
Sebastián de la Nuez
A las nueve en punto aparecieron, una tras otro, los miembros de la E-Street Band en el escenario levantado a un extremo del estadio de fútbol de Montjuic (Estadi Olimpic), y el último fue, cómo no, el héroe de la semana en Barcelona, un guitarrista que ya hace 42 años debutó en esta ciudad más catalana que la crema catalana. El 21 de abril de 1981, con mayor exactitud. Entonces un periódico local habló del concierto del siglo mientras otro, un poco menos exaltado, dijo que no, que era el concierto del año. «América en forma de Springsteen» tituló El Diario de Barcelona aquella tarde del 21, justo antes de la Epifanía.
Cierto: aquello del 81 debe haber sido para los españoles ―llegaron autocares desde diferentes sitios de la pemínsula para la ocasión― la revelación de otra forme de entender el rock, el espectáculo, la música o, incluso, el mundo. O la vida en el mundo. Barcelona ha estado desde entonces, dicen, enamorada del Boss. En realidad no hubo sino siete mil espectadores aquella primera noche de idilio.
Luego vino la otra sinfonía, la sinfonía desgañitada que en realidad no tiene nada de sinfónica: tres horas con los motores a tope, y el único en la banda de 18 que no descansa nunca, en ningún momento, es el Boss
Al parecer, al Boss no le molesta en absoluto este amor incondicional de los catalanes (y, por extensión, de los españoles) aun cuando sus palabras más dulces a la audiencia, la noche esta del domingo 30/4/23, apenas fueron «bona nit» al despedirse, al cabo de tres horas exactas de reedición de la Epifanía. Bruce Springsteen es una especie de Dios, a su manera.
A los cinco minutos de haber comenzado el show ya sacaban a una chica desmayada, con los pies por delante. Como si el Olimpic fuera el Shea Stadium en 1965 y Bruce no Bruce sino John Lennon.
Claro que también puede haber sido, lo de la chica, el ajetreo previo más cierto aromático y embelesador tufo a marihuana que flotaba en el ambiente. A continuación, lista de las canciones de aquella noche:
- My Love Will Not Let You Down
- No Surrender
- Ghosts
- Prove It All Night
- Letter to You
- The Promised Land
- Out in the Street
- Kitty’s Back
- Nightshift (versión de Commodores)
- Trapped (versión de Jimmy Cliff)
- Mary’s Place
- Johnny 99
- The E Street Shuffle
- Last Man Standing (en acústico)
- Backstreets
- Because the Night (versión de Patti Smith)
- She’s the One
- Wrecking Ball
- The Rising
- Badlands
- Thunder Road
Bises
- Born In The U.S.A
- Born to Run
- Ramrod
- Glory Days
- Bobby Jean
- Dancing in the Dark
- Tenth Avenue Freeze-Out
- I’ll See You in My Dreams (Bruce tocando en acústico él solo)
De aquel gran primer concierto del 81 se ha montado una exposición al aire libre, en los jardines de un palacete al final de la calle Corsega (con s en catalán), el Palau Robert. Es un excelente grupo de fotografías a gran tamaño de Frances Fàbregas y estarán allí, en los jardines de este lugar, hasta el 14 de mayo.

Uno de los conciertos en DVD mejor valorados en Amazon es precisamente de Bruce Springsteen en Barcelona, aunque no necesariamente corresponda al legendario debut del 81. Ha habido unos cuantos después. Han pasado 42 años. Para él también. Pero desde la pista, a unos cincuenta metros de distancia, la verdad, no se nota mucho. Solo que lanza su guitarra al ayudante desde un poco más cerca. Ya no saca chicas a bailar, solo quiso regalarle su pequeña harmónica a una niña del revoltillo más cercano pero, al parecer, la niña se quedó paralizada de la emoción y no fue capaz de aceptársela.
Lo que luce increíble es su entrega, su pasión desmesurada por lo que hace, el virtuosismo de una súperbanda y esa energía que le llega al líder desde un divino rayo invisible que es o debe ser como el relámpago del Catatumbo, de larga duración. Está conectado a algo así. La cosa le llega (o él la atrae, la succiona), lo electrocuta y sigue por las suelas de sus zapatos hacia profundidades telúricas. Garganta y manos, sus principales elementos de trabajo, concentran los megavatios necesarios para la ocasión, los demás, los sobrantes, deben estar atravesando todavía el núcleo terrestre.
A fin de cuentas, su arte se resuelve en aquel ritual del que tanto se ha hablado: el de la tribu que entra en éxtasis por dos elementos primitivos, esenciales, que son las cuerdas tensadas más tambores. En esto último reina Max Weiberg. Lo demás, vientos y violines y pianos, pura floritura encantadora.
Esa tarde de domingo en Barcelona cayó un palo de agua. Los taxistas se negaban a subir el monte de modo que la gente ―los 55 mil espectadores o más― tuvo que subir a tracción de su propia sangre o ayudándose, a tramos, por unas escaleras mecánicas abarrotadas y lentas. Al final esperaba una sinfonía de charcos verdosos que, o sorteabas, o te sumergías en ellos hasta los tobillos.
Luego vino la otra sinfonía. La sinfonía desgañitada que le recuerda al mundo entero que los rockeros de verdad nunca mueren porque, desde que nacen, andan conectados al cielo mediante un estallido de luz, tal vez el Catatumbo.


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