Antonio de la Nuez Caballero (Las Palmas de Gran Canaria, 1915-2004), profesor de lengua y literatura en liceos y universidades de Maracaibo y Caracas entre los cincuenta y los setenta, escribió en 1986 unas «Glosas a los congresos de literatura canaria 1976-1986: visión de la poesía». Es el texto que se ha editado y transcrito en esta entrada, el cual permaneció inédito hasta ahora. En él, el autor desarrolló, fiel a su estilo informado y ecléctico, varios comentarios sobre los puntos comunes de la poesía de las islas, por cierto muy determinados por la islicidad, la presencia del mar. En Canarias se ha desarrollado un potente movimiento poético en los últimos años con muchas ediciones y eventos, aunque no hay gran resonancia de esto más allá de la Macaronesia. Esa actividad febril de hoy se ssutenta en una tradición marcada por los poetas que aquí se nombran
Antonio de la Nuez Caballero
Desde el sonoro y a la vez sordo repiqueteo de las chácaras[1] a los poemas de La rosa de los vientos, de Tomás Morales, parece como si se extendiera un extraño parentesco entre el misterio del mar y el combate del isleño melancólico con el medio que le ha tocado: ahí está siempre presente la poesía canaria.
Si buscamos una poesía regional donde no haya región, resultaría un dislate; pero hay comunes relaciones con esa huida constante de la realidad irreal que posee toda la Macaronesia. Una de mis emociones más cercanas la he tenido al ver la casa de Antero de Quental en las afueras de Ponta Delgada. ¿Qué nos une a todas las islas para que se dé esta permanente relación con la melancolía?
La poesía canaria es toda una mitología que va desde el hundimiento platónico de la Atlántida a los descubrimientos arqueológicos de lo moderno (ahora aparecen de nuevo las raíces del muelle de Santa Catalina) o el pensamiento en un futuro cercano geológicamente, mientras las islas crecen y otras aparecen.
El hablar de poesía canaria en Canarias produce una serie de enfrentamientos. Nuestros acantilados, los gritos de las gaviotas, desgarros íntimos de nuestras emigraciones o ese otro desgarro del aplastamiento que la misma prensa nos impone silenciando lo que no favorece sus intereses, menospreciando de aldea lo que no tienen de corte y confección.
¡Vacaguaré![2]: un solo verso, un solo desgarro poético del benahuarita Tanausú[3]. ¡Quiero morir! La poesía canaria también quiere morir entre la mediocridad y el silencio. Por ello fue tan importante aquel Primer Congreso de Poesía Canaria y es necesario que alguien, para entregar su primer librito mutilado, se haya emborrachado primero. Muchos poetas necesitan o han necesitado del vino, de todos los vinos (cualquiera sirve) desde Omar Jayán a nuestros días para transgredir la vida y trasegar las rosas.
Leonardo Torriani[4] transcribe y traduce endechas del guanche al castellano. Saulo Torón y Tomás Morales las oyen como un desesperado lamento de agonía pero el barranco modernista-surrealista está hincado en nosotros desde el comienzo de los tiempos. Y para ello no nos hizo falta Góngora, nos bastaba con lo de esta tierra y con América. Como a Silvestre de Balboa. Nuestros grandes poetas, desde Don Cristóbal del Hoyo a Gil Roldán ―pasando por el surrealismo, Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada―, siempre tuvieron una veta de humor a veces en alta voz, a veces soterrada.
No es mi propósito hacer historia de la literatura canaria. Estamos en las islas al borde de lo histórico y donde el hito puede tener más peso. Sé que no voy a hacer nunca la semblanza ―ni dar méritos― de aquel que se pone a declarar y para decir nada más que la verdad y toda la verdad. Eso puede ser religión, y moral, pero no es Literatura. Nuestras verdades no se juran, se sienten o no. Siento que mi papel no sea el de exaltar la verdad y la vida de Cairasco, Viera, Iriarte o Pedro Lezcano. Quisiera, para hacer un comentario de todos ellos y de muchos más, conocer de verdad sus mentiras, las falacias que los han rodeado y las envidias de los que no han sido inventores de tan extremadas diferencias como las que separan a Pedro García Cabrera de la verdad poética de Agustín Espinosa. Para ser poeta hay que haber estado alguna vez detrás del espejo, lo demás te digo que no vale.
Es una prueba de sutileza fatal el tratar de separar la poesía en verso de la poesía en prosa. Así terminamos teorizando sobre la unidad del castellano o de cualquier otra lengua, o creyendo en cuentos de camino… ¡porque hacemos muchas veces una guerra innecesaria para un país de poesía y de unidad (igualmente) innecesaria! La riqueza literaria se da por la diversidad y esta diversidad de las formas discretas de existir es la de ser provincianos, aldeanos del mundo y estar siempre o más adelantados o más retrasados al tiempo poético.
La poesía canaria, junto al almendro, o en el valle, o en los farallones y morros de cualquier barranco, tiene mucho de desgarradura provincial, marginación, destierro y emigración. El bucio [caracola o caracol marino], siempre con ecos de mar, siempre sería el perenne símbolo, sin ánima del purgatorio, pero con eco de todo lo que no nos queremos los unos a los otros. Esto siempre se oculta bajo el manto de la cursilería oficial. Pero alguna vez hay que decirlo. Estudiar la poesía en su conjunto es asistir a un ágape enamorado sin hacer caso de los siglos. La glosa a una antología como la de Andrés Sánchez Robayna nos puede servir, si se entiende la vida desde estas imágenes: esa «sobreiluminación y regalo de sentido» de que ha hablado Andrés no es solo asunto atlántico, sino plenamente mediterráneo, con todas las sirenitas de Juan Ismael y las columnas quebradas y los frontones rotos que llevamos dentro.
No cabe la menor duda de que la literatura es universal: un hombre y una mujer y la creación, tanto en el sentido bíblico como en el aristotélico. Pero por esa misma universalidad, en cada territorio del Universo Mundo hay una manera peculiar y particular de hacerla. Esta manera de hacer literatura es siempre y en todas partes más concreta en la poesía que en la prosa, si es que realmente encontramos «ciertos límites» entre ambas formas de expresión humana. He dicho humana y no divina. Sujetas tales formas de expresión, entonces, a todos los salvajes humores humanos de siempre y que nunca terminan.
Otra opinión que creo fundamental sobre la poesía canaria de nuestro tiempo fue expresada por Sebastián de la Nuez Caballero en el Primer Congreso de Poesía Canaria de 1976:
En términos generales se puede decir que la poesía moderna en Canarias surge de la dual sinfonía orquestada, el lenguaje elocuente y brillante de Morales y el directo y coloquial de Alonso Quesada en Las Palmas y con la sinfonía pastoral de la patria isleña y el canto a la libertad del vianismo de la escuela regional de La Laguna, desde Nicolás Estévanez a Tabares Barlett… el aislamiento de los caminos interiores iniciado en Quesada y culminados en Saulo Torón, y la evasión-invasión del cosmopolitismo de la imagen modernista de Tomás Morales hasta la renovación de la metáfora desde Francisco Izquierdo a Pedro García Cabrera, del vanguardismo… para formar la orquesta polifónica de una auténtica poesía regional.
Ni un congreso de poesía, ni de prosa, ni de cultura, se sabe nunca bien lo que es. Pero ahora los tenemos y hay que darlos como hechos ciertos, existentes y hasta dotados de vida propia y de su propia dinámica, muchas veces ajena a la voluntad de autores y críticos participantes. Que conste que no me dejo llevar por mi voluntad crítica, mi conocimiento o desconocimientos o por mis demonios familiares, porque entonces habría de seguir un eje muy claro de Viera a Espinosa pasando ante todo por la valoración poética de los mitos canarios. Un buen pórtico para este desprendimiento hacia los orígenes está contenido en los versos de Rafael Arozarena (Tenerife, 1923-2009), que dicen:
¡Si vierais que es difícil nacer como poeta! censurar en los labios las palabras que roban y borrar de los ojos los ficticios paisajes, decir tan simplemente las cosas por su nombre.
O estos versos de Esmeralda Borges que, en la autolástima, nos incluye a todos con esos enormes tomos enciclopédicos de la censura y la autocensura: «Cada pobre verso censurado se debe cantar mil veces para que lo escuche todo el mundo». Y entre la censura y el mundo lejano que nos huye, José Caballero Millares declara con sencillez que nació en Gran Canaria, isla pequeña y redonda «de humedecidas cumbres / y playas de arena huracanada (…)» y Félix Casanova de Ayala, por su parte, dice que «así cobrarías fuerza para seguir hablando / para seguir callando (que siempre fue más útil)»: todos estos versos serán aquellos en que el poeta hable de la misma materia cristalina que le hiere entre la pequeñez de las islas, el verso que se calla y el que se dice.
María Belén Castro resume todo esto diciendo:
Un viento alado de silencio vibra las cuerdas de mi arpa con sordina. ¿Qué significa mi nombre y el nombre de la muerte?
Por lo general estas páginas en donde el verso habla del verso no forman parte de la sabiduría oficial de los oficiantes de la sabiduría. Pero la coincidencia de todos o casi todos los poetas canarios de nuestro tiempo, su empeño en la declaración de lo que es poesía, significa algo, debe de significar algo que está latente en todos nosotros: ¿qué es lo que somos y qué estamos haciendo?
Yo poeta declaro que la cólera es una cuando hay algo que atenta contra el sol que nos guía. Languidece el poeta si la tierra se enfría cuando no hay corazón ni justicia ninguna. Yo poeta declaro que en el duro camino del tiempo en el poeta se halla siempre un hermano. Yo poeta declaro que el poeta es humano aunque a veces nos haga presentir lo divino.
¿Qué ejerce sólo la maldad, en Agustín Millares Sall? ¿No será también poesía ese demonio personal que ejerce la bondad o aquel que a veces se le va el santo al cielo? El poeta es el grito que libera la tierra (…) Con unos pocos versos de Agustín Millares se podía ir regresando a la realidad de aquellos días. La permanencia del hombre, del poeta, de la mujer, de toda nuestra realidad frente al mar como lo estaban Tomás Morales y Alonso Quesada y Saulo Torón, no se ha perdido jamás. Este Mar de Estío de Pino Ojeda lo confiesa, nos confiesa a todos como hemos vivido, bajando por las callejas salitrosas hacia el mar de ensueño, a veces, y otras contemplando de lejos:
y corremos monte abajo y grito tu nombre y llego hasta ti y siento bajo mis pies el acordonado sendero de tus algas tus arenas tibias el lecho descansado de tu orilla. Con Manolo Padorno añorado, añorando su pueblo junto al mar: Aguas tranquilas la mañana clara velas tendidas, remos lentamente, el sol cayendo arriba llameante ladera abajo el cielo sobre el mar.
Un continuo caer, pero caer en la cuenta de lo que somos mar ―la espuma que florece― donde giran en llamaradas las gaviotas. Olga Luis Rivero, por su parte, lo expresa de una forma muy sencilla:
Abril a medio desnudarse pone su hombro en el mito.
Nuestra vinculación canaria a la prehistoria, que para nosotros está ahí a la vuelta de la esquina de atrás, permanece como presente en el hombre de Víctor Rodríguez: Viene de lejos, tanto que ninguno sabría fijar el tiempo o la distancia. Vedlo ahí que camina del fondo de los siglos.
Y de este proceso de ser hombre de la prehistoria con las teas encendidas no se libran ni los soldaditos de plomo de Ángel Sánchez: «Los niños mueren cuando se afeitan por primera vez y los soldados cuando discuten su hombría en el campo de honor, con violentos ataques sucesivos porque uno comprende mejor a los poetas cuando ves que te están haciendo la propia biografía. Lo inevitable. Otro niño-poeta es Lázaro Santana, quien hace el retrato de la marginación de nuestra sociedad y de nuestra poesía, en definitiva.
Nada de esto quiere ser una valoración de estos poetas ni de otros que no he nombrado. Es solamente una constante perdurable en estos años de centenarios en los cuales se han cumplido o se van a cumplir los de Tomás Morales, Saulo Torón, Alonso Quesada y Néstor en este orden supra sucesivo. Porque en 1986 se da la culminación y la muerte, de momento, del primer gran período del surrealismo en Canarias: el cincuentenario, porque no se puede prescindir de nuestra vinculación tanto al pasado reciente como al remoto.
No trato de realizar un juicio valorativo de nuestros poetas. Eso no es en definitiva crítica literaria. Pero lo que sí es importante ―una vez superada la teoría de las estructuras, y sin que esta pierda su valor― situar cada verso en su lugar y cada clave en el espacio donde se nos hace comprensible el hombre frente al mar. Como diría Goethe, saber cómo, en el conjunto de lo infinito, lo idéntico encaja en donde su estrella le tiene destinado.
Pero siempre queda encontrar la vía para la penetración profunda en nuestra poesía. El problema de lo cotidiano está planteado por Sánchez Robayna en su ensayo, con prólogo de Blecua, sobre El primer Alonso Quesada. La poesía del Lino de los Sueños,en donde se señala como una de las constantes del poeta:
Por encima incluso de la valoración del recuerdo, que con ser mucha, no alcanza el grado de significación que obtiene, en esta concepción del mundo, lo cotidiano, la vida no tiene para Quesada otra alternativa que la de aceptar un destino marcado por la realidad de la realidad.
Se contrapone esto a «lo raro» del modernismo. Pero, ¿no forma parte de lo cotidiano, la rareza de nuestra vida y de las personas que conocemos? ¿No es el mismo Alonso Quesada muy raro? Encontramos raro lo que no conocemos. Pero nuestras propias manías y rarezas forman parte de la poesía cotidiana de nuestras vidas, como poetas de nuestras islas.
Llegaríamos hasta afirmar que las dos corrientes humanas que convierten lo raro en cotidiano y lo cotidiano en extraño monumento de nuestra conciencia, son las columnas móviles de lo poético.
[1] Instrumento de percusión canario similar a las castañuelas, pero de mayor tamaño.
[2] Voz guanche que significa «quiero morir».
[3] Tanausé era uno de los doce reyes tanahoaritas, aborígenes de la isla La Palma que reinaban antes de la conquista castellana, a finales del siglo XV.
[4] Geógrafo y cartógrafo italiano, nombrado por Felipe II como ingeniero del rey en la isla de La Palma hacia 1564.
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