Apuntes de una charla con Germán Carrera Damas

Germán Carrera Dama fotografiado en los jardines de la UCAB en noviembre de 2013.

El historiador Germán Carrera Damas llegará a los 95 años el próximo 26 de mayo de 2025. Se ha quedado en Caracas, ya retirado de toda actividad pública, lúcido e informado como siempre, en buen estado de salud ―aun tomando en cuenta los achaques propios de su edad― y preocupado por los acontecimientos del país y del mundo. Tiene a su hija Gabriela en Andalucía y a su otra hija, Daniela, en Washington. En esta entrada del blog vuelve sobre un tema que no se ha resuelto y que probablemente jamás se resuelva para el ser venezolano: su vulnerabilidad ante la manipulación del culto a Simón Bolívar. Además, Carrera Damas habla de Octavio Paz, de gastronomía, de sus debilidades literarias, de la mentira, de Siqueiros y Rivera (“su mentira parte de la belleza del pensamiento”). Es posible que nada en absoluto tenga desperdicio en esta versión sumaria de sus palabras. Carreras Damas es más suelto hablando que escribiendo

Sebastián de la Nuez

Cuando tenía 13 años y toda la familia vivía en Cumaná, su padre, Antonio Carrera Sibila, le regaló un libro que hoy todavía tiene a mano. Es un tomo grueso, gastado por el tiempo. En las páginas liminares, con una letra limpia, inclinada hacia el margen derecho, hay una dedicatoria que se conserva salvando las distancias. No sólo se lo regaló; lo discutían en la mesa. El padre de Carrera Damas era comerciante, llegó hasta cuarto grado y escribía poesía. Además hizo un libro con tradiciones populares y cuentos que editó la Universiidad de Oriente. Leyó El Quijote por primera vez cuando tenía 14 años, con su padre, el abuelo de Germán.

Germán ya fue otra generación, tuvo oportunidades de estudio. Primero Derecho, luego Geografía, después Ciencias Políticas; luego Economía. Hasta que por fin encontró su camino en la Historia. Estaba en alguna parte de su subconsciente. Eso fue entre París y México. En 1948, estando en París, a un grupo de estudiantes se le ocurrió enviarle un cablegrama a Pérez Jiménez (“un gesto romántico”) en protesta por la destrucción de la democracia. En ese tiempo se necesitaba visa para entrar a Venezuela, aunque fueras venezolano; de modo que estuvo diez años sin venir al país. En México se inscribió en Economía, mientras trabajaba clandestinamente en una imprenta que editaba libros de medicina. Revisaba las versiones del inglés al español. Una jerigonza que no tenía nada que ver con sus conocimientos, un trabajo horrendo. Hasta que fue reclutado por El Colegio de México como auxiliar de investigador. Esa entidad estaba dirigida entonces por el erudito mexicano Alfonso Reyes. Con Reyes desarrolló la pasión por el oficio de historiador. Su tesis de licenciatura fue sobre el pensamiento intervencionista en México. “Lo disfruté mucho”, dice.

Al caer la dictadura de Pérez Jiménez se viene a Venezuela, totalmente desconectado. Antes de despedirse, Reyes le dio una carta para su amigo  Juan David García Bacca, el filósofo español que había emigrado a América tras la Guerra Civil. Cuando llega a Caracas, Carrera Damas encuentra que el filósofo es el decano de la Facultad de Humanidades de la UCV. Fue a verlo y le dijo que necesitaba trabajo.

LOS RIPIOS DE OCTAVIO PAZ

Años después, estando de nuevo en México en funciones diplomáticas, al filósofo y ensayista ítalo-venezolano Alejandro Rossi le fue otorgada la condecoración del Águila Azteca; GCD era embajador allí. Eso fue a finales de los ochenta. Le ofreció una recepción a Rossi en la embajada y, entre los invitados, estuvo Octavio Paz.

―Con Paz no se conversaba; simplemente se le escuchaba. Le dijo a mi esposa [Alida Marquis de Carrera, 28-10-1930 / 21-01-2010] que tenía una duda: “No sé si la cena que usted nos ha servido, señora, ha sido una sinfonía o una poesía.

El autor de El ogro filantrópico estaba fascinado. Paz no era un hombre accesible; no es que fueran amigos Carrera Damas y él, pero hubo una relación de cordialidad y cierto grado de comunicación.

Carrera Damas es fundador de la Academia de Gastronomía Venezolana, junto con Armando Scanonne y José Rafael Lovera. Cuando programan (programaban) una cena “de esas” invierten mucho tiempo en estudiar a quienes participan, su grado de experiencia gastronómica: a veces cambian el menú hasta diez veces. Hay platos que hacen con receta, pero otros pueden ser adaptados y algunos, incluso, inventados por la pareja Carrera-Marquis. Parten de una premisa: lo que domina el menú es el vino que vas a tomar. No es que vas a buscar el vino después. En estos predios no hay las opciones que puedan hallarse en Francia, por ejemplo. Jamás sirvió caviar en la embajada; jamás encargó una comida en un restaurant. Se ponía a cocinar con su esposa y ya.

En cuanto a lo que le gusta de Paz, conserva como lo más valioso del ensayista y poeta al hombre que estuvo complacido, incluso eufórico, con aquella cena. Opina que en su trabajo como intelectual hay visiones geniales; pero también tiene muchos elementos tradicionales propios de una persona que no tuvo una formación sistemática en el campo de la Historia sino que, como intelectual preocupado, entró en la Historia en busca de respuesta a problemas sociales, políticos, sicológicos, intelectuales…: muy reales. Tiene atisbos geniales, pues, pero también una cantidad de ripios.

―En todo caso, es un error querer verlo sólo como un poeta o un escritor. Ha habido grandes escritores con un gran sentido histórico, con valores muy importantes, pero sin pretender hacer Historia.

GCD dice, siguiendo el hilo de los escritores que invaden lo histórico, que se reía mucho con Francisco Herrera Luque, porque cuando le decía que había fallas históricas en sus libros, el autor de Boves el urogallo le respondía: “Es que yo soy un escritor”. Otro día le alabó, en relación a algún otro libro suyo, algo sobre Piar, y Herrera Luque le contestó: “Es que yo no soy un escritor, soy un historiador”.

Los creadores no es que mientan; es que no conocen el límite entre la verdad y la mentira. La mentira está más cerca de la imaginación.

Sus lecturas de reposo son poesía y gastronomía. Por ejemplo, es nerudiano enfermizo; y para él, Mayakoski es una especie de dalai lama de la poesía. Es admirador de Thomas Mann. Más admirador de Vargas Llosa que de García Márquez, porque el primero construye sus novelas. No es un problema ideológico. Los franceses dicen trabajar en vez de escribir, acota. Un profesor suyo le decía que se estudia con lápiz y papel. García Márquez reposa más en la inspiración y, por eso, uno es un gran novelista, mientras que el otro es un gran narrador.

―García Márquez es un gran narrador. La mentira no tiene límites, como la imaginación. Por tanto, la mentira está más cerca de la creatividad; por ello, la verdad es limitante. En cierta forma, imaginar es mentir. Hombres que ilustran eso son Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Ninguno de los dos conocía la frontera entre la verdad y la mentira; sobre todo Rivera. La mentira para él era parte de la belleza del pensamiento, de la creatividad. Como cuando alguien le preguntó si estaba de acuerdo con la teoría acerca de la antropofagia alimentaria de los aztecas. Contestó que sí, porque la carne humana es muy sabrosa; le preguntaron entonces si la había probado y él contestó sin vacilar: “Por supuesto”.

GCD fue miembro del partido comunista en Francia, y en México no sólo militó, sino que trabajó. Cuando entra al Colegio de México ya su fogosidad comunista se había apagado. Había llegado al PC por la vía del marxismo, por la carga humanista y seductora que contenía: la utopía de una sociedad más justa. Piensa, después de todo el tiempo transcurrido, que en verdad fue comunista, básicamente, por haber asistido a la Venezuela de los años cuarenta:

―La Venezuela de los años cuarenta, cuatro millones de habitantes mestizos, descalzos, que sufrían toda clase de enfermedades, había dejado allí su sedimento, sin ninguna participación social.

Pero cuando comenzó a darse cuenta de que la práctica del marxismo era una contradicción, comenzó a desilusionarse: los superiores contrariaban la creatividad y la libertad de pensamiento. 

De izquierda a derecha, el periodista, el historiador y su colega, el académico Tomás Straka, en los jardines de la UCAB (11-11-2013). Foto: Oswer Díaz Mireles.

EL CULTO A BOLÍVAR, HASTA EL PRECIPICIO

Ante la figura de Carlos Andrés Pérez siente agradecimiento, admiración y respeto. Agradecimiento porque Pérez lo ratificó luego de heredar el gobierno de Jaime Lusinchi. Lo admira porque desde niño se había formado en la idea de que nacionalizar el petróleo era un imposible, que eso significaría algo traumático, una especie de segunda guerra de la Independencia; y Pérez lo hizo como si fuera un acto administrativo. Y respeto porque GCD  no conoce a ningún político del siglo XX venezolano que haya tenido la entereza que tuvo CAP para vivir su adversidad.

El venezolano tiende a compadecerse de la gente que inspira piedad antes que aquella que inspira respeto, dice. Esto conecta con el culto a Bolívar, quien murió solo porque no tuvo mujer al lado. Ha debido estar Manuelita. Por temor al qué dirán en Bogotá, porque todavía albergaba sueños de poder, la condenan a vivir como un pordiosero para finalmente morir sufriendo la venganza de Santander.

Y agrega:

―Todo lo que yo he percibido sobre el culto a Bolívar tiene un inicio elemental y sencillo. Me di cuenta de que hay un culto popular a Bolívar, auténtico, basado en valores reales y atribuidos más en esperanzas que en realizaciones, y en una confusión: por ejemplo, Bolívar libertó a los esclavos. Sí, él libertó a sus esclavos, y abogó por la abolición de la esclavitud; pero fue José Gregorio Monagas quien abolió la esclavitud. Otros confunden independencia con libertad. No es lo mismo: los hombres del Congreso de Cúcuta distinguían perfecta entre una y otra, pero la gente siempre ha creído que Bolívar dio la libertad; no. Sólo dio la Independencia. Por añadidura, aborrecía la democracia y jamás fue popular. Cuando [José Antonio] Páez se da cuenta de que el pueblo venezolano estaba descontento con lo que le había acarreado la Independencia al país, hace repatriar los restos de Bolívar, es decir, al responsable de todo aquello, que venía investido ya como Padre de la Patria por el propio Congreso de Cúcuta. Cuando Guzmán llega al poder, cae en cuenta de esa palanca poderosa para manejar al pueblo: el prestigio del héroe. De modo que lo convierte en un culto para el pueblo. En ello puso en práctica dos pequeñas operaciones: en primer lugar lo hace ver como representante nato del liberalismo (en realidad, el Libertador había detestado el liberalismo); en segundo lugar, se coloca como continuador de la obra de Bolívar.

A partir de entonces, la Academia de la Historia y la Sociedad Bolivariana se ocupan de perpetuar la mentira. Una sopa ideológica que dieron a los militares durante décadas.

―El resultado es que todos los gobiernos no democráticos de Venezuela han encontrado en el culto a Bolívar una palanca. La historiografía se ocupa de profundizar el mito, con su catedral, que es el Panteón Nacional, y sus cenáculos, que son los académicos y los bolivarianos.

Al publicar el libro El culto a Bolívar, GCD fue visto como un exagerado; como alguien que aviesamente hace un monstruo de algo culturalmente comprensible, natural. Nadie le dio importancia al fenómeno descrito. A él le interesaba llamar la atención, pero nadie le hizo caso hasta que les estalló el fenómeno en las propias narices.

―Mi planteamiento no es contra Bolívar, lo cual sería un absurdo; mi planteamiento es sobre el uso de una significación histórica, que se hace de una manera perversa.

LO BUENO DE LA IGNORANCIA

Durante mucho tiempo, GCD se sintió como un outsider. Siempre ha sido crítico de la Academia de la Historia en su papel fiscalizador de la conciencia histórica. Porque es una posición no científica. Carrera Damas opina que nada prepara tanto para la creatividad, cuando se tiene un espíritu inquieto, como  la ignorancia. Porque en definitiva eso es lo que te permite poner en tela de juicio el saber adquirido. Entonces es cuando te planteas la búsqueda de la verdad y puedes ―a partir de allí― producir cosas nuevas. Si te atienes a lo sabido, porque eres muy culto, porque eres muy leído, porque no puedes escribir una línea sin poner la coletilla “como dice Fulano…”, te alejas de la creatividad. En el otro caso corres el riesgo de la repetición o del plagio; no hay que tenerle miedo a eso, porque a fin de cuentas no hay mayor necedad que la búsqueda de la originalidad.

―Estoy con Newton cuando le preguntaron cómo descubrió la Ley de la Gravedad y dio una respuesta sencilla: “Me paré sobre los hombros de todos mis predecesores”.

El culto fue montado sobre el esquema católico. Es dramático para la formación de una conciencia nacional aireada. Carrera Damas siempre se ha preocupado por el pasado pero, cuando leyó sobre el árbol de las tres raíces, miró hacia el futuro y entró en estado de pavor intelectual. El filósofo Luis Castro Leiva tomó el trabajo y lo llevó a una dimensión a la cual Carrera Damas no podía llegar porque su óptica ha sido siempre meramente histórica, mientras que Castro Leiva le da una dimensión filosófica. Para GCD, Castro Leiva es el hombre que más ha contribuido al desarrollo de las ideas en Venezuela. “Lo que pasa es que la gente no se ha dado cuenta”.

El centralismo es contradictorio con la refundación de la democracia; el centralismo vive del acatamiento, no de la participación. De modo que cuando estuvo en la Copre (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado) junto a colegas que admira, era como hacer la Historia no ya escribiéndola, sino poniéndola por obra. Era una labor de grupo. Carrera Damas les decía (a sus compañeros los comisionados) que estaban dándole continuidad al trabajo de los venezolanos de 1811, al reformular el proyecto de nación como república liberal y democrática.

―Era lo que había que hacer para acabar con la posibilidad de la autocracia; y el camino era el federalismo, que llaman [ahora] descentralización. Se logró a medias.


Germán Carrera Damas (marzo de 2011) durante una charla en el Centro Gumilla, recogida para la Revista SIC. Foto: Luis Carlos Díaz.