libros y curiosidades, bautizada «Amado Villegas»: es un mercado que se da cita cada domingo, una oportunidad para coleccionistas de cuanto objeto que pueda uno imaginarse. Organizaciones de propietarios de vehículos de marca, clásicos o nuevos, se alternan con presentaciones dominicales que animan los espacios y divierten a visitantes. Se puede comer criollo, tomar parte en la tertulia dominical liderada por el historiador y coleccionista Ramón Rivero Blanco, o pasearse por la feria. El lugar atrae a extranjeros, entre estos, los diplomáticos que viven transitoriamente en Caracas.

¿Cómo podrían los gobiernos de Chávez y Maduro no despreciar un esfuerzo como este, un sitio para la memoria colectiva del siglo XX? Pocos años podrá resistir una infraestructura y un patrimonio ―tan rico y variado, tan único a la vez― desatendidos o apenas socorridos desde el Estado mediante mendrugos

Pero nuestro Museo, en lugar de fortalecerse, deja de ser lo que debería, sin pretensiones de Smithsonian u otro de los grandes museos de transporte del mundo. En los tiempos que corren, apenas subsiste subvalorado no sólo entre la clase dirigente, sea la membresía del alto gobierno, gobernadores o alcaldes; también entre particulares, coleccionistas y otros que demandan algo prístino, literalmente, sin bajarse de la mula.

Que no quepa duda: pocos años podrá resistir una infraestructura y un patrimonio ―tan rico y variado, tan único a la vez― desatendidos o apenas socorridos desde el Estado mediante mendrugos. Este Museo necesita  apoyo verdadero, auténtico. Lo cual significa que alguien reconozca el valor que encierra.

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