Prefacio completo de «Huir hacia el sol»

Una ciudad ucraniana destruida por bombardeos rusos, hoy. Imagen bajada de internet.

Este es el prefacio completo de la tesis de grado «Huir hacia el sol», trabajo de grado (UCAB, 2011) que se ha recogido parcialmente en este blog. Su interés, en la actualidad, resulta obvio. Los lazos entre venezolanos y ucranianos siguen vigentes, hoy se encuentran ambas naciones ante crisis distintas y, sin embargo, coincidentes en la desgracia que generan

Marisé Pérez Pawlyschin

Venezuela y Ucrania casi no se conocen. Sin embargo, tienen algo importante en común. Ambas naciones están conectadas por la historia de un éxodo. Un éxodo que comenzó como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial a mediados de la década de los ‘40 y se prolongó hasta finales de los ‘50, arrastrando hacia tierras venezolanas a cientos de miles de refugiados, que soñaban con escapar del horror que aún estaba fresco en sus retinas. Rusos, polacos, yugoslavos, judíos. Europeos de diversas nacionalidades, religiones y razas eligieron a Venezuela como destino para sentirse a salvo, para lograr tener una vida más digna, mejor. Y entre tantos extranjeros, miles de ucranianos llegaron por mar y por aire a tierras caribeñas, con temor a lo desconocido pero con el deseo de conocerlo y hacer suya esa paz que el continente americano prometía.

Estos musiús, como popularmente se les apodó, se encargaron de enriquecer la cultura venezolana con sus costumbres y tradiciones, además de proporcionar mano de obra capacitada en diversos ámbitos laborales y desarrollar importantes labores de tipo intelectual y profesional en Venezuela.

Ingenieros, arquitectos, médicos, albañiles, mecánicos, costureras, agricultores. Los inmigrantes actuaron en la tierra de Bolívar como un motor de gran potencia, capaz de aprovechar las bondades del país caribeño y sacar lo mejor de él.  

UNA COMUNIDAD HUÉRFANA

A pesar de que Ucrania no cuenta con representación diplomática en Venezuela ¾ni viceversa¾, la comunidad ucraniana mantiene aún ciertos focos de manifestaciones culturales, como el grupo folklórico Barvinok, en Valencia, o las iglesia ortodoxa en Los Dos Caminos, que a pesar de ser rusa abrió sus puertas para que los descendientes de ucranianos tengan la oportunidad de continuar con las tradiciones religiosas de sus antepasados.

Varios inmigrantes ucranianos que aún residen en Venezuela, consideran que la ausencia de una embajada o consulado ucraniano en el país es la causa fundamental de que la comunidad ucraniana no se haya mantenido unida con el paso de los años.

No es raro observar cómo, gracias a los nietos y bisnietos de estos inmigrantes, muchas familias se reencuentran cuarenta años más tarde. El uso de las redes sociales como herramienta y motor de búsqueda de personas u organizaciones, se ha convertido en un aliado fundamental en el reencuentro de amistades que nacieron en la década de los ‘40 y ‘50, en Altavista, El Trompillo, Los Frailes o Los Chorros.

De existir una representación oficial, los ucranianos y sus descendientes que aún permanecen en Venezuela coinciden en que un censo sería la primera labor importante que debería realizar dicha organización, pues hasta ahora los ucranianos en el país se sienten, y con razón, huérfanos.

LA PRENSA Y LOS MUSIÚS

Junio de 2006. Ucrania aparecía en toda la prensa nacional. El motivo: su participación en el mundial de fútbol Alemania 2006. Muchos venezolanos se enteraron de la existencia de este país gracias a un evento deportivo. Por un asunto de cultura o pocos conocimientos de geografía y política, quizás ni la mitad de los habitantes de Venezuela se enteraron del escándalo relacionado a un fraude electoral ocurrido en el año 2004 en las elecciones presidenciales de Ucrania.

En la última década, los ojos del  mundo se dirigieron su mirada en varias oportunidades al “granero de Europa”[1].Y es que una nación cuya soberanía fue decretada hace poco más de veinte años, sufre cambios indispensables para volver a insertarse en la estructura de la que formaba parte antes de caer en manos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Venezuela, un país con una tradición democrática y libre más antigua que la ucraniana, celebró este momento y los periódicos nacionales así lo indicaban. Todo siempre desde el punto de vista de una nación distante de la otra, sin tomar en cuenta que un pedacito de Ucrania estaba inmerso ¾y disperso¾ en un mar de caribeños.

El diario carabobeño Notitarde, desde la década de los ‘50 hasta finales de los ‘80 dedicó innumerable cantidad de páginas y columnas a los ucranianos. Pero no los que están del otro lado del mundo, en Europa, sino los que comen arepas, hallacas y toman café con leche en la mañana. Esos ucranianos que se instalaron en Valencia y formaron una hermosa comunidad digna de ser reseñada por los medios de comunicación.

En el mismo sentido el diario El Carabobeño se dedicó también a anunciar en sus ediciones diarias los eventos relacionados al folklore y las tradiciones de estos extranjeros. La primera noche ucraniana en Valencia, el Festival Internacional de Danzas Folklóricas donde compitió el grupo ucraniano, fueron algunos de los acaecimientos más importantes reseñados por este diario. Los ucranianos siempre tuvieron un lugar ¾aunque pequeño¾ en los medios de comunicación venezolanos.

Por otra parte, una comunidad grande y bien establecida, la de Altavista, en Caracas, fue tirada al olvido. Muy pocos recuerdan que aquellas calles, aquellas casas, fueron transitadas y habitadas por musiús, esos blanquitos de ojos claros que llegaron a mezclarse con la raza latina.

LA HERENCIA

Si un día vas caminando por las calles de Altavista buscando una dirección, le preguntas a alguien y esa persona te da como referencia “la calle Ucrania”, no pienses que es una broma, o un chiste. Los ucranianos de Altavista dejaron muy bien marcada su huella, pues una de las calles de ese popular sector caraqueño lleva el nombre de su país de origen.

Y si sigues perdido, y te topas con una iglesia con un escudo poco común en su fachada, no solo llegaste a la calle Ucrania, sino que estás frente a la iglesia donde se oficiaban las misas ortodoxas y greco-católicas hace más de sesenta años.

Pero puede que no estés en Altavista, que más bien un día de la Semana Mayor decidas visitar la iglesia de Pagüita, en la Avenida Sucre en Caracas. Desde allí, mirando hacia la montaña donde está El Calvario, vas a poder toparte, aunque sea a kilómetros, con la iglesia rusa ortodoxa, donde muchos ucranianos llevaban sus pascas[2], los huevos pintados y otros elementos típicos, todo en una cestita cubierta por un hermoso trapito bordado.

Quizás también un día conozcas al doctor Leonid Lucenko, o escuches hablar del ingeniero Korol. O estés esperando para pagar en un supermercado, y la mujer que está delante de ti le lanza a quemarropa a la cajera un apellido impronunciable. Puede ser que te encuentres con un Dmytrejchuk, con un Pawlyschyn, con un Bondarenko, con un Prokofiew, con un Hlushko, con un Kobernyk, con un Saputzky, con un Lotosky, con un Luznicky. Los ucranianos llegaron y se regaron por todo el país.

Caracas era  de una forma antes de la llegada de los inmigrantes, y hoy en día es diferente, pues muchas de sus calles, de sus edificaciones y de sus rincones guardan maravillosas historias de personas que salieron de su tierra buscando un lugar mejor. Pero no solo Caracas fue transformada por estos extranjeros. Valencia es una ciudad en donde hay ucranianos por doquier, representando sus tradiciones y llevando muy en alto la cultura de su país.

Esta semblanza basada en cuatro inmigrantes ucranianos, refleja una parte de todo el sentido de integración que hay detrás de un proceso inmigratorio, contado desde la voz de sus propios protagonistas y sus familiares. Huyeron hacia el sol y encontraron el calor y la luz que buscaban.


[1] Apodo atribuido a Ucrania, gracias sus campos fértiles y su alta capacidad de producción en el área de la agricultura.

[2] Especie de panetón, típico de pascua, que se lleva a la iglesia y se bendice junto con otras comidas.


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