Estas esquelas que tanto cuestan

Hay un pasaje en la película y en el libro Matar un ruiseñor, cuando ha acabado el juicio contra el negro Tom Robinson por supuestamente haber golpeado a una mala mujer del pueblo, acusación que el abogado Atticus Finch acaba de desmontar con la fuerza de la verdad de los hechos. Una vez que Robinson es exonerado de toda culpa, se levanta el juicio y salen todos. El trabajo de Finch ha sido impecable, desde su ética y valor para marchar contra los prejuicios tradicionales del pueblo sureño. La escena es la siguiente: su hija, de unos doce años, que se llama Jean Louise y le dicen Scout, ha estado observándolo todo desde el balcón de la sala, asomada a la balaustrada y con la barbilla pegada allí, mirando ―sentada― un poco atónita todo el desenlace. Su padre (encarnado por Gregory Peck en la película) se dirige por el pasillo que conduce a la salida. Mientras, allí sigue la jovencita, cómodamente interesada en verlo todo.

Pero hay alguien, un señor mayor que también ha asistido a la vista, que la hace incorporar: «Levántate, niña, que va pasando un hombre de bien.»

Algo así habría que hacer frente al ataúd que a estas horas debe albergar el cuerpo del reportero gráfico Oswer Díaz Mireles, viudo de Alejandra, padre de Akiko y Akira, hermano de Víctor (a quien todos seguirán llamando el chino malo) y amigo de un montón de gente relacionada con el periodismo en Venezuela. Oswer ha fallecido en vísperas del Día de Reyes en la ciudad de Caracas, donde no supieron atender su tumor en el riñón, tal vez en plena metástasis, o fue que él decidió demasiado tarde molestar a su familia con aquel dolor. Eso no tendrá mucha importancia, en todo caso se sabe que la salud de los humildes no es una prioridad del gobierno. Ni mucho menos.

Pero sí, algo como en aquella escena de Matar un ruiseñor, la preciosa historia de Harper Lee, habría que hacer ante el paso de Oswer adonde quiera sea llevado, seguramente al Cementerio del Sur: instar a quien esté sentado que se levante, a quien ande tocado de una gorra o sombrero que se descubra, a quien ande distraído que se detenga un momento y guarde respeto. Que sepa que quien pasa hacia su destino definitivo es un caballero, un hombre de sentimientos altruistas, una persona cabal que deja un rastro nítido de bondad y generosidad. No sé si queda mucha gente de esa hoy en día, tal vez sí y habría que ponerse a pensar en que, a veces, hay una buena persona cercana y lo damos por hecho. Y no, no hay que dar esos regalos por hechos.

Esos regalos de la amistad y la vida también son efímeros o precarios, volátiles, vulnerables. No duran para siempre. Hay algo que ha escrito una amiga suya en Facebook, la periodista de cultura y guitarrista clásica Ana María Hernández. Copio un extracto con su permiso:

«No tengo las estadísticas de la cantidad de pautas (reportajes, entrevistas, crónicas, reseñas) que nos tocó cubrir en El Universal, ni tampoco la cantidad de veces que coincidimos en pautas de arte y entretenimiento antes de ese periódico. Menos, la catajarria de veces que me retrataste gracias a mis aventuras musicales: podría decir que fuiste mi fotógrafo oficial. Pero mucho menos tengo la cifra de las veces que nos soportamos, que conversamos, discutimos, porfiamos, frente a un café, haciendo lobby para un entrevistado o simplemente durante un receso en la vida, como las subidas al Ávila o el compartir en tu casa con tu amada Alejandra. O haciendo música. Eres y serás parte de mi vida, agradezco tu amistad, tu cariño y lo atesoraré por siempre.»

Hice, en 2011 o 2012, que la Universidad Católica Andrés Bello contratara a Oswer a destajo para asegurar una buena calidad fotográfica en trabajos que había que desarrollar en la Dirección de Comunicaciones y Mercadeo. Hizo fotos de una gran calidad para la revista El Ucabista y para el portal digital de la Universidad. A veces iba por mi oficina y se sentaba a conversar, aunque no tuviera una pauta pendiente se iba desde el periódico, o en sus días libres, a ver si salía algo. Le encantaba estar en el campus. Recorría los jardines y las instalaciones, tomaba fotos de los estudiantes que luego servían para ilustrar crónicas y reportajes. O simplemente para una fotoleyenda para reflejar el ambiente universitario. Un par de amigas tumbadas en la grama, por ejemplo, estudiando o hablando.

Sabía retratar la camaradería. Sabía retratar un micromundo que era como la antítesis del país, un país harto y desesperanzado, entregado a la anomia. Así se rebuscaba Oswer, completaba su sueldo. Los salarios de los reporteros nunca han dado mucho de sí, sean de Redacción o del departamento de Fotografía.

Apenas una vez lo vi molesto, muy molesto. Enviábamos varios ejemplares de El Ucabista a redactores de El Universal que, pensábamos, podrían interesarse en su contenido. Oswer sabía lo que costaba en esfuerzo y en recursos. Sabía lo que se estaba haciendo en la Universidad. Le enervaba ver que aquellos ejemplares eran automáticamente desechados. Formaban un pequeño montón para la basura.

Oswer hizo muchas fotos especialmente para este blog, sin cobrar un céntimo jamás. Creo que sus mejores trabajos son los de Kees Verkaik y el del compañero fotógrafo de El Universal, Vicente Correale, quien hoy lo estará llorando.

Por supuesto, este tipo de esquelas cuesta hacerlas, cómo no van a costar. Lo que queda es incidir sobre las nuevas generaciones, los chicos que se inician y hacen fotos por centenares porque, total, hoy en día no hay rollos de 36 sino la infinitud digital, de modo que alguna, entre tantas, acertarán. Que aprendan, como aprendió la imaginaria Scout aquel día en la sala de tribunales, esa lección básica: debes comportarte de una determinada forma ante los hombres de bien, los hombres que saben irradiar serenidad y humildad, además sin pretensiones de hacerlo.

Que muestren los más jóvenes cierto respeto, pues en realidad no parece que esa estirpe de hombres abundara.  / Sebastián de la Nuez