Santiago, el inquieto anarquista

Santiago Palacios en Librería Sin Tarima, calle Magdalena, el 11/07/2019.

En Madrid sobreviven librerías de barrio y de viejo porque son una tradición, porque tienen público, porque la gente todavía lee ―aunque usted no lo crea― en papel y no en pantalla. Santiago Palacios Somoza, propietario de Sin Tarima, se ha hecho a sí mismo librero. Es una de las personas más sabias del cotarro y ayudó a montar Los Pequeños Seres, la librería de dos jóvenes venezolanos en Curtidores, 19 (cerca, es decir, su propia competencia)

Sebastián de la Nuez

Santiago Palacios Somoza, casado con Concha, tiene dos hijos y dos librerías Sin Tarima. Santiago siempre está de buen humor y siempre protesta por alguna cosa. Leía a Mijaíl Bakunin de muy joven. Ahora no, pero si uno le pregunta cómo se definiría, insiste: «Soy anarquista». Lo dice sonriendo, como quien se hace un guiño a sí mismo, al chico ilusionado de los sesenta y setenta que quería poner el mundo patas arriba, o por lo menos hacerlo más humano.

Había una buena biblioteca en su casa, en ella encontró los Episodios nacionales de Pérez Galdós y se los devoró. Ahora lee sobre la Guerra Civil española. En Sin Tarima de la calle Magdalena hay un mesón repleto de títulos muy bien escogidos sobre el conflicto.

«Me gusta todo lo de memoria histórica. No leo jamás novela negra, ni en mi vida he leído fantasía. Creo que soy el único de mi generación que no he leído a Tolkien»

En 1969 ya conspiraba contra Franco, participaba en todas las manifestaciones posibles. Formaba parte de un grupo de siete jóvenes ‒un poco mayores que él‒  que querían poner una caseta de libros en El Rastro, ya que todos tenían afición por la lectura. Eso fue a principios de los setenta. Lo hicieron. Tenían que madrugar muchísimo y poner toneladas de paciencia en la tarea, pero lo lograron.

Estudió Biológicas y Magisterio. Trabajó en un colegio del 75 al 78: hasta allí. En ese año pasó definitivamente al mundo del libro, olvidándose para siempre de lo estudiado. Conoció gente de una cooperativa de distribución hacia octubre de 1979 y entró a trabajar allí. La empresita distribuía solo libros en Madrid y Castilla La Mancha, estaba conformada mayormente por despedidos de otras empresas. Cuando llegó la amnistía laboral, después de la muerte de Paco Franco ‒así le llama él‒, muchos volvieron a sus puestos originales; la cooperativa, entonces, fue convertida en otra sociedad, con cuatro personas a cargo. Y han estado con ella hasta 2012, con diferentes planteamientos.

«Ya en el año 2008 un proveedor nuestro me propuso montar una librería, y abrimos la Sin Tarima en la calle Príncipe. Este socio, Santiago Muñoz, murió poco después»

Sus Tarima han estado en dos direcciones de la Príncipe y luego se ha quedado en esta de la Magdalena Nº 32. Con Tarima siempre estuvo en Príncipe 17 desde 2013 hasta su cierre en 2020. Además abrió y luego cerró La Fugitiva, con oferta de segundo mano y libros antiguos. Ahora tiene dos Sin Tarima. La segunda se halla en Conde de Romanines Nº 10, luego de haber estado tres años en Maldonadas Nº 6, zona que los omingos se convierte en parte de El Rastro. Hay de todo pero, principalmente, teatro, música, cine, fotografía, arquitectura y mercancía de segunda mano. En la calle Magdalena hay literatura, poesía, historia, infantil y juvenil.

Hay gente que lleva con Santiago muchos años: Clemente García, Yokin Arana, David Phillips… y está su hijo  Miguel (su otro hijo no es librero sino osteópata).

‒Los libreros siempre se quejan.

‒Nos cuesta mucho hacer los números. Date cuenta que en algunos casos estamos facturando lo mismo que hace ocho años, que los alquileres se han triplicado (al principio no podíamos comprar, y ahora mismo sería impensable). El alquiler es un porcentaje muy importante. Menos mal que tenemos libros viejos y libros de oferta; si intentásemos sobrevivir solo con el libro nuevo, sería imposible. No cubriría ni el alquiler.

‒¿Le temes a Amazon?

‒Hombre, creo que le debemos de temer los ciudadanos, no los comerciantes solamente. Porque pasa lo mismo: el capitalismo va a la concentración del poder. Amazon acaba concentrando el consumo de mucha gente. Eso quiere decir que el pequeño comerciante va desapareciendo, que la gente consume ya desde su casa y eso afecta el comportamiento de muchas cosas.

Un librero leyendo su móvil.

Eran gallegos el padre de su madre y el padre de su padre. Su abuelo materno era mecánico de un conde, en Madrid. Vivían en una calle del centro, La Bola, que va de la plaza de la Encarnación a Santo Domingo. Los condes ocupaban la parte exterior del edificio; el servicio, la parte interna. Allí estaba la casa de sus abuelos y sus padres con los cinco hijos. El padre trabajaba en una compañía de seguros y la madre en un estudio de arquitectura. Una cosa poco frecuente en aquel tiempo, esto último. La que llevaba la casa realmente era la abuela. La familia de la madre era carlista, gente de derechas; de hecho, habían muerto dos tíos de Santiago en Paracuellos, fusilados. La abuela tuvo trece hijos, de los trece murieron diez entre una cosa y otra, de modo que Santiago solo tuvo conocimiento directo de tres. De esos tres, dos fueron los de Paracuellos.

La abuela ha debido tener un temperamento de hierro. Santiago dice que era un personaje muy curioso, nada franquista, absolutamente moderna para la época (además, cuando acabó la guerra, los carlistas no fueron bien considerados por el régimen). Esa mujer fue un referente para él. Murió en febrero del 81, el día en que la iban a enterrar hubo una gran manifestación en Madrid contra el golpe de Estado de Tejero, de modo que los nietos de la abuela no estuvieron en el funeral porque todos sabían que ella hubiese querido manifestar contra el golpismo.

«En general mi familia era bastante liberal»

El abuelo paterno, que era de la Marina, fue el de la biblioteca maja. Santiago tuvo suerte: lo suspendieran en quinto de bachillerato, de modo que tuvo que quedarse en Madrid mientras sus hermanos se iban de vacaciones a Alicante, como era de rigor y costumbre; durante el castigo o confinamiento fue que se enganchó a los Episodios nacionales.

‒Recuerdo eso con auténtico furor, me encantó. De Galdós, en casa, estaba prácticamente todo.

‒¿Pesaba todavía la guerra en esa casa?

‒En todas las casas. Date cuenta que después de la guerra hubo una represión feroz que duró diez años, y luego siguió, aunque atenuada, hasta el 75.

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