Después de conocer sus antecedentes, se podría concluir que dentro de esa piel de bronce se esconde una versión de Frankenstein: un mito dentro de otro mito pues ella, Venus, no tuvo cabeza en un principio, ni brazos tampoco hasta que alguien se los añadió siglos después (quizás con afán de cubrir con ellos sus partes pudendas). Su dulce y robusta figura es, pues, una especie de armable. Y allí está en un pequeño patio del Museo del Prado, el de mayor prestigio de España, el de la colección clásica más vasta y valiosa, impertérrita y solitaria. Pobre. No sabe que su nombre ahora lo lleva un canal pornográfico de TV.
Es obra del escultor y pintor florentino Baccio Bandinelli. La llamó en principio —informa el cartel que acompaña a la obra— bellisima Venere y se la regaló al rey Carlos V antes de 1536. De ella quedó constancia, dice el cartel, en la colección de la hermana del emperador, María de Hungría. Pero no la construyó de la nada; fue un vaciado de un torso antiguo, la Venus Belvedere de los Uffizi a la que el artista añadió una cabeza de su mano. «Fue expuesta como Eva a finales del siglo XVI en el jardín de Aranjuez y no se le añadieron los brazos hasta dos siglos más tarde». La escultura se atribuía antes a Bartoleo Ammanati (1511-1592).
No concita gran interés, los adolescentes ruidosos que han entrado esta tarde al Museo son llevados ante Las Tres Gracias de Rubens o El Jardín de las Delicias de El Bosco, pero ante ella, desnuda e incitadora, no. Lo impresionante es la soledad que las autoridades del Prado han dispuesto para ella, en ese palacio museístico que abarca varios siglos de historia del arte y donde hay miles de obras compartiendo salas y pasillos; hasta algunos techos abovedados son un tesoro artístico. Ella, sin embargo, tiene todo el aire de la piedra a su alrededor, más el sol. Desnuda bajo el sol. Imponente, sensual y a la vez sepulcral, da cuenta a quien se detenga a verla de que un cuerpo de mujer es capaz de encerrar todos los secretos del universo. /SN
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