
La muestra variopinta «Latina: mujer, música y glamour en Gladys Palmera» que ofrece Casa de América hasta julio sintetiza un siglo de música y espectáculo; también una manera festiva de pasearse por la vida con la líbido en alto. Hay una historia de coleccionismo y delirio tras esto, con epicentro múltiple en México, La Habana, Caracas, Santo Domingo, Puerto Rico, Nueva York y, por supuesto, Hollywood
Sebastián de la Nuez
Nunca habían estado los espacios expositivos de Casa de América tan elegantemente trajeados como en esta ocasión, cuando se han llevado allí, incluso echando mano de salas que antes permanecían permanentemente cerradas, los tesoros de Gladys Palmero. Afiches, carátulas de discos, fotografías, segmentos de películas, revistas, objetos varios que representan o dan forma ―perfumada de nostalgia― a la época dorada de la cultura bonchona latinoamericana, sobre todo caribeña, que llegó a Hollywood y fue fiebre: cimbreaba su cinturita.
Ante todo: Gladys Palmera es una marca, no una señora que viste y calza. La señora que viste y calza existe y acaba de cumplir años; debe de andar en el séptimo piso. Cualquiera podría suponer que es otra víctima del síndrome de Diógenes. Hasta las escaleras del palacio que se encuentra frente al Centro Centro ―un nombre bastante redundante, ¿no?― se han alfombrado de ese rojo-muy-rojo característico de las boîtes o clubs que alguna vez, en La Habana, Nueva York, Santo Domingo o Caracas, combinaron el fuego de las vedettes con whisky en las rocas o ron con Coca-Cola. Faltó eso en esta exposición: la reproducción en miniatura del Floridita, por ejemplo.
Debe de haber una sola cosa que le ronda al visitante español al ver este despliegue de sensualidad caribeña sobre dos piernas torneadas: ¿qué dirán las chicas de Podemos o Sumar al ver esta tenaz utilización del cuerpo femenino para vender lo que fuera que vendieran entre los años cuarenta y setenta en buena parte de la geografía americana? Porque lo que representa, en dos platos, esta exposición de deliciosa memorabilia es una enorme operación de marketing capitalista, ruin perversión del alma humana.
¿Qué dirán Ione Belarra, Irene Montero, Yolanda Díaz o la apasionada vicepresidenta primera María Jesús Montero? ¿Estarán tramando una manifestación para incendiar el Palacio de Linares? ¿Cancelarán retrospectivamente a la Tongolele y a su mánager? Hay una carátula de un vinilo de los años sesenta ―entre muchas semejantes― donde aparece una modelo lamiendo un plátano, ¿qué tal?

LA LLAMA ENCENDIDA

El programa gratuito que reparten a la entrada ―la exposición también es gratuita― califica la muestra como una oportunidad para reflexionar. «Una reflexión sobre la representación de la mujer latina, afro y caribeña [debería decirse latina en general, y caribeña en particular] en la música y el espectáculo del siglo XX y su influencia en la construcción de la idiosincrasia latina a nivel global.»
Aun cuando habría que recorrer la exposición varias veces para tener plena conciencia de ello, «Mujer, música y glamour en Gladys Palmera» cuenta una historia sobre la exportación de la voluptuosidad. La voluptuosidad no solo es imagen sino sonido. La voz es su elemento de refuerzo. Tal historia, según su propio guion, comienza con Josephine Baker en París en 1925, cuando la bailarina «irrumpe en el escenario con el pelo corto, el torso semidesnudo y un exótico atuendo que parecía reivindicar su ancestralidad africana». Esa primera sala, en la planta baja, está dedicada al mambo y al chachachá. Todo en esta exposición lleva música, además de erotismo (a veces pasado de color y calor).
La mujer que ha tenido la vocación, el empeño y los recursos para desarrollar esta colección se llama Alejandra Fierro Eleta, como quien dice, el otro yo del Doctor Merengue, alter ego de Gladys Palmera. Es la nieta de un empresario español que se llamaba Ildefonso González-Fierro Ordóñez, a quien llamaron «El Rey del Fósforo». Un multimillonario. Con esa llama encendida ha podido Fierro Eleta construir su vena filántrópica. Es una gran coleccionista. Es una gran diletante de un universo que contiene varios mundos, casi todos ellos (ojo, pero no todos) evocadores de sueños húmedos para la mitad o más de los adolescentes que en su día poblaron un territorio definido al norte y al sur del río Grande. La presencia de Hollywood fue determinante en la explosión del furor uterino al que remite esta muestra de una manera muy sensorial ―¿acaso libertina?― de saborear la vida. La vida es rumba.

Hay una sola referencia a la salsa, sustantivo que a partir de los años setenta unificó ―desde una emisora de radio venezolana― en una sola palabra ritmos y sonoridades de varias regiones americanas: a fin de cuentas, un término reduccionista pero eficaz. La amplitud de miras de la colección Gladys Palmero no registra mucho sobre Venezuela, aunque sí está en algún cartel el nombre del cantante Mario Suárez (solía actuar en El Show de Saume), la portada del primer disco de Soledad Bravo y la de un LP del sello Discomoda titulado Gozando con la Sonora Caracas; también un retrato de Lila Morillo. Sí, la chinita María Mercé también está en alguna pared.
Es un error pensar que la exposición se fundamenta en la figura de la rumbera. En absoluto. Abarca a gente tan diferente en su particular arte y proyección como Dolores del Río, Rita Montaner, María Félix, Ninón Sevilla, Yma Sumac, Nydia Caro, Iris Chacón, Sheila Escovedo, La Lupe, Celia Cruz, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Chavela Vargas o Chabuca Granda. Hay varias estancias dedicadas al retrato de la mujer-espectáculo: una colección invalorable; es, además de un bello abanico técnico y artístico, una manera de rendir homenaje a los estudios fotográficos y sus grandes fotógrafos de la época. Todos ellos debidamente mencionados.
Hay rarezas, al menos rarezas para quien no se haya detenido lo suficiente en el tema. O no tenga memoria de sus años mozos. La serie de suplementos ―o tebeos, como dicen en España― «La Vida Deslumbrante de María Félix» resulta una vívida muestra de kitsch literario, tal vez emparentado con la radionovela. En una de las portadas en exhibición aparecen una bella mujer (¿María Félix?) y a su lado, guapo como ninguno, un charro con bigote a lo Jorge Negrete. Con un dedo índice en alto y mirada desafiante bajo el alero del sombrero, despliega en un globito la frase más híper-machista imaginable:
«Se me acabó el dinero, pero tengo una prenda que vale todo el oro del mundo: ¡es ella! ¡Y se las juego!»

En uno de los carteles que abren lo que en cada sala se expone, se lee:
«Mientras que Hollywood buscaba atraer al público latino a través de personajes estereotipados, el cine mexicano experimenta su época dorada promoviendo una imagen femenina con la cual muchas mujeres preferían identificarse. Figuras como María Félix se convirtieron en el símbolo de la mujer fuerte, segura y rebelde frente a un mundo predominantemente machista. Sin embargo, frente a este modelo de empoderamiento femenino, emerge también en México el llamado cine de rumberas, al compás de los ritmos tropicales (…). A partir de los años sesenta, las portadas de los vinilos ofrecieron una progresiva sexualización del cuerpo femenino. Este fenómeno se intensificó con la irrupción del gogo y la salsa, modas que erotizaron el imaginario tropical y transformaron el bikini en el mayor reclamo publicitario. Con el tiempo, las escenas playeras se convirtieron en imágenes más explícitas, especialmente cuando proliferó la industria del disco para adultos.»
En ese texto hay varias ideas o simplificaciones de ideas sobre lo que aconteció en la industria del entretenimiento alrededor de «lo Caribe» o «lo tropical», conceptos muy discutibles. ¿María Félix, la artista que ha debido permitir ―al menos― la utilización legal de su nombre e imagen para esos suplementos, es la misma María Félix de la que se habla, combativa y rebelde ante el machismo? En cuanto al concepto latinoamericano «salsa», ¿era una moda? La principal característica de una moda es lo efímero. La salsa es una corriente musical vigente, tan vigente como es ecléctica en su naturaleza. Decir que la salsa es una moda es como decir que el jazz es una moda.
En la foto de abajo aparece el disco de Freddy, nacida en la provincia de Camagüey a principios del siglo XX. Nada más alejado de una rumbera que esta mujer muy poco agraciada que llegó a pesar 150 kilos. Grabó ese único disco antes de fallecer de un ataque al corazón. Se dice que su voz llevaba un toque andrógino. Es verdad. Freddy viajó a Venezuela y a México con un grupo encabezado por el bailarín y coreógrafo Roderyco Neyra, Rodney. Freddy también estuvo en Miami y San Juan de Puerto Rico. En esta página pueden hallarse trozos de su vida. «Cada noche, con un vestido barato y sus enormes sandalias sin tacón, sentada en el Bar Celeste, tomaba ron y escuchaba la victrola. Luego de varios tragos, empezaba a contonearse con la música y a cantar a media voz. En su otro mundo, Freddy se sentía a gusto. Una noche, apagaron la victrola y le pidieron que cantara. No tuvieron que insistirle. Freddy se sabía todos los boleros. Con su voz de contralto, venida directamente de Dios, los cantaba como nadie. Era como si hubiera vivido todos aquellos amores desdichados. Como si le fuera la vida en ponerle melodía a los pesares del alma.»
El escritor Guillermo Cabrerar Infante contribuyó a inmortalizar a Freddy, escribiendo sobre ella en uno de sus libros. No, no hay solo rumberas y vedettes en el radar de Gladys Palmera.

Gracias por poner tus descriptivas al servicio de quienes estamos lejanos físicamente de la península ibérica y sus ofertas culturales.
Gracias a ti por leer y compartir, Cheo, un abrazo.