Desde la Avenida Atlántica

Sebastián de la Nuez

Los historiadores canarios, que son un poco poetas también (como muchos canarios jubilados o por jubilarse), recogen testimonios de antiguos visitantes de las islas, quienes acuñaron frases o topónimos alternativos que nunca se han perdido pues permanecen recubiertos por una pátina de leyenda: islas de más allá de las Columnas de Hércules, Jardín de las Hespérides, Las Afortunadas, vestigios de la Atlántida, San Borondón…; lo de Afortunadas es lo más obvio: por su clima, por sus aguas, por encontrarse en el cruce entre tres continentes, por sus frutos, por su sol y por su gente. La primera voz poética de Gran Canaria, Cairasco (1538-1610), dijo que esta que hoy tiene por capital Las Palmas era de las islas atlánticas princesa, do esparce el cielo su virtud plenaria / y pone a los sentidos rica mesa / de lo mejor que en él se guarda y sella.

El cielo, algo cargado de plomo, esparce su virtud plenaria sobre la tarde en que fue tomada la fotografía que acompaña este texto; se hizo con un vulgar Samsung provisto de cámara múltiple. Así de fácil se logra una imagen con amplitud de miras, poniendo a los sentidos rica mesa: desde la Avenida Atlántica sobre el embarcadero donde duermen la siesta relucientes botes de paseo. Más allá, el pedazo de la ciudad que sigue hacia Las Canteras; destaca a lo lejos el hotel Los Bardinos, un rascacielos de 26 pisos que hoy lleva otro nombre. La foto capta  la lánguida caída de la tarde ya pasadas las 9:00 pm del primero de junio de este año. Como toda tarde que se cierra para dar paso a lo oscuro, contiene cierto misterio en su quietud.

Otro poeta grancanario pero del siglo XX, Agustín Espinosa, cuya noveleta Crimen es tenida hoy como epígono del surrealismo, revela crudamente su oscuridad interna: «Esta isla lejana en la que ahora vivo es la isla de las maldiciones. Bulle a mi alrededor un mar adverso, de azul blanquísimo, que se oscurece en un horizonte marchito vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas». Más llana y menos atormentada, Candelaria Pérez Galván hace énfasis en la condición emigrante del canario: «Yo vivo en una isla mar adentro / con los sueños puestos mar afuera».

Y de Saulo Torón es este trozo:

De tanto mirar al mar / Voy creyendo solo en él /  
y olvidando lo demás

Es cierto: en Las Palmas de Gran Canaria es muy difícil no mirar el mar. Surge tras una pared o busca la forma de armar ruido. Es como si invitara continuamente a largarse, abierto al emigrante, esperándole con infinita paciencia. El mismo mar de la guerra y de la posguerra (o de la ruina de la cochinilla) pero seguramente más sucio ahora. Con el mar se desayunan los canarios, en todo sentido. En la Biblioteca Pública de la ciudad, en la calle Agustín Millares Carlo, no lejos de donde se tomó la foto, hay una sala infantil que da al mar a través de grandes ventanales. Los chiquillos juegan o leen y ven un pedazo de océano al mismo tiempo, agazapado al otro lado de la vía.


Bulle a mi alrededor un mar adverso, de azul blanquísimo, que se oscurece en un horizonte marchito vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas


No aparece en la foto el variopinto trajín nocturno que se da a lo largo de este pedazo costero, sobre todo en fines de semana. Hay restaurantes, discotecas, bares, un par de clubs marítimos, una tarima donde esa noche en particular se montará un grupo fanático de Queen. Puede que por allí cerca sirvan el mejor pulpo a la brasa de la comarca. Puede que la gente pase ratos rabiosamente felices paseando bajo esa brisa que algo salado trae. Alguna pareja ha debido pensar que de tanto quererse ante ese mar ya oscuro y callado, un poco cómplice, puede ir creyendo en él y solo en él, como el poeta Saulo Torón.