Hace 58 años más un mes más once días, para ser exactos. El 2 de julio de 1965 se produjo un ligero estremecimiento social en Madrid: Los Beatles, tras aterrizar en Barajas el día anterior, se disponían a dar un concierto en la plaza de toros de Las Ventas. Sería su única actuación en Madrid, habría otra al día siguiente pero en Barcelona. Por entonces la capital del Reino vestía de blanco y negro, todo el tiempo su gente y sus edificios y su Gran Vía vestían tonos grises o, al menos, esa es mayormente la memoria que guardan los archivos de la Hemeroteca Municipal de Conde Duque. La estancia de los iconoclastas chicos de Liverpool en España, su primera actuación pública luego de haber publicado el histórico Help!, implicaba, de entrada, cierto desafío ante un país en dictadura cuya clase dirigente no estaba dispuesta a aceptar provocaciones antisistema
Sebastián de la Nuez
El primero de julio de 1965 cae jueves y el diario ABC informa desde Tánger que «LA CAMPAÑA DE LOS PAÍSES BAJOS Y COMUNISTAS CONTRA EL GOLPE DE ESTADO ARGELINO EMPUJA A BUMEDIAN HACIA OCCIDENTE». En su interior hay notas sobre «los coeficientes multiplicadores de los distintos cuerpos de funcionarios del Estado», Vietnam y el conflicto dominicano: guerra civil a partir de abril del 65, militares con Bosch, envío de tropas desde EEUU para calmar los ánimos. Siguen una reseña del padre Pedro Arrupe, nuevo prepósito de los jesuitas; otra del libro de Ramón Tamames, recién aparecido por entonces, Formación y desarrollo del mercado común europeo. El editorial de este día trata del anticlericalismo. Se anuncia la cerveza El Águila y también la línea aérea estadounidense TWA, el whisky Haig y la inminente actuación del argentino Luis Aguilé en el Florida Park.
Nada acerca de Los Beatles.
Solo en la página 45 aparece un anuncio que se repetirá al siguiente día, en la 56, llamando al inminente concierto. Destaca que Francisco Bermúdez presenta a The Beatles, que se trata de una sola actuación en Madrid, que será en la plaza de toros y que, antes de ellos, se presentarán Beat Chics, Freddie Davis, Juan Cano y su orquesta, Los Pekenikes, Martin Brothers, Michel, The Modern Four, The Rustiks y Trinidad Steel Band. Sigue el nombre del presentador, Torrebruno; se advierte a continuación que The Beatles actuarán en la segunda parte del espectáculo. El anuncio no es más que una columna x 15 centímetros. ABC se maquetaba a tres columnas, tamaño tabloide, cosa que ha mantenido a lo largo del tiempo.
En esa misma edición, en otra página medio perdida, aparece una fotoleyenda sobre el arribo del cuarteto junto a otras con diferentes informaciones. Ocupa el cuadrante inferior derecho de la página y dice que el grupo juvenil ha llegado a Madrid. En la imagen, bajan las escalerillas del avión. Esta, o muy semejante, es una foto archiconocida… y sí, para el diario franquista de entonces, Los Beatles eran simplemente eso, cosa de chicos, grupo juvenil.
Hace 58 años, al llegar a Madrid, no eran noticia de primera plana. Al revisar la Prensa española de aquellos días, dos palabras se repiten: ritmo y melenas. La segunda semana de julio, cuando la revista Blanco y Negro, miscelánea informativa, debía recoger en su portada el fenómeno mismo o la actuación en Madrid y Barcelona o, al menos, los vericuetos del acontecimiento, prefirió abrir con un artículo sobre «el tesoro de Fidel Castro» y una nota sobre las novedades de la aviación soviética expuestas en el Salón Aeronáutico que por entonces tenía lugar en La Bourget, París. Se destacaba la nave experimental Antonov 22, turbopropulsada, con capacidad para 500 pasajeros. Se cumplía en esos días un año del hallazgo de petróleo en la provincia de Burgos y eso también merecía la atención de la revista, así como Ahmed Ben Bella, «el hombre cuya mano hay que besar», gran figura del Tercer Mundo. Lo habían metido preso el 18 de junio. Bumedian lo había traicionado.
El reportaje central de esa semana en Blanco y Negro se titula «La Gran Bretaña en la pendiente». Un colaborador critica la política económica de los laboristas en el poder. La libra esterlina está muy débil. Además, la revista despliega un informe sobre Paulo VI y una nota sobre el éxito de la marca Ferrari en el circuito de Le Mans. También Brigitte Bardot es noticia pues ha sido fotografiada bailando un nuevo ritmo junto a su novio brasileño Bob Zagury.
En las últimas páginas de este número, un pequeño reportaje con el encabezado «Pasaron Los Beatles» y el siguiente sumario:
En Madrid, no llegaron los entusiastas de la famosa agrupación ni a formar multitud ni a causar gran ruido
En el texto dicen que «los ases del ritmo» fueron recibidos en Barajas por «unos cuantos adoradores» y que lo de la plaza de toros «no constituyó un éxito de taquilla».
Aquel viernes 2 de julio estaba pautada, pues, la aparición a las 8:30 pm, en la plaza de Las Ventas. Los Beatles interpretarán doce canciones durante unos 25 minutos (aunque algunos medios dirán que fueron 45 minutos); en efecto quedarán asientos vacíos y ellos, como de costumbre, como lo vienen haciendo desde los tiempos de Hamburgo, lo darán todo. Muchos de los asistentes no olvidarán jamás esa cita, luego de muchos años todavía serán buscados por medios audiovisuales, para dar testimonio de su experiencia (ver enlace al final).
En la edición del 3 de julio, en la página 69, ABC reseña el concierto bajo el desangelado título «ACTUACIÓN DE LOS BEATLES EN LA PLAZA DE TOROS DE MADRID», ilustrando la nota con una caricatura de los cuatro músicos bastante lastimosa: cada dibujo destaca exageradamente la cabellera. John Lennon aparece como el zurdo de la partida.
El primer párrafo dice:
Los Beatles ―diez millones de discos vendidos en todo el mundo en cinco años, quinientas mil pelucas en homenaje a su cabellera fabricadas y puestas en circulación en 1963, 3 mil 300 millones de pesetas para el fisco británico en 1964―se presentaron anoche en la plaza de toros de Madrid. Tres cuartos de hora ininterrumpidos de actuación, durante los cuales, sin llegar realmente a los excesos temidos, pudieron los espectadores jóvenes expansionarse al son que tocaban los cuatro ídolos de Liverpool.
Segundo párrafo:
Sin ánimo de echarme encima de los admiradores de este superfamoso conjunto musical, quiero dejar constancia en estas líneas de que si no fuera por la larga preparación que hemos tenido en microsurco a lo largo de estos años, no sabríamos en realidad a estas horas cuál es la habilidad artística de JL, RS, GH y PM. El griterío de anoche nos impidió escucharles. A Los Beatles hay que oírlos en casa, junto a un tocadiscos, a solas, y entonces descubre uno que sus ritmos no son nada despreciables, que sus canciones tienen un algo que cala, que se comprende perfectamente su larga estancia en los primeros lugares de la gran clasificación mundial del disco.
Tercer párrafo:
Y sin embargo… qué viejas son las canciones de Los Beatles. No es ninguna herejía, aunque se lo parecerá a muchos de los adolescentes que anoche se llevaban las manos a la nuca para contener el escalofrío que les producía el Liverpool sound que les estaban ofreciendo Argumentos tan viejos como el mundo ―«una vez tuve un amor formal, un amor de colegial, pero me hirió», dice una de sus letras, y otra: «La gente querrá, con buena o mala fe, criticar, censurar nuestro gran querer, olvidando que en su juventud amaron también. Pero no conseguirán un mundo sin amor»―, palabras cantadas por todos los hombres en todas las épocas. (…) Me temo mucho de que ante la algarabía que provocan estos supercolosos del ritmo, no se descubran las palabras que dicen. (…) El drama de Los Beatles es que ya jamás podrán actuar ante 150 fanáticos.
Esto último, una observación rigurosamente acertada junto con la imposibilidad de poderlos escuchar en vivo ante la intensidad de la histeria provocada. De allí la decisión, que tomarán menos de un año después de esta actuación, de despedirse de los escenarios para siempre. Con tanto grito era imposible afinar.
Luego, el redactor se pregunta si les bastará, en el futuro, el dinero para ahogar los recuerdos de estas orgías de ritmo. ¿Por qué no pudo este cronista definir lo que llegó a escuchar de otra forma que no fuese ritmo? ¿No se hablaba ya por entonces, de una manera amplia, de música pop, o de mezclas e influencias del rock’n’roll con el blues y el skiffle?
Se hospedaron en el Hotel Gran Meliá Fénix, en la calle Hermosillo, donde ocuparon las habitaciones 123, 223, 323 y 423. Un Cadillac negro los condujo desde Barajas al hotel, que por detrás da a la plaza de Colón. «John Lennon venía muerto de sueño y quería llegar a tumbarse un rato», dice una reseña de la época (aunque escrita mucho tiempo después del acontecimiento).
El hotel cambió de dueños y de configuración interna, antes se llamaba de otra manera. Para aprovechar el espacio y rentabilizar mayor número de habitaciones, se hizo una remodelación y las habitaciones fueron afectadas. Ahora, aunque lleven los nombres de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, los cuartos correspondientes ya no son exactamente donde cada uno de ellos estuvo. Eduardo González, gerente actual del Fénix de Plaza Colón, no tiene memoria directa del acontecimiento: nació en 1966. Está en este cargo desde 2018, es amable y muy profesional. Dice que le gustan Los Beatles pero no es que sea un fanático. Cuando se pone a recordar canciones, la primera que se le viene a la mente es Yellow Submarine. González conduce al visitante piso por piso y le explica los cambios de la arquitectura interna.
El hotel lleva esa impronta beatle y la aprovecha. El gerente actual no aclaró si tienen un recargo las habitaciones con sus nombres. Pero la Historia pesa y ese peso debe comportar un valor cuantificable. Rentable. En la terraza del ático se hacen presentaciones de grupos que homenajean, imitándolos, a Los Beatles en ocasiones señaladas. Una de ellas fue cuando se cumplieron los cincuenta años de la salida del disco Abbey Road.
La gente llega al lobby y allí hay, muy a la vista, una vitrina y unos afiches montados con el recuerdo de la visita, cierta memorabilia de la ocasión en las estanterías, tras el cristal del aparador o vitrina. Pero hay algo que tal vez haya sido trastocado: una portada de ABC que, al menos en la hemeroteca de Conde-Duque, nunca existió o nunca fue publicada con Los Beatles ocupando la primera página completa.
Era otra España, la de Franco. Una España (ver esta nota del colaborador Francisco R. Figueroa) que atraía a Brian Epstein, en todo caso. A Epstein le gustaba Sevilla. Pero había manifestado, una y otra vez, sus dudas: ¿cuánto público podría arrastrar el grupo en un país donde se vendían pocos ejemplares de sus discos, muy pocos, hablando en términos comparativos?
Esa duda se la había manifestado al periodista José Luis Álvarez, quien contactó a Epstein en abril de 1965, durante la Feria de Sevilla. Simplemente, lo llamó al hotel donde le dijeron que estaba y lo consiguió. El mánager más prestigioso del mundo se le puso al habla enseguida, según cuenta el mismo Álvarez en su libro Los Beatles en España (Editorial Lobo Sapiens, 2009): resulta que Epstein, un aficionado a los toros, conocía su revista Fonorama y por lo tanto sabía de él, que no solo la editaba sino que la escribía y la maquetaba.
Álvarez fue el hombre clave que convenció a Epstein de que sí había público en España para un concierto de Los Beatles; que no se guiara por las ventas de discos ya que, para entonces, no eran muchos los hogares españoles que contaban con fonógrafo.
Álvarez, nacido en Tánger en 1940, creó la revista Fonorama en 1963 y ya para entonces contaba con experiencia en programas de radio dedicados al rock and roll, su pasión. Al mismísimo John Lennon llegaría a hablarle de un par de artistas negros y gringos de los cuales la segunda guitarra de Los Beatles no tenía noticia. Le abrió esa perspectiva (así parecen haber sido siempre las cosas con Lennon: ante él, la liebre saltaba donde menos lo esperas).
Álvarez fue clave en la visita a España y, por supuesto, el empresario Francisco Bermúdez, a quien entrevista en su libro escrito con algo de desmaño aunque, a cambio, regala un montón de hechos curiosos y al parecer verídicos. Hasta el día de hoy, el nativo de Tánger parece vivir del cuento de aquellos días en que su labia e insistencia hicieron posible que Los Beatles visitasen Madrid y Barcelona a principios de julio del 65, con todo lo que ello pueda significar históricamente… ¡Cincuenta y ocho años viviendo de ese gran cuento! El gran cuento que no fue solo cuestión de ritmo y melenas.
La lúgubre estampa de las mujeres vestidas de negro, al igual que el oscuro color en la casi totalidad de los coches, fue lo que más le impactó a mi esposa cuando visitó España por primera vez con sus padres.
Gracias por tu comentario, Luis Gerardo. Sí, esa imagen de ambiente grisáceo es lo que nos ha quedado a muchos. Por cierto, hay un comentario del rockero Miguel Ríos en el documental de La 2 (hay un link al final de mi crónica) que refleja crudamente esa España, sin anestesia.