Paseo por la Universidad de Sevilla

Es un edificio de aires renacentistas donde antes se producía tabaco, 185 x 147 metros de superficie. Fue la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla pero hoy dedica sus espacios a otros menesteres. El rectorado de la Universidad y las facultades de Geografía e Historia, así como la de Filología, funcionan allí. La gigantesca construcción, solo superada en dimensiones por El Escorial, se levantó entre 1728 y 1770. Este es un recorrido por sus escaleras, patios y pasillos durante el penúltimo día de 2024

Sebastián de la Nuez

No hay clases en este día de sol y fiesta, por supuesto. Hay funcionarios puliendo pisos o taladrando puertas o tal vez una pared para empotrar otra cartelera. En la planta baja, turistas venidos de cualquier parte, incluso de la misma España, escuchan, atentos, las explicaciones de un guía o van a su aire de un lado al otro. En una de las puertas principales de entrada ―vestíbulo de la Facultad de Filología― les aguarda Nebrija, imponente en su ocre efigie pensativa, un vaciado de escayola policromado hecho en 1944 por el artista José Lafita Díaz.

También hay en el vestíbulo tres funcionarios para atender dudas del público, tras una vidriera; nada de estudiantes, nada de académicos ni allí ni en el resto del edificio. Los visitantes pueden subir las escaleras sin ninguna alcabala de por medio, pero apenas alguno lo hará. Aparentemente, no hay nada que ver arriba.

Pero sí lo hay. «Esto no ha podido pertenecer a una tabacalera», será lo primero que probablemente piense un turista. Y no sin razón.

A lo largo y amcho de la planta baja se despliegan, en este patio, en ese pasillo o en aquella sala al fondo, los haberes de una gipsoteca. Esta palabra viene del griego y significa «lugar de los yesos». Es el nombre con el que se designan los conjuntos de obras antiguas reproducidas siguiendo el sistema del vaciado. La Universidad de Sevilla heredó una gran cantidad de obras que siguen el molde griego en yeso. Así que el ámbito académico es, al mismo tiempo, una galería de arte diseminada en varios espacios. Los nuevos administradores del edificio encontraron ese tesoro: en un cartel informativo se habla de un programa de revalorización y conservación del patrimonio hallado que llevó a cabo el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS).

Están expuestas casi un centenar de piezas. Destaca la colección grecorromana y algunos vaciados de obras sevillanas, copiando fragmentos arquitectónicos, esculturas medievales realizadas durante el proceso de restauración y figuras contemporáneas hechas  «como parte del proceso creativo de su paso a piedra».

Esta es una Universidad que parece albergar, a  primera vista, dos amores fundamentales: amor por el arte y amor por la Historia; ambos amores penetrados de pasión por la palabra. Es hispanoamericanista por excelencia, la más hispanoamericanista entre todas las que existan. De hecho, los huesos de Cristóbal Colón yacen a un kilómetro de distancia, tal vez menos. Esto es Sevilla, la ciudad de la Casa de Contratación y la del Archivo de Indias. No habrá mejor sitio para recordar a Francisco Morales Padrón, Antonio Ballesteros Beretta, Fernando De Armas Medina, Enrique Dorta Pons o Mercedes Gaibrois, la primera académica en la Real Academia de la Historia. No en vano ellos cimentaron, precisamente desde estos muros, sus carreras académicas (aunque Ballesteros Beretta en realidad no los conoció, estos muros, pues la fábrica dejó de ser fábrica para convertirse en Universidad recién en 1954, cuando ya él tenía cinco años de fallecido).

Por cierto, todos los nombrados son canarios o han tenido que ver muy de cerca con Canarias, la última parada de Colón en su primer viaje de Descubrimiento.

En fin, este edificio, inimaginable como fábrica de cigarros y otros artefactos para la contaminación y el vicio, es algo tan bello que cierta vez conmovió al poeta Federico García Lorca. Con mayor exactitud, el 16 de diciembre de 1927, cuando el Ateneo de Sevilla organizó en alguno de sus espacios un acto en homenaje a Luis de Góngora. Allí estaba el autor de Yerma y Doña Rosita la soltera. Le envía una postal a su amigo barcelonés, el crítico Sebastián Gash, preguntándole de manera retórica: «Es bonita esta postal, ¿verdad? Tiene una gracia picassiana (sin ser picassiana) encantadora. Su arbitrariedad poética limita con las cajas de puros y las envolturas de pasas malagueñas. ¡Mi recuerdo!».

La postal picassiana a la que se refiere trae una primorosa acuarela del frente de la Real Fábrica de Tabacos; varias mujeres tapadas con típicas mantillas andaluzas salen o entran. Es una escena primaveral y alegre.

ESCALERAS Y PASILLOS TAMBIÉN CUENTAN UNA HISTORIA

Nebrija tiene su escayola y su porcelana en lugar privilegiado, en el lobby de la Facultad de Filología ya aludido. Elio Antonio de Nebrija (1444-1522) fue el más importante de los humanistas españoles y sí, era sevillano. Del pueblo que lleva su nombre. Su Gramática sobre la lengua castellana (1492) «es una obra pionera en la consideración de la dignidad de las lenguas hijas del latín; se trata de la primera gramática completa de la lengua castellana que, incomprendida en su tiempo, solo fue verdaderamente entendida en su dimensión, valentía y originalidad  siglos más tarde». Lo dice la académica Lola Pons.

Arriba, hoy no se doma el rebelde idioma; las palabras que son a un tiempo suspiros y risas, colores y notas, en estos días parecen dormir tras los portones de recia madera oscura, cerrados a cal y canto.

Solo unos obreros de la limpieza o la carpintería trabajan. Claro que hay mucho para detenerse y ver. Están los mármoles con dibujos en el suelo o en las paredes. Está, si el visitante se asoma, la vista espléndida sobre algún patio interior de baldosas en el suelo, grandes macetas de barro y azulejos en las paredes: todo en quietud allá abajo. Están los nombres de los departamentos y facultades, de los decanos y demás autoridades en placas lustrosas, grabadas en metal o en madera. Están los vestigios de una actividad febril: cursos que se anuncian en las carteleras, eventos convocados o próximos a convocarse, los pensa o pénsums de las carreras o cursos de especialización. Se anuncia un máster en Estudios Americanos de un año de duración, carga lectiva de sesenta créditos y coste de 820 euros. Permanecen varios carteles sobre el noveno congreso internacional de jóvenes americanistas que se celebró en noviembre pasado.

Los pasillos, amplios y relucientes, están vacíos en este día 30 de diciembre, a esta hora, y sin embargo palpitan de vida. Cualquiera se sienta en un banco de madera y puede imaginar fácilmente el trajín de una jornada en plena actividad académica. Luego ese alguien bajará por otras escaleras y encontrará un entresuelo, de techo bajo, que alberga por igual salones y dependencias administrativas. No huele a tabaco por ninguna parte.


BÉCQUER, ATMÓSFERA DE ARTE

Gustavo Adolfo Bécquer, el de las Rimas, supo de la vida y supo del pasado y de su Historia lo que le alcanzó en apenas 35 años, tras nacer en esta casa terrera (en 1836) retratada aquí a finales de 2024 por un asomado accidental, móvil en ristre. Es el barrio de San Lorenzo en el centro de Sevilla. Debe ser una calle sagrada pues alberga una casa sagrada. No es el único caso sevillano. La ciudad es así, un poco sagrada para quien tenga memoria compuesta de hispanoamericanismo, cierta curiosidad o algo de romanticismo en las venas.

Bécquer dejó algo escrito que tiene relación con el estudio de la Historia y el papel de sus académicos, los que dedican su vida a los archivos y fondos desgastados y amarillentos, aunque ahora estén microfilmados o escaneados. Dijo:

Cuando no se conocen ciertos periodos de la Historia más que por la incompleta y descarnada relación de los enciclopedistas o por algunos restos diseminados como los huesos de un cadáver, no pudiendo apreciar ciertas figuras desasidas del verdadero fondo del cuadro en que estaban colocadas, suele juzgarse de todo lo que fue con un sentimiento de desdeñosa lástima o un espíritu de aversión intransigente; pero si se penetra, merced a un estudio concienzudo, en algunos de sus misterios; si se ven los resortes de aquella gran máquina que hoy juzgamos absurda al encontrarla rota; si, merced a un supremo esfuerzo de la fantasía ayudada por la erudición y el conocimiento de la época, se consigue condensar en la mente algo de aquella atmósfera de arte, de entusiasmo, de virilidad y de fe, el ánimo se siente sobrecogido ante el espectáculo de su múltiple organización, en que las partes relacionadas entre sí correspondían perfectamente al todo, y en que los usos, las leyes, las ideas y las aspiraciones se encontraban en una armonía maravillosa. No es esto decir que yo desee para mí ni para nadie la vuelta de aquellos tiempos. Lo que ha sido no tiene razón de ser nuevamente, y no será.

Lo único que yo desearía es un poco de respetuosa atención para aquellas edades, un poco de justicia para los que lentamente vinieron preparando el camino por donde hemos llegado hasta aquí.

Págs. 61 y 62 de Cartas desde mi celda (Colección Austral, 1947).