Ahora vive en Gavá, una comunidad a 25 minutos de Barcelona, mantiene a duras penas el sello Alfa que tantos libros produjo ―y vendió― en los primeros años del siglo XX venezolano y ha desarrollado otro, Big Sur, con el que trata de abrirse paso en el abarrotado mercado español. Ulises Milla, hijo de Leonardo y nieto de Benito, representa la estirpe de quienes apostaron a favor de los lectores de Iberoamérica y de buena parte de sus escritores: con librerías, editoriales y distribuidoras. El heredero Ulises no deja de observarlos desde Gavá, sobre todo a los venezolanos que en los setenta y ochenta abrieron sus puertas a la familia Milla: se pregunta qué les gustaría leer ahora, por qué la diáspora está tan ocupada tratando de subsistir en las ciudades de acogida, los desterrados algo ajenos a la palabra escrita de sus coterráneos que antes sí les interesaba
Sebastián de la Nuez
Ay, ese target lector hoy en desbandada, tan elusivo en sus gustos, y sus escritores, por otro lado, azorados, igual en desbandada y un tanto desconcertados. Esta historia sobre una saga familiar los incluye, lectores y escritores criollos, y todo comienza con el alicantino Benito Milla saliendo por patas de España hacia Francia en 1945, seguramente a causa de la persecución franquista: esa historia no está aclarada a estas alturas. A este Milla le falta un biógrafo que se ocupe de él.
De Francia saltó al Uruguay en 1951 y en 1958 emprende su carrera dentro del mundo del libro, creando Editorial Alfa. Luego huiría a Buenos Aires y, pasado un tiempo, lo llamó un tal Simón Alberto Consalvi desde Caracas. El merideño le propone al alicantino dirigir la recién creada Monte Ávila Editores. Monte Ávila Editores será uno de los sellos editoriales más importantes de Venezuela y de América Latina… hasta caer en manos del chavismo.
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Cuando Ulises contaba apenas 4 años, pues, y tras el golpe de Estado de junio 29 de 1973 liderado por Juan María Bordaberry (secundado por las fuerzas armadas uruguayas), la familia Milla se trasladó a Buenos Aires. Antes de 1973, el abuelo Benito ya había abierto una sucursal de Alfa en Buenos Aires. Se convirtió entonces en sede única. El abuelo Benito se mudó a Caracas tras la oferta de Consalvi y luego regresó a España. Era un hombre emprendedor. Murió en 1987. Ulises tuvo una relación con él de nieto en la adolescencia a quien veía esporádicamente. Después es que ha venido a tener conciencia de que era eso, un tipo emprendedor e innovador, en su área. Una profesora argentina escribe actualmente sobre él, un ensayo o la biografía misma que se echa de menos, y ella lo ha definido como gestor cultural porque, además de ser librero y editor, en Río de la Plata y luego en Monte Ávila, tenía una visión global del tema. Tradujo y publicó a jóvenes figuras europeas. Fue amigo de Mario Benedettí (a quien publicaba) y de Juan Carlos Onetti, contribuyó al reconocimiento internacional de Octavio Paz pero, cualquiera fuesen sus méritos y las relaciones que tejió, era un hombre modesto y muy introvertido. «O, mejor que introvertido, sobrio», acota el nieto. Y agrega:
«En Venezuela tal vez no encontraba su lugar en medio del paisaje caribeño de exaltación, un poco excesivo… Desafortunadamente se ha perdido en parte esa memoria, con tantas mudanzas no hubo un archivo que lo ordenara todo. Yo conservo ejemplares de Alfa Montevideo y Alfa Barcelona, pero no hay un archivo que permita reconstruir la historia».
La madre de Ulises se llama Ana María Lacurcia, es de Montevideo y vive cerda de él hoy en día. En el año 77 el resto de la familia emigró a Caracas, más o menos por las mismas razones que antes habían sacado a los Milla del Uruguay. Ulises cree recordar que el año en que Consalvi llama a Milla a colaborar con él es 1967. La conexión entre ambos pudo haber sido Juan Liscano o acaso Guillermo Sucre. Recuerda Ulises esto que se lo contó el mismo Consalvi:
«La editorial Monte Ávila se fundó con un dinero que figuraba en el presupuesto destinado al Premio Rómulo Gallegos. Los burócratas de la OCP, luego de la primera edición del Premio, se equivocaron porque el certamen era bienal pero ellos, sin estar atentos a ese detalle, al año siguiente volvieron a asignar los mismos recursos. Y cuando Consalvi se vio con ese superávit preguntó qué coño hacemos…. Agarraron esos reales y crearon Monte Ávila. Había que gastar ese dinero, estaba presupuestado. Así que fue como una cosa fortuita, no estaba planificado. Es ahí que invitan a mi abuelo, supongo yo por la reputación que ya tenía, a asumir la dirección. De modo que cuando nosotros llegamos a Venezuela, él ya tenía un recorrido amplio, de unos diez años en Caracas.»
Alfa, a todas estas, quedó un año más operando en Argentina y luego cerró, Ulises no recuerda exactamente cuánto tiempo sobrevivió la editorial en ese sangriento desbarajuste en que se había convertido el país de La noche de los lápices y La historia oficial.
Cuando llegaron a Venezuela, el negocio no era editar sino distribuir. El abuelo había emprendido con Juan Liscano una editorial, Nuevo Tiempo. Además comenzó a trabajar en otro emprendimiento, Dilae o Distribuidora Latinoamericana de Ediciones. Alfa había quedado postergada, o latente. Por alguna razón, Benito, que cuando el resto de la familia llega él lleva ya diez años en Venezuela, decide volver a España y se instala en Barcelona, donde compra o se hace de una parte accionaria de la Editorial Laia, que había sido fundada en 1972 y era decididamente antifranquista. Laia sería el último emprendimiento de Benito, nunca fue exitosa y finalmente quebró, luego de la muerte del viejo republicano que había cimentado su reputación entre Montevideo, Buenos Aires y Caracas.
Paralelamente, Dilae, en Venezuela, crece gracias a los contactos con editoriales de Iberoamérica y España. Anagrama y Tusquets se distribuían en Venezuela gracias a Dilae, eran en su tiempo editoriales en plena eclosión, surgidas al calor de la Transición o por esos años. En 1986, Leonardo Milla, hijo de Benito y padre de Ulises, funda Librería Ludens en la Torre Polar de Plaza Venezuela. Se estaba formando, o con Ludens terminaba de formarse, un interesante circuito de librerías destacadas entre Plaza Venezuela y Sabana Grande, pasando por la Gran Avenida donde estaban Élite, Blume, Librería Médica París…
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Cuando Ulises empezaba a estudiar diseño gráfico, su papá lo pone a trabajar con Alberto Conte en Ludens. Conte, filósofo de Tucumán que también había llegado en la oleada que huía del gorilato, fue originalmente contactado desde Caracas para trabajar con Stephan Gold y Bronislawa Bogan en Librería Lectura: lo hizo durante los primeros años ochenta, especializándose en atender a los clientes que buscaban libros sobre filosofía y psicología. En cierto momento, pasa a trabajar en Ludens. Conte jamás fue de los libreros malencarados; su trato era afable, Ulises lo califica como una persona dulce y extraordinariamente culta. Con él comenzó el hijo del patrón, a los 19, en un oficio que no sería el suyo pero que tampoco le molestó, para nada. El de Tucumán le enseñó muchísimo y, además, sabía señalarle las lecturas adecuadas. Ulises había salido del Instituto Escuela, estaba completamente venezolanizado y sí, se interesaba en algunos temas pero, sobre todo, lo que quería a esa edad era fiesta. Poco más tarde, su papá lo puso a hacer alguna portada pues Leonardo había retomado la editorial, ahora bajo el nombre Alfadil, unión de Alfa y Dilae. Hizo Ulises muchas portadas, las ilustraba, aunque el diseño no fuese de él sino del argentino Raúl Pané (o Pane).
―Ahí empecé a meterme en la producción del libro, que era lo que más me gustaba.
Solo actuó de librero en esa época referida, en su estreno laboral, tal vez entre los 19 y los 20. Dice que Alberto era un tipo muy ordenado, muy disciplinado, muy alegre.
―Pero, viéndolo ahora en retrospectiva, me parece que era bastante solitario. Una noche le dio un infarto, me acuerdo que yo estaba casa de unos tíos en Terrazas del Club Hípico, en una parrilla. Me llamó Enrique, un locutor, no me acuerdo del apellido, era muy amigo de Alberto: fue él quien me informó. Alberto Conte, el estupendo librero de Lectura y Ludens, cenaba en El Lagar de la avenida Francisco Solano cuando le sucedió un infarto fulminante. Ulises siguió unos meses más trabajando en Ludens, con Javier Marichal y Diego Pampín. Pero como Alberto, nadie, recalca. Entraba un cliente, él lo atendía y el cliente no se iba sin un libro. Además sabía hacer los pedidos.
Eso fue a principios de abril de 1989. El periodista Sergio Dahbar escribió entonces una nota necrológica en El Nacional donde describía sus múltiples inquietudes y su desinterés por la búsqueda del prestigio. Decía que Conte siempre entendió el saber como medio, nunca como fin. «Quieren convencerme de que lo enterraron ayer en la tarde en el Cementerio General del Sur y yo, en cambio, empecinado, creo que aún aguarda por nosotros en Ludens».
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Ulises se quedó en Caracas hasta el final, hasta que pudo, hasta que todo se derrumbó. Su papá abrió las Alejandría: en el centro comercial Cada al principio de la Avenida Principal de Las Mercedes, luego la que montó en el Paseo que está frente al Hotel Tamanaco, y la tercera en el centro comercial Chacaíto, en un local alquilado. Hubo otra en Mérida. Un pequeño emporio que comenzó a deshacerse hacia 2014, con el decaimiento general del país. Ulises terminó vendiéndole tres de esas cuatro librerías a Garcilaso Pumar, el de Lugar Común en la avenida Del Ávila, casi frente a la plaza Altamira. No pudo con eso, Pumar. También terminaría emigrando.
Las oficinas de Milla estaba en esa callecita paralela a Sabana Grande donde terminó de languidecer el más acogedor de los restaurantes afrancesados caraqueños, Le Coq D’Or. Tenía una vitrina con libros que daba a la calle, casi frente al restaurant, pero nadie consideraba aquello propiamente como una librería. Y no decía librería por ninguna parte. Si entraba alguien a comprar algo, tenía que bajar cualquier empleado administrativo desde la mezanina (con visual sobre el área de entrada) a atenderlo. Aquello era almacén, administración, gerencia, despacho.
―Mi padre nunca pensó en irse de Venezuela, le encantaba. No quería irse ni a Buenos Aires ni a Montevideo ni nada. Pero nunca… bueno, en algún momento pensó en hacer algo en España, luego de la quiebra de la editorial de mi abuelo, que creo que para él fue como un momento dramático. En Venezuela fue un hombre, creo yo, totalmente realizado. Y básicamente lo que yo asumí en 2008, tras su fallecimiento, era todo lo que había hecho él…, que estuvo funcionando muy bien hasta 2013, cuando empezó la debacle económica en general aun cuando todos pensábamos que no iba a llegar hasta donde llegó. Uno se resistía… En fin, es natural ese cierto estado de negación.
Ulises asegura que su padre no confiaba mucho en dedicar esfuerzo editorial a los autores locales. Hasta finales de los 90. Sí llegó a editar algo, pero sentía que por ahí no había negocio. No obstante, en 2001 hubo como un repunte importante con las ventas de autores locales y Milla padre supo ver eso con cierta antelación. En 2006 llegaron a editar 35 libros de autores venezolanos.
Ana Teresa Torres, Mondolfi, Elías Pino, Germán Carrera Damas, Inés Quintero: vendían muy bien. Alberto Soria, en materia de gastronomía, vendía y se leía. Hasta 2012 o 2013 funcionaba el negocio, Alfa tenía trece empleados. Hasta sesenta mil ejemplares vendidos al año se lograban. Como el mismo Ulises dice, «son cifras que se las comentas a un editor español y te dice «bueno, está muy bien, ¿no?»
Pero sobrevino una caída abrupta,
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Leonardo Milla tuvo cinco hijos, tres de ellos con la misma madre de Ulises, dos con otra mujer (en Venezuela). Ulises fue quien siempre mostró mayor interés en el tema editorial, y por ahí se abrió un canal de comunicación y solidaridad entre padre e hijo. Leonardo, dice el hijo, se emocionaba. «Aunque desde un principio me dijera que no me dedicara a esta vaina, que esto no da dinero, claro que se emocionaba: había una complicidad, un modo de compartir conocimiento, y cuando volví en 2006 a Caracas [se había separado de su primera mujer y marchado a Montevideo], él estaba contentísimo, y fue cuando me metí de lleno en la editorial.»
De repente, en 2008, Leonardo enfermó y murió en cuestión de dos o tres meses. A este Milla le falta también un biógrafo que se ocupe de él.
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