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Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y, anteriormente, de la Universidad de La Laguna, Manuel Lobo Cabrera (1950) ostenta la cualidad de la precisión al hablar, tal vez común a los hombres acostumbrados a hurgar el pasado y acaso conversar secretamente con sus personajes
Sebastián de la Nuez
Le ha impresionado mucho que la revista que dirige, el Anuario de Estudios Atlánticos, que ya va por su número 70 (nació en 1955), sea solicitada por los chinos en internet, o en Australia o Nueva Zelanda. Manuel Lobo Cabrera es historiador, profesor y escritor de nutridas semblanzas de marquesas legendarias. Parece llevar la historia canaria ―o buena parte de ella― encerrada en el puño de una mano y puede que su quehacer diario esté animado por cierta fascinación ante la memoria. Ya en un volumen del Museo Canario ―entidad hermana, o prima, de Casa de Colón― fechado en 1982 se reseña prolijamente un texto suyo sobre los protocolos notariales de Alonso Gutiérrez, donde da cuenta de la vida cotidiana tinerfeña del siglo XVI con descripciones sobre el poblamiento y los modos de hacer y vivir de las gentes; destacan los extractos sobre la esclavitud, el papel que desempeñó este comercio en la economía y la atroz práctica de ir a realizar capturas en Berbería.
El sitio donde actualmente transcurre en buena parte el trabajo del catedrático, una oficina en el piso alto de Casa de Colón, en el barrio de Vegueta, es memoria en estado puro. En las maderas o en los óleos de la pared e incluso en los picaportes de las puertas hay memoria: es el aire que se respira y lo que guardan sus muros. Memoria sentimental y memoria archivada al alcance de la mano. Ahora también en la gran red de redes.
Lobo Cabrera es catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, donde fue rector entre 1998 y 2007. Su principal vínculo hoy con Casa de Colón es la dirección del Anuario de Estudios Atlánticos, una publicación multidisciplinar que nació como parte de una legítima ambición de Casa de Colón: convertirse en centro de investigación y estudios sobre la Historia de Canarias en relación con América, ya que no existía universidad en esta isla. La Universidad no fue creada sino hasta 1989. Habría sido la institución a la cual le hubiese correspondido, en primera instancia, asumir este rol, pero por entonces solo existía la de La Laguna, en Tenerife.
El número del Anuario que acaba de publicarse en una plataforma accesible libre contiene trabajos de arqueología, historia, medicina, historia del arte, literatura, rescate de documentos que dan luz sobre heredades que significaron un hito para Canarias o alguna de sus islas: en fin, el contenido refleja un esfuerzo de investigación sintetizado en textos debidamente indexados. El artículo que desarrolló Lobo Cabrera es una semblanza del licenciado Agustín de Zurbarán, de origen vasco, quien llegó a Gran Canaria en el siglo XVI y tiene el mérito de haber sido el principal impulsor del urbanismo en Las Palmas, en aquella centuria. El «muy magnífico señor licenciado», como solían llamarle, se hizo de tierras y aguas, se enfrentó a su nueva familia política y fue comisionado por el rey para hacer juicios de residencia (y el lector se entera, claro, de lo que esto era). El oidor de la Audiencia, que eso era lo que en principio fue el cargo de Zurbarán, se va haciendo en el relato más de carne y hueso.
―¿Los canarios tienen interés por la Historia que los une a América Latina?
―Sí, es un tema que les resulta atractivo. Casi siempre uno se pregunta cómo es que los canarios emigraron al continente americano y no lo hicieron a Europa, que estaba más cerca. Pero claro, el primer viaje que hace Colón a América establece una ruta y Canarias se convierte en el Camino de las Indias. Y esto hace que desde el principio muchos canarios se enrolen en las huestes, en las expediciones de conquista. Ese nexo perduró en el tiempo porque en momentos de crisis la gente miraba hacia allá. Es verdad que los canarios están en todas partes de América, pero preferentemente se migraba a Cuba, Venezuela y Argentina. Eran los destinos más buscados. El hecho de hablar parecido, de que aquí haya productos tropicales y de que todo el mundo, o casi todo el mundo, tenga allí algún pariente… Hay un vínculo, una simpatía y una preocupación por los países al otro lado del Atlántico.
―Me interesa saber qué porcentaje de estudiantes está matriculado actualmente en la Facultad de Historia, en la ULPGC.
―Vamos a ver: no hay duda de que hoy en día las Humanidades están un poco en decadencia. La sociedad empuja a buscar otras alternativas y la gente estudia pensando en su fuente de trabajo. Los alumnos que se van por Historia son, en su mayor parte, vocacionales: no van buscando un interés económico determinado, pero, a pesar de todo, este año tenemos noventa alumnos en primero.
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Dice que esas cifras están ahí para demostrar el interés que existe en la gente joven, y eso a pesar de que la misma familia del muchacho, muchas veces, le dice cosas como «¿vas a estudiar Historia, y eso para qué te sirve?»
―Antes sí, era algo muy limitado ―agrega―, porque o eras profesor o eras investigador… Aunque podías llegar al Consejo Superior de Investigaciones Científicas que está en Madrid; de hecho, un compañero mío de carrera acabó allí. En todo caso, ahora hay una mayor diversificación: puedes trabajar en museos, archivos, bibliotecas. En un ayuntamiento incluso, organizando los archivos municipales.
―¿En la televisión canaria hay algún programa sobre Historia?
―Que yo recuerde, no. Durante mucho tiempo, en los estudios, la historia canaria se veía de manera transversal, no era una asignatura obligatoria. En ese sentido se puede decir que estuvo olvidada. Bueno, se dice que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla. Y a veces sorprende, y me sorprende a mí que doy Historia de Canarias en la Facultad, ver el desconocimiento que los alumnos tienen de su propia historia.
Pero hay esperanza, cierta motivación por estos estudios: la última hornada de graduandos que hubo en Historia fue de unos cuarenta jóvenes.
―Yo tengo un tercero ―se refiere al curso que está dando―, un año en que solo falta otro para que acaben, con 75 alumnos.
―¿Qué relación hay, en la actualidad, entre la ULPGC y Casa de Colón?
―Hay alumnos aquí, en Casa de Colón, en prácticas. En cuarto, los alumnos tienen que hacer prácticas en empresas o instituciones. Muchos de los alumnos de Historia hacen prácticas en el Museo Canario, en el Archivo Histórico Provincial y en Casa de Colón así como en los museos del Cabildo, la casa de León y Castillo en Telde, la de Tomás Morales en Moya o la de Antonio Padrón en Gáldar.
En Casa de Colón, en Vegueta, el sitio donde trabaja este historiador, cualquier venezolano podría llegar y echarse a llorar de nostalgia por sus tiempos en la primaria: ¿acaso no había una nave de éstas en el lago del Parque del Este, en Caracas?
Casa de Colón se yergue en pleno barrio de Vegueta y los venezolanos que hacen vida hoy en Gran Canaria harían bien en acercarse al lugar y detenerse dentro del museo que a la vez es casa de estudio y encuentro; sus estancias remitirán a lo que ellos, los latinoamericanos en general, escucharon y leyeron en sus clases de primaria. Todo en Casa de Colón es referente fundacional del mundo hispanoamericano.
En realidad, Colón no durmió probablemente sobre lo que estuviese en pie en ese mismo solar, pero en todo caso pernoctó por estos lares en su primer viaje hacia las Indias, dado el hecho fehaciente de que se le había roto un timón y debía de repararse. Una placa lo dice: «esta casa que tradicionalmente llevó su nombre guarda el recuerdo de la estancia del Almirante en Las Palmas de Gran Canaria». Esa mera certitud convoca ecos y despierta la imaginación ante el hito primigenio que une Canarias a Venezuela y al resto de América: ¿andar entre estos muros o en la quietud del patio ―solo alborotada por turistas y un par de loros bien alimentados― no es como revivir el génesis del Encuentro? En el barrio de Vegueta, ¿no es justo este adoquín o tal vez aquel otro, por ventura, el que pisó el navegante que en unos meses se encontraría a las puertas del Nuevo Mundo?
¿Hasta dónde llega la memoria común, la táctil y la de los archivos, incluyendo personajes que estuvieron aquí y allá? Matías Vega, que sería embajador de España en Venezuela en los años sesenta, era presidente del Cabildo insular en los años cuarenta cuando se ordenó que aquella casa en el barrio, la que tradicionalmente se pensó que acogió al Almirante, se llamase como se llama hoy en día y fuese destinada a museo en toda ley. Es lo que es hoy.
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Las calles y plazoletas alrededor parecen estampas vivas del siglo XV o XVI. Vegueta es una madeja histórica. Basta dejarse llevar por los portones tachonados o los balcones en los que ya nadie se asoma. O por esa imponente piedra basáltica de la catedral marcada para siempre por los canteros. Bajo estas mismas coordenadas, en la cercanía de este mismo olor de mar, Colón se detuvo y fue asaltado acaso por alguna premonición. Luego abordó su nao y se fue a buscar América (¿sin saber que lo hacía?).
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