Recuerdos del país en movimiento

Imagen de uno de los desfiles de 1965 (sin crédito).

El Museo del Transporte, en la avenida Francisco de Miranda frente a la cara occidental del Parque del Este, sobrevive. Eso ya es noticia en el marco de Venezuela, hoy. A los gobiernos de Chávez y Maduro nunca les ha hecho mucha gracia su existencia (o no han comprendido su utilidad, o han considerado el sitio un vestigio del capitalismo). Su colección se reunió por pasión, por diversión y por atesirar un pedazo de historia de cara a las nuevas generaciones. Ahí están las fotos, allá los recortes y los esfuerzos un poco desvaídos de cuando Caracas se miraba a sí misma sin perder la compostura, con cierta consideración por su pasado

Sebastián de la Nuez / Fotos cedidas por Alfredo Schael

La primera vez que Alfredo Schael visitó España era 1955 y su papá encendía el motor del carro que había alquilado con una manivela. Alfredo está en Madrid en febrero de 2023 y recuerda, porque recordar en él es como un tic nervioso, una sana manía. Su memoria va a Barcelona y Valencia, se estaciona en aquella vez que su padre lo llevó a conocer al catedrático Manuel  Fraga Iribarne en un sitio llamado Nuevos Ministerios; regresa enseguida al Barrio de las Letras donde conversa con otro periodista venezolano. A Alfredo, lo único que parece no gustarle de España es la Sagrada Familia, por inconclusa, por excesivamente ambiciosa tal vez. Sus recuerdos de juventud terminan por hacerle cruzar el Atlántico: están atados a esos grandes y bellos armatostes de enormes guardafangos que aparecen en las películas de Humphrey Bogart y Alfred Hitchcock, pero sobre todo a ciertos aviones y tranvías que uno evoca en blanco y negro: también forman parte de la iconografía del cine clásico. Artefactos que han convivido con él durante décadas en el Museo del Transporte, disecados, sin energía, sin embargo enteros como estuvieron alguna vez rodando, arrastrándose sobre vías ferroviarias o volando.    

Todavía hoy ese sitio frente al Parque del Este es un escaparate en vivo, un paisaje del color de los periódicos viejos. El Museo del Transporte resulta en la perenne prueba de un país que se movía hacia el desarrollo y, al menos un poquito, se preocupaba por conservar su memoria, su entrañable memoria de calles y caminos, cielos y carreteras y rieles, en dictadura o democracia.

Todo ello puede ser revisitado hoy, acaso con cierta amarga nostalgia.

LA HISTORIA DE UN VENTETÚ

Ahí fueron a dar despojos de ladrillo y cabillas retorcidas, escombros de lo que una vez fueron edificios de la clase media en ascenso de Los Palos Grandes y quedaron destruidos por el terremoto de 1967. Ahí, en ese terreno, permanecía un taller del Ministerio de Obras Públicas sin mucha utilidad. Es ahora cuando el nombre de Leopoldo Sucre Figarella debe citarse, porque a él le corresponde el mérito de haber adjudicado esa extensión de terreno frente al Parque del Este al proyecto del Museo. Figarella fue ministro de Obras Públicas durante el periodo de Rómulo Betancourt y lo siguiendo siendo con Raúl Leoni, hasta 1969. Es más, aquel emprendimiento privado lo apoyó su sucesor, José Curiel.

Al doctor Arnoldo José Gabaldón Berti le correspondió señalar con exactitud aquella lengua de terreno para el Museo del Transporte, vamos a ponernos a trabajar en eso». Gabaldón Berti era a la sazón jefe de la Oficina de Planeamiento de la Dirección General de Recursos Hidráulicos del Ministerio de Obras Públicas (entre 1967 y 1971). Tuvo la suficiente visión como para continuar lo que se había iniciado bajo gobiernos adecos.

Fueron importantes varios funcionarios adecos y copeyanos, el empresario Eugenio Mendoza, el periodista Guillermo Schael y los ciudadanos que se entusiasmaron porque sí, porque la cosa les gustó y asistieron en masa a los desfiles. El Museo fue iniciativa de un grupo con recursos para hacer lo que hicieron, dándose su gusto y compartiéndolo con el prójimo. La ocasión: cuando se preparaban los festejos del Cuatricentenario de Caracas, que sería en 1967. ¿Qué podemos hacer para rescatar la memoria colectiva, la que se respira en la calle?

Pues lo que anda por las calles son los coches, los tranvías, los autobuses y todo tipo de vehículos, si se pone la mirada en el retrovisor. Se incorporaron varios coleccionistas de automóviles, o personas que tenían autos viejos sin ser necesariamente coleccionistas. Por allí empezó el asunto. Había varios concesionarios del ramo automotriz que conservaban reliquias y las pusieron a la orden. Se reunió material como para una gran exposición. Entonces se fundó la Asociación de Amigos de Automóviles Antiguos, AAAA. Se fue haciendo un ambiente propicio, una animada confluencia de voluntades sin fines de lucro, sí con fines de divertimento y conservación.

Imagen de otro de los desfiles de 1965, en el centro de Caracas (sin crédito).

Aquella asociación de las Cuatro Ay la concentración de coches de la tercera edaddio pie, primero que todo, a los desfiles del año 65. Allí empujó con su promoción el diario El Universal y, en particular, el periodista Guillermo Schael pues su columna, «Brújula», tenía gran poder de convocatoria. Se fijó en julio el Primer Festival del Automóvil Antiguo, aprovechando la inauguración de la Concha Acústica del Parque del Este. El desfile partió de allí y llegó hasta la plaza Bolívar, donde la cabalgata de automóviles y coches tirados por caballos fue recibida por el gobernador Raúl Valera. La cosa fue animada por muchachas de la sociedad caraqueña elegantemente ataviadas con los trapos de sus abuelas, y María de las Casas, ex Miss Venezuela, maciza como ninguna, fungió de anfitriona. Fue un suceso de interés público. La colaboración del empresario Eugenio Mendoza, quien aportó carruajes y diversos vehículos de tracción a motor, fue fundamental. Los carruajes los tenía guardados en la hacienda Macapo en el estado Carabobo, aunque también conservaba algunos en su casa de Sebucán: no era una finca pero sí un terreno lo suficientemente grande como para albergar casa, picadero y caballeriza. Otro propietario, Jorge Vegas, quien trabajaba con Mendoza y estaba casado con una de sus hijas, se sumó a la par de otros aficionados.

Al poco tiempo sería la motivación para la creación y apertura del Museo del Transporte, que se concretó en 1970. La historia, como toda historia de una pequeña gran epopeya, es mucho más larga y en ella jugaron papel importante ministros de Betancourt, Leoni y Caldera. Ya cabrá en otras entregas de este blog.

LA PASIÓN DE ALFREDO

El hombre que ha quedado a cargo del Museo del Transporte colecciona avatares y sabe que tal vez el Museo ya no sea más nunca lo que fue. Vino a Madrid a principios de 2023 y recordó las anteriores veces que llegaba a la capital del Reino con la familia. «Ahora uno se encuentra este país maravilloso con todas las comunicaciones, la seguridad social… Y me acuerdo clarito del sereno, de noche, al regresar. No entrabas a tu casa sino palmeando, entonces se aparecía el sereno y te abría la puerta.»

Es cierto, Alfredo representa toda esta historia desde aquellos días en que la portada de la revista Estampas, la más leída en la Venezuela de su tiempo, fue dedicada a los cachivaches que almacenaba el lugar preferido de su padre. Todo hay que decirlo: a su hijo nunca le atrajo mucho conducir, miraba como gallina que mira sal los Studebakers y De Sotos que llegaban para ser convenientemente pulidos y colocados en los salones de exposición o en los jardines. Lo suyo siempre han sido, más bien, los aviones, los DC-3 le han fascinado desde que llegaron medio desmantelados para ser rearmados allí. El primero fue uno que había estado en Normandía el Día D, y desde el cual se lanzaron soldados en paracaídas. Había otro que fue el primer avión presidencial, en sus últimos años de servicio fue dedicado a búsqueda y salvamento.  Estuvo estacionado mucho tiempo en La Carlota hasta que a alguien se le ocurrió llevarlo al Museo del Transporte. Ahora es uno de sus iconos. Hay unos aparatos comprados inicialmente para el servicio de correos, varias avionetas, un globo aerostático, piezas aeronáuticas, el primer simulador de vuelo que tuvo la línea bandera, Viasa. Por otra parte, piezas de la red ferroviaria nacional que una vez existió, varias maquetas… Modelos de barcos a escala, históricos. Una biblioteca relacionada con la historia de los medios del transporte; documentación histórica sobre ferrocarriles venezolanos.

Y hay reuniones los domingos de gente caraqueña ―también hay extranjeros, de varias delegaciones diplomáticas que hacen vida en el país, que asisten de manera asidua― comiendo arepas y cachapas, que no pierde el paso. Alrededor se arma todo un mercado de corotos viejos y probablemente añorados.

Ver también:

https://www.hableconmigo.com/2014/11/08/5371/