Llevar la carabela a puerto

Elena Acosta, en su oficina de la Casa de Colón / Foto: Ángel Medina G.

Entrar a la Casa de Colón, en el barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria, resulta para un latinoamericano un acto de familiaridad. Un venezolano, por poner un caso, podrá subir unas escaleras de piedra que dan a la biblioteca ―entrada por la puerta del Pilar Viejo― y encontrarse con la colección de la Academia de la Historia dirigida por Guillermo Morón, o sentarse a hojear varios ejemplares de la Biblioteca Ayacucho, tras cuya gestión estuvo ―seguramente― la mano sabia del contralor José Ramón Medina. Allí, en los salones y patios de la Casa de Colón, se han armado trasatlánticas discusiones y celebrado ceremonias sin mucho boato, algunas protagonizadas por José Luis Salcedo Bastardo, Pedro Grases o Luis Pastori. Aquí, una entrevista con Elena Acosta, quien dirigió la institución durante 32 años

Sebastián de la Nuez

Esa familiaridad debe sentirla, igualmente, un cubano, un mexicano, un colombiano: cada quien reconocerá la huella de su gente y de su tierra, bastará una referencia en un documento, una imagen, una charla en un coloquio o un nombre mencionado casi de pasada. En realidad, todo lo que es historia canaria es también historia hispanoamericana, aunque, claro, desde esta esquina en particular se ven más cercanos Cuba, Venezuela y México. Por estos años de encuentro e intercambio, de investigación y difusión, Elena Acosa ―su directora durante más de tres décadas― tiene un lugar asegurado justo en medio del Atlántico. Por añadidura, cualquier asomado puede entrar a esta Casa-Museo por 3 euros y tomarse un selfie en un camarote igualito al que debe de haber tenido La Pinta. Por eso y por mucho más, Elena Acosta necesita que le escuchen sus experiencias y sus pareceres.

LA AUSENCIA DE LOS LOROS

Ya la pareja de loros no está en el patio con el pozo donde los chiquillos se divertían con aquel parloteo estridente. Los cañones siguen pero los loros no. Un día uno de ellos le dio un picotazo a don Antonio. Don Antonio tuvo que olvidarse de sus tareas de investigador por unas horas y marchar a una enfermería a que lo curaran.

En un vídeo en YouTube aparece Elena Acosta dando una charla ―unos veinte minutos― sobre la relación de los canarios con el Descubrimiento; alude a esa analogía histórica que une a Canarias con América, inmensidad a la que llegan los españoles para fundar y fundirse y crear una nueva sociedad. Como había ocurrido antes al invadir Castilla a las Canarias. Acosta es didáctica y en el vídeo resume su pensamiento sobre esta entidad multisápida ―así lo diría Rómulo Betancourt, el piache de Guatire, cuyo apellido ya revela bastante―  y a la vez amasada cultural e idiomáticamente que es el canario-americanismo. Se recomienda ese vídeo. Acosta ilustra verbalmente unos lazos: el proceso de migración, el asentamiento y las formas del comercio canario en el Caribe, en sitios tan distantes como Uruguay y la Luisiana norteamericana.

Ella es una americanista, si se entiende este término desde Canarias: aquel estudioso que centra su atención en la relación entre los isleños y América. Aprendió a interesarse por la historia y la geografía en su propia casa. Su padre era empresario y le enseñó su pasión por la canariedad pero fue su madre quien le mostró el rumbo, influyendo en su inequívoca vocación por los estudios superiores. Doña Elena Guerrero había comenzado a estudiar en La Laguna, en los años cincuenta, Filosofía y Letras; sin embargo, pronto abandonó. Eso no habría de repetirse en la hija.

Elena Acosta Guerrero es la del medio entre dos hermanos, Manuel e Isabel. Es viuda de su segundo marido. Tiene una hija educadora que vive en Madrid.

En cuanto a su desenvolvimiento profesional ejerció su liderazgo desde una institución pública donde ha debido lidiar con lo humano y lo divino, y además con la política. Ha debido ejercer de mediadora, fabricar consensos, buscar con denuedo el punto medio. Si no, ¿cómo mantenerse allí, con logros visibles, durante 32 años? Es gentil en el trato y resuelta en el diálogo. Dice lo que dice sin tapujos:

―Yo al principio me iba por Filosofía y Letras pero luego me decanté y me fui por Historia y Geografía, que era lo que estaba más de acuerdo con mis gustos y aficiones. En La Laguna empecé a ver la historia de Canarias, algo que hasta entonces era desconocido. Don Juan Régulo Pérez era quien daba Historia de las islas, era una asignatura optativa: enseguida me aficioné a estudiarla. Por otra parte, aprendíamos en excursiones geográficas: desde la geomorfología y la vulcanología, entendíamos la realidad geográfica cercana a uno.

ESTUDIAR EN EL TARDOFRANQUISMO

La generación de estudiantes a la que perteneció Acosta se vio enriquecida porque  durante aquel periodo llegaron a La Laguna ―entonces no había Universidad en Las Palmas― una cantidad de profesores que formaron la gran escuela historiográfica que daría herramientas a quienes después salieron a la calle cogiendo cada quien diferentes caminos. Dice Acosta qie fue un momento muy brillante allí.

―¿Cómo era el enfoque de los historiadores sobre el papel de España en Latinoamérica?

―El enfoque era muy historicista, tampoco es que fuera sesgado. No vimos ni ese concepto de gesta, no, en absoluto, ni tampoco era lo del imperio que va a enseñar la religión a los pobres desgraciados. Sobre todo en el primer curso estudiamos toda la arqueología precolombina, nos llevó bastante; el profesor Muñoz Pérez, creo, tenía un concepto más bien de izquierda, de lo que significaba el continente americano y todo eso; no al extremo de decir que fue un genocidio… No tuvimos ese sesgo, ni de un lado ni del otro.

―¿Le hizo amar o tener mayor curiosidad por Latinoamérica?

―Por supuesto. Amé las culturas precolombinas. Uno de mis grandes descubrimientos fue entender lo que significaban las pirámides de Tenochtitlán y Teotihuacán. Fue muchísimo más tarde, pero la primera vez que viajé a América, fui a México. Y siempre tuve un interés por la historia de España en América… También ayuda muchísimo el hecho de ser canaria, evidentemente la canariedad te da una visión mucho más cercana a América que lo que le supone al peninsular; nosotros somos un pueblo que nos pasó lo mismo, nos sentimos mucho más cerca de lo que es América y lo que supuso la conquista colonizadora. O sea, allí nace una nueva sociedad; en Canarias también… ¡Es en pequeñísimo! No es que me compare con la inmensidad de América latina ni con las culturas precolombinas ni nada, pero en el sentido de la dinámica histórica sí pasó lo mismo: un pueblo aborigen, una conquista, nace una nueva sociedad de la fusión de los pueblos. Eso nos une. Ya te digo, no es para comparar lo que significa Canarias, que es una puntita, un microcosmos, al lado de la inmensidad de las culturas americanas…  pero sí nos acerca. Eso es fundamental para acercarnos a ese mundo atlántico y ese papel que juega Canarias. De allí la Casa de Colón.

―¿Alguna película o novela que la haya influido a principios de los setenta?

―En mi casa había una gran afición al cine, mi familia había sido dueña del cine Royal. Por otro lado, había una buena biblioteca, mi madre era una gran lectora. Yo empecé con Agatha Christie, la novela negra, Emilio Salgari… y luego fue un gran impacto el boom latinoamericano: García Márquez, Vargas Llosa, eso me lo leí todo. Cuando llegué a La Laguna, Cien años de soledad era el libro que había impactado en nuestras vidas. Un compañero universitario decía que la había leído 17 veces. O sea, ese era el momento. Había leído y conocido lo que es esta gente, lo que significaba Juan Rulfo, Cortázar, todo: de repente entró en nosotros una forma de narrar y fueron realmente para nosotros unos grandes dioses… Cien años de soledad para mí significó un antes y un después.

―¿El ambiente universitario en esa época era bastante revoltoso?

―Recuerdo muchos episodios, a cada momento había huelgas, en el año 73 fue lo de Allende; cuando estaba en cuarto o quinto la Guardia Civil y la Policía tomaron la Universidad, hubo una bomba que se le puso al rector. Era el final del franquismo. Empezaban a aparecer los partidos a la izquierda del Partido Comunista. Más radicales. Los trotskistas, los maoístas.  En la Universidad se veía un ambiente antifranquista bastante fuerte…

―¿Y llegó a militar en algo?

―No, no. Sí iba a huelgas, era una simpatizante de izquierda; pero no milité. Además, estaba prohibido, te cogían presa, ¿sabes?

―¿Había alguna facultad particularmente combativa?

―La nuestra, claro. En ese entonces la Universidad estaba casi toda metida en el edificio antiguo: allí estaba Derecho, Biología… un bar para todos. Podíamos juntarnos fácilmente los estudiantes… Creo que Filosofía y Letras en general era la más combativa. Medicina siempre estuvo aparte y siempre fue la más tranquila.

―¿Y los profesores?

―Estaban como en otro mundo, date cuenta que era una cosa perseguida. Era muy distinto ser alumno e ir a una asamblea que ser profesor.

EL DREAM TEAM

Antonio Romeu de Armas (1912-2006) fue elegido académico numerario de la Real Academia de la Historia en 1968, después sería  presidente de esa entidad en dos ocasiones; en Las Palmas, fundó el Anuario de Estudios Atlánticos en los años cincuenta, publicación de la Casa de Colón que no abandonó jamás. Al mismo tiempo, durante algún periodo, dirigió las revistas Hispania y Cuadernos de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

El profesor e investigador Alfonso Amas Ayala (1934-1998) desarrolló, entre otras actividades ―impulsó la creación de la casa-museo dedicada a Benito Pérez Galdós, por ejemplo―, una vasta y dinámica gestión cultural como director de los museos insulares entre 1960 y 1989.

Estos dos personajes, con el hispanoamericanista Francisco Morales Padrón (1924-2010) y el investigador y rector de la Universidad de La Laguna, Antonio Bethencourt Massieu (1919-2017), coincidieron más o menos generacionalmente y juntos constituyeron una especie de dream team de las letras, las artes y la memoria colectiva canaria. El epicentro de tal fenómeno puede situarse en los setenta.

El primero, de Tenerife; los otros tres, de Gran Canaria.

Tal vez no se lo propusieron así ―uno, en la distancia, jamás sabrá las diferencias o rivalidades que puedan haber albergado entre sí― pero acaso pueda hablarse de un equipo y también de su notable influencia en quienes se formaron junto a ellos o a partir de ellos, una clave para entender los logros de hoy.

―¿La visión de un historiador peninsular nunca podrá ser igual a la de un historiador canario?

―Bueno, hay de todo, por supuesto ―responde Acosta.

―¿Pero cuál es su opinión, su experiencia?

―Mi experiencia es que tienen que conocer Canarias. Era la idea de Morales Padrón, quería atraer a la gente para que no conociera a Canarias solo por los libros. Cuando llegaron aquí, él escribió una cosa que se llamaba «Una pequeña y modesta América». Él siempre decía que Canarias es eso, una pequeña América, no como un tubo de ensayo sino como una experiencia primera. Date cuenta que los castellanos llegaron con una experiencia de lucha contra los moros y lo que significaba el Islam, pero eran de una misma cultura. Cuando llegan aquí se encuentran con un pueblo aborigen y tienen que legislar sobre ellos. Deben levantar una sociedad y ver qué cosas hay que hacer. Los portugueses no, los territorios ocupados por los portugueses no estaban habitados. El territorio que sí tenía población aborigen era el canario. Cuando llegan los castellanos encuentran un pueblo aborigen y deben luchar o llegar a un acuerdo. Cuando llegan allí, a América, tenían ya una experiencia. Canarias forma una nueva sociedad, con el aborigen, el castellano, la gente que venía de fuera. Algo que va a pasar, muy parecido, en las islas del Caribe. Eso fue fundamental para que el historiador canario comprenda. El historiador peninsular lo entiende mucho menos. Entonces, cuando conoce Canarias, la Historia de Canarias, que era lo que quería Morales Padrón… Bien, luego de eso hemos logrado que nos estudien con nuestros ojos y no con los ojos de ellos.

En el año 1975 se organizó lo que Morales Padrón llamó «el Coloquio 0». Hubo una serie de conferencias. Para 1976, estando Acosta todavía en la Facultad de Historia, Alfonso Armas dijo poco más o menos: «Elena, que venga aquí y se ocupe de Morales Padrón». Así empezó la larga relación entre Acosta y la Casa de Colón

La reunión de historiadores, catedráticos e investigadores durante el primer coloquio canario-americano, en octubre de 1976. En segunda fila, a la izquierda, aparece la recién graduada Elena Acosta. Foto del Archivo Casa de Colón.

―¿Qué estaba haciendo exactamente, además de estudiar?

―Estaba dando clases en el instituto, trabajando en la casa-museo León y Castillo… Morales Padrón era para mí el Morales Padrón, por cuyo libro habíamos estudiado Historia de América.  

―¿Cómo fue aquel primer contacto con el Morales Padrón?

―En aquel momento tenía un carácter difícil porque era muy riguroso; luego se fue… dulcificando. A los cincuenta y pico años, era un catedrático joven con una carrera brillante, guapo, además tenía mucho interés en hacer algo serio. Vinieron dieciséis ponentes y muchas de las sesiones las presidió Agustín Millares Carlo, todos sentados alrededor de una mesa. Vinieron los grandes, ¡allí estaban los representantes del americanismo! Lo puedes ver porque está en internet, fue un coloquio maravilloso.

―¿Qué pasó después?

―Yo me fui para Telde, don Francisco dijo que él iba a seguir colaborando con el coloquio pero teniéndome a mí como apoyo.

En realidad, Morales Padrón vivía todo el tiempo en Sevilla pues allí era donde daba clases, pero solía venir a su tierra cada dos o tres meses por cualquier proyecto, incluyendo edición de libros como Canarias, crónica de su conquista (1978) o la primera edición de los Pleitos colombinos (1971). Lo tenía claro cuando decía: «Las islas son un laboratorio donde se prolonga todo el proceso conquistador-repoblador de la Reconquista, y se ensaya la actividad colonizadora americana». Tal es la clave de su empeño sobre Canarias como punto referencial histórico. Ese pensamiento lo ha heredado Acosta.

«Morales Padrón puso a la historia de Canarias en el lugar merecido, quería que otros historiadores conocieran y reconocieran el papel jugado por Canarias en la historia de América. Los trajo a todos, vinieron a lo largo de los años ochenta y noventa. Visitaron los colegios, incluso, dando conferencias. Tuve el privilegio de trabajar con él todo ese tiempo. Fue una experiencia impagable. La proyección americanista de la Casa de Colón ha sido tremenda gracias a él. Si hablamos de los coloquios de Historia, hizo esa labor de public relations maravillosa: coger el teléfono y llamar a uno de aquellos grandes de otros países y decirle que tenía que venir para acá. Él decidía en cada ocasión el tema principal del coloquio»

Fachada de la Casa de Colón hacia 1960. Foto: Archivo de Casa de Colón.

Puede decirse, aunque no deje de ser una analogía bastante facilona, que tras treinta y dos años en funciones, Elena Acosta llevó la nao a puerto, entregándosela a Carmen Gloria Rodríguez Santana, doctora en Geografía e Historia por la Universidad de La Laguna. El cambio de mando fue en diciembre de 2023.

Dice una placa adosada a una de las paredes de la Casa de Colón, que el Cabildo de Gran Canaria, bajo el mandato del presidente Matías Vega Guerra  [después se desempeñaría como embajador de España en Venezuela, en los 60], compró en los años cuarenta una vieja casa que la tradición señaló siempre como la que acogió a Cristóbal Colón al pasar por Las Palmas de Gran Canaria en agosto de 1492; que a partir de ese momento se gestó un Museo que recordara tanto la vinculación de la isla a la “gesta colombina” como todo el acontecer de los países hermanos de América. También informa que se inauguró en 1951.

En 1956, un hombre multitasking llamado Néstor Álamo, el primer director de la Casa de Colón, se dedica a reformar la fachada junto al artista plástico Santiago Santana. Álamo es eso, un multidisciplinario variopinto y genialmente canario. Sus múltiples oficios comprendían ser o haber sido contable, paleógrafo, periodista, editor, notable compositor musical y diseñador arquitectónico, además de archivólogo.

Por cierto, hay varios libros sobre Álamo, además de una preciosa estatuilla en un rincón a las afueras de la Casa, libros a la mano del visitante que desee echar un vistazo sobre esa vida singular. En uno de ellos, Mis tardes con Néstor Álamo, de Luis Armando Doreste, escribe un corto prefacio el catedrático Sebastián de la Nuez Caballero, donde dice o da a entender que la figura de Álamo lo lleva a su niñez en Vegueta, cuando Papabuelo lo levantaba de madrugada para ir en su coche, que conducía el fiel Isidro, a ver la finca de Telde. Es curioso cómo la vida abre círculos y los cierra en algún momento; la gente no se da plena cuenta porque esos cierres suelen ser muy sutiles, casi queriendo pasar por debajo de la mesa.

Libros de la Academia Venezolana de la Historia en una estantería de la biblioteca de la Casa de Colón.