
Sebastián de la Nuez
Anoche en el Jardín Botánico Alfonso XIII de la Universidad Complutense un genio de verdad, genio de toda la vida, genio con todo y Premio Nobel, salió y cantó a los 82 años. En realidad, es solo un señor más bien bajito que se coloca detrás de un piano y ha olvidado su harmónica. Este señor canta con gusto, y no lo hace mal del todo. Trae resonancias de un cruce de caminos. No había seguidores de Rosalía en el recinto, por lo visto. Un recinto no totalmente colmado, por cierto. La lluvia debe haber aventado a un montón de gente. A nadie se le ocurrió pedirle una canción, por ejemplo gritarle «¡eh, Bob, c’mon, do Like a Rolling Stone!». En el Jardín Botánico Alfonso XIII había un montón de público que simplemente no hablaba español.
No, la gente lo que hizo fue gritar bravos y ooooohhhhhs al finalizar cada una de las veinte o veintidós canciones que hizo junto a cinco amigos en medio de una penumbra difusa que ayudó a crear una atmósfera intimista. Como se sabe, no se admitían móviles, y al parecer los de iluminación tenían orden de mantener bajas las luces sobre el grupo, quizá para no ponerle las cosas fáciles a quien quisiese hacerse el listo y sacar su camarita a escondidas.
Durante los meses de junio y julio desfilarán por el Jardín Botánico gente variada como Chris Isaak, Luz Casal, el brasileño Djavan, la mexicana Natalia Lafourcade, Niña Pastori, los ingleses de Placebo, el panameño Rubén Blades y The Manhahattan Transfer, entre muchos otros
Bob Dylan hace hoy en día lo que le gusta, no se le ve en absoluto forzado ni avejentado ni dañado por esto o por aquello.
Es muy probable, aunque él no se prodigue en alabanzas ni en nada parecido, que estar en España sea de verdad un placer para ese temperamento ecléctico, judío,, imprevisible, a ratos ensimismado y zahorí. Por supuesto que Dylan tiene la capacidad de señalar lo oculto.
En los años noventa hubo algún venezolano que lo vio en Nueva York y dijo que el viejo Bob estaba acabado, sin voz, alcoholizado, vuelto leña ya de tan dañado. Bueno, habría que ver en qué condiciones está ese venezolano hoy en día y compararlo con este tipo entero que salió anoche a tocar y cantar, serio y adusto pero aparentemente nada contrariado o amargado. En dos o tres ocasiones, eso sí, decidió explayarse de cara al público, expresarse con todas sus fuerzas:
―I thank you.
Y de inmediato, acordes de la próxima canción.
Al viejo Bob lo que le gusta es hacer música, eso es todo. En su música sobrevive el folklore de sus delirios adolescentes y está el roce rasposo del rock electrificado que sus amigos de The Byrds le revelaron tan lejos como en 1965. Y está el blues y está el góspel y está él mismo encadenando todo eso, que suena endemoniadamente cálido y armonioso.
Desde el punto de vista nostálgico, solo se puede decir que en el concierto de Madrid deconstruyó dos viejos hitos, haciendo de ellos algo distinto: I’ll Be Your Baby Tonight y You Gotta Serve Somebody
Desde luego, entre los asistentes debe haber habido quien recordara, por tener edad suficiente, que ya en 1969 una enciclopedia de temas sociales o un sesudo artículo en una revista de actualidad mencionara el hecho de que Bob Dylan había cambiado la manera en que la juventud occidental se miraba a sí misma, haciéndose cargo de sus posibilidades y del derecho que tenía a rebelarse, por ejemplo, ante la guerra de Vietnam. De alguna manera, le dio simiente a una actitud contestataría, contribuyó a hacer que el mundo ―al menos el mundo occidental― se diera cuenta de que las cosas estaban cambiando. Fue, desde su ámbito, un líder de la contracultura. E hizo crónica de aquella actitud, le cantó a las piedras rodantes de la década de los sesenta.
Nadie podría pretender, en la segunda década del siglo XX, que vuelva con el mismo sonsonete. Épocas son solamente eso, épocas: no significan el fin de los tiempos.
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